Los habitantes de Saint Pierre et Miquelon, dos islas francesas azotadas por el viento frente a las costas de Terranova, en el Nuevo Mundo, fueron los primeros en depositar ayer su voto en las urnas para decidir el nombre del presidente de la República de los próximos y cruciales cinco años, en los que Francia se juega su anclaje en la Europa próspera del Norte o su definitiva inclusión en el club de los países meridionales en dificultades. Cerca de 45 millones de electores les seguirán hoy en los 85.000 colegios electorales repartidos por Francia y sus territorios de Ultramar. Para el presidente saliente, Nicolas Sarkozy, como para su principal rival, el socialista François Hollande, ha llegado la hora de la verdad.
La primera vuelta de las elecciones presidenciales, que se celebra hoy, no es más que una primera criba. Nada se decidirá definitivamente hasta la segunda vuelta, dentro de quince días, el 6 de mayo. Y salvo una sorpresa de última hora –en la que nadie cree–, los dos favoritos saltarán sin problemas este primer obstáculo.
Sin embargo, Nicolas Sarkozy, uno de los presidentes franceses con más apoyo popular de la historia de la V República en el momento de ser elegido –con 19 millones de votos–, y convertido cinco años después en el más detestado, se juega hoy la presidencia. Con el pase prácticamente asegurado a la segunda vuelta, toda la incógnita se centra en cómo pasará. Y de ese adverbio dependerá al final la victoria o la derrota.
Para asegurarse el triunfo el próximo 6 de mayo, o para –al menos– conservar serias posibilidades de alcanzarlo, el presidente francés necesita imperativamente acabar hoy en cabeza y, preferentemente, con al menos dos o tres puntos de ventaja sobre su competidor. En caso contrario, según se admite en el seno del equipo de campaña de Sarkozy, la empresa de remontar la diferencia y acabar adelantando al candidato socialista devendrá prácticamente imposible.
El problema para Sarkozy es que, salvo un par de sondeos que vaticinan un empate, hay otra media docena que otorgan a François Hollande –aspirante convertido en claro favorito– una ventaja de entre dos y tres puntos en la primera vuelta. Una diferencia que se multiplicaría hasta entre 8 y 14 puntos en la segunda vuelta y que aseguraría al candidato socialista una victoria aplastante. Y aquí, la unanimidad es absoluta.
Desprendido del estorbo de los pequeños candidatos, Sarkozy parece persuadido de poder imponer su personalidad y su experiencia durante los quince días de campaña en que deberá batirse cara a cara con un único adversario. El candidato de la derecha, que en tanto que presidente saliente debería ser el favorito, pretende jugar a fondo el papel de aspirante –en el que, sin duda se encuentra más cómodo– y situar el debate en una suerte de plebiscito a favor o contra Hollande.
A la vista de los sondeos, sus posibilidades parecen, sin embargo, mínimas. La mayoría de las encuestas sitúan al bloque de la izquierda varios puntos por encima del bloque de la derecha, lo que resulta criminal para Sarkozy. Porque si los votantes del Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon y de los pequeños candidatos trotskistas pasarán a votar prácticamente en masa por el candidato socialista en la segunda vuelta, no pasará lo mismo –pero a la inversa– con los electores de la presidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen, y del líder centrista François Bayrou, mucho más divividos. Ni Le Pen ni Bayrou, por otro lado, prevén decantarse cara a la segunda vuelta y han descartado pedir el voto para uno de los dos finalistas.
Los miembros de los equipos de campaña de Sarkozy y de Hollande escudriñan estos días el ejemplo de las elecciones presidenciales de 1974 y 1981. En las primeras, Valéry Giscard d’Estaing se impuso por escasísimo margen (50,8% a 49,2%) en la segunda vuelta al socialista François Mitterrand, después de que éste –al frente de una coalición que incluía a los comunistas– ganara la primera vuelta con más de diez puntos de ventaja (43,2% a 32,6%). En aquel momento, el centrista Giscard pudo contar cara al segundo asalto con las importantes reservas de voto de los gaullistas (15,1% había obtenido Jacques Chaban-Delmas), mientras que el socialista apenas tenía ningún rincón donde rebuscar.
En 1981, el escenario fue muy diferente. Presentándose esta vez en solitario, Mitterrand quedó segundo en la primera vuelta, entre dos y tres puntos por detrás (28,3% a 25,9%) del presidente saliente, Giscard d’Estaing, que había partido como favorito. Pero en la segunda vuelta dio la vuelta a la tortilla y ganó por 51,8% a 48,2%. El Giscard de 1981 presenta llamativas analogías con el Sarkozy de 2012: dos presidentes reformadores, con un nuevo estilo, sometidos en su primer mandato a una crisis económica mundial... Giscard no superó la prueba. ¿Podrá Sarkozy?
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