Las campañas electorales no son el escenario propicio para los análisis mesurados y las afirmaciones prudentes. Francia, tan apegada a la idea de ser una excepión mundial en todo, no escapa tampoco a esta regla. Embarcado en una difícil carrera en pos de la reelección, Nicolas Sarkozy cultiva con dedicación su imagen de gran timonel, de salvador del país frente a la crisis. Y si en sus mítines cita de vez en cuando las dificultades por las que atraviesa Grecia, España o Irlanda es para mejor subrayar los éxitos de su política económica y atribuirse el mérito de que Francia haya escapado hasta ahora a la recesión y haya empezado a reducir su déficit sin grandes sacrificios.
Digerida ya la degradación de la calificación de la deuda soberana francesa por Standard & Poor’s, la crisis financiera que amenazaba con arrastrar a Francia al abismo junto al resto del Club Med parece hoy una lejana pesadilla. Resuelto el caso de Grecia y con Italia bien encarrilada, el horizonte parecería definitivamente despejado. Así lo ha querido ver, al menos, el presidente francés, hasta el punto de dar por acabada la tormenta financiera en la zona euro.
“Hemos salido de la crisis financiera”, declaró esta misma semana de forma terminante Sarkozy en una entrevista publicada en Ouest France, donde subrayaba su convicción de que lo peor ya ha pasado. “La confianza vuelve y estamos en fase de recuperación económica”, decía el presidente antes de valorar como decisivos los logros conseguidos mano a mano con la canciller de Alemania, Angela Merkel, para resolver la crisis de la deuda griega y enderezar las cuentas públicas de los países de la zona euro. Pero... ¿y la fragilidad de España? “Razón de más para confirmar lo que hemos hecho”, respondió, eludiendo el fondo de la cuestión.
España, cuyas medidas de austeridad –primero de Zapatero y de Rajoy después– habían sido tan aplaudidas a este lado de los Pirineos, amenaza de repente con ensombrecer el brillante cuadro pintado por Sarkozy. Y con sumir de nuevo a Europa en la zona de turbulencias. Roma y Bruselas han sido los primeros en señalar a España como el nuevo “enfermo de Europa”, pero en Francia –más cautelosa– la aprensión empieza también a ganar los espíritus.
Los primeros pasos de Mariano Rajoy al frente del Ejecutivo fueron observados con benevolencia por los franceses, que dieron al presidente del Gobierno español un breve periodo de gracia. A principios de febrero, sin embargo, empezaron a lanzarse las primeras señales de inquietud. “Grecia, Irlanda, Portugal... ¿España, mañana?”, se preguntaba la cronista económica de Le Figaro Anne Cheyvialle, quien describía un sombrío paisaje –“paro récord, retorno a la recesión, un sector bancario en dificultades y regiones sobreendeudadas”– y apuntaba de nuevo el riesgo de que España acabara necesitando finalmente ayuda exterior.
Ésta es la inquietud que empieza a extenderse también hoy en Francia. La casi totalidad de la prensa de información general y económica francesa ha dirigido esta semana sus focos hacia España –huelga general obliga–, para describir una situación alarmante que ha convertido a nuestro país –por retomar las palabras de Le Monde– en “la preocupación número uno de la zona euro”. El síntoma que ha desatado definitivamente la alarma en Europa es la evolución de los tipos de interés de la deuda española, que por primera vez en esta crisis han sobrepasado a los de Italia.
¿La causa? la situación de la economía española, la fragilidad de los bancos y el estado de las finanzas públicas, naturalmente. Pero también la gestión de Mariano Rajoy, a quien poco o mucho casi todos reprochan haber dejado en suspenso las medidas de austeridad, por motivos electorales, hasta después de los comicios en Andalucía, así como la forma equivocada en que Madrid abordó con el resto de los socios europeos el incumplimiento de las previsiones del déficit.
“Las precauciones tomadas para no arruinar las posibilidades de arrebatar Andalucía a los socialistas –en particular, la decisión de no presentar el precupuesto y las nuevas medidas de austeridad antes del escrutinio– han costado caras a España”, sostenía en el diario económico Les Échos la analista Jessica Berthereau, quien remarcaba también la “torpeza” de Rajoy de anunciar el incumplimiento del objetivo de déficit inmediatamente después de haber firmado el tratado europeo de disciplina presupuestaria. A esta tesis se abonaba también Clément Lacombre en Le Monde, cuando aseguraba que “si España debe enfrentarse a una tensión acrecentada de los mercados sólo se lo debe a ella misma y a sus bandazos sobre las previsiones del déficit de 2012, que han mermado su credibilidad”.
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