sábado, 14 de abril de 2012

Poutou, la voz de la fábrica

Apellidarse poutou, palabra francesa que describe un beso sonoro y cariñoso, no debe resultar fácil. Las bromas y las chanzas deben formar parte de la vida cotidiana desde la infancia. Quizá por ello Philippe Poutou, de 45 años, candidato al Elíseo por el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), ha acabado por construir una especie de coraza sobre la que parecen rebotar la ironía y la condescendencia. Obrero en la fábrica de automóviles Ford de Blanquefort, a pocos kilómetros de Burdeos, sindicalista de la CGT bregado en las luchas laborales, Philippe Poutou no va a revolucionar la política francesa –los sondeos le otorgan menos del 1% de intención de voto en la primera vuelta–, pero va camino de devenir un fenómeno popular.

Poutou, el único obrero en concurrir a las elecciones presidenciales –su rival de Lucha Obrera, Nathalie Artaud, profesora de instituto, es funcionaria–, es un hombre del pueblo, que habla como el pueblo y dice las cosas que al pueblo le gustaría decir en voz alta a los poderosos. Hombre llano y simpático, siempre dispuesto a bromear –como si estuviera en el bar tomando un vino con sus potes, los franceses de a pie se ven en cierto modo reflejados en su sencillez y combatividad.

“Mi candidatura es la de un anónimo entre decenas de millones de anónimos”, explicaba él mismo en un librito titulado Un obrero está para cerrar la boca, publicado en marzo para lanzar su candidatura. Ahí radica el porqué de la corriente de simpatía popular que su personalidad ha empezado a despertar: Poutou es un francés común y corriente.

El cariño, sin embargo, no le traerá más votos: los franceses son demasiado leídos para creer que las medidas propuestas por el camarada Poutou –prohibición de los despidos, aumento del salario mínimo a 1.700 euros, semana laboral de 32 horas, supresión parcial del IVA, impuesto del 100% sobre toda renta superior a veinte veces el salario mínimo, nacionalización de los bancos, anulación dele pago de la deuda pública– son viables.
La magia de 2002, cuando el carismático Olivier Besancenot –el cartero de Neuilly– logró llevar a la histórica Liga Comunista Revolucionaria (LCR) a hacerse con el 4,2% de los votos, ha desaparecido. El Nuevo Partido Anticapitalista, la formación nacida de LCR con vocación de aglutinar a la extrema izquierda, no sólo ha fracasado en sus objetivos –¡ni siquiera ha conseguido reunirse con sus hermanos trotskistas de Lucha Obrera!–, sino que está minado por las divisiones internas.

Hijo de un cartero y un ama de casa, Philippe Poutou no terminó sus estudios de formación profesional y ni siquiera logró superar el concurso para entrar en Correos. Tras encadenar empleos precarios, acabó consiguiendo un trabajo fijo en la factoría de Ford como reparador de maquinaria. Afiliado al sindicato CGT, del que es representante en el comité de empresa, su principal hecho de armas fue la encarnizada lucha que él y sus compañeros llevaron a cabo en 2007 –con secuestro de directivos incluida– para evitar el cierre de la fábrica. Desde entonces, guarda un profundo rencor a la multinacional que le emplea y que en el pasado intentó dejarle en la calle. “Nunca compraré un Ford porque no quiero ver todo el rato el logo de mi patrón mientras conduzco”, dice sin tapujos, pensando en el logotipo del volante.

Philippe Potou, pese a su temprana militancia, nunca tuvo ambiciones políticas –como tampoco las tuvo profesionales, según él mismo ha confesado–, y sólo el azar, y la inopinada retirada Besancenot. le llevaron a ser elegido candidato a las presidenciales en junio del 2011. Sus primeros pasos como presidenciable fueron penosos y su primera aparición en un talk show televisivo, absolutamente lamentable. Tímido y cohibido, en sus inicios Poutou escondía su desconcierto tras una sonrisa bobalicona que le hacía aparecer como un idiota y que disparó todas las alarmas entre sus compañeros.

Las cosas empezaron a cambiar cuando pudo, por fin, participar en los primeros debates (aunque fuera con los segundos espadas de los favoritos). Ahí surgió de nuevo el Poutou luchador, el sindicalista correoso. “Con ministros o senadores me encuentro en una configuración más natural... ¡Tengo la impresión de estar frente a mi patrón!”, ha explicado. Después, poco a poco, ha ido ganando confianza y aplomo.

Poutou, que en abril dejó –temporalmente– su trabajo para dedicarse a la campaña, sabe que nunca será elegido, que todo el circo electoral sólo es un pretexto para “hacer llegar el mensaje”, y que deberá volver a su fábrica. Algo que en el fondo desea. Porque, pez fuera del agua, es allí, con sus compañeros, donde “respira".



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