Hay caminos que son irreversibles, puertas que cuando se franquean no permiten dar marcha atrás. Marcel Pedragosa (Barcelona, 1978) probablemente intuía que estaba dando un paso definitivo cuando, en junio de 2009, dejó su trabajo como consultor de empresas y se marchó al Reino Unido a cursar un máster de Fotografía Artística en el Edinburgh College of Art. Lo que acaso no sospechaba todavía entonces es que un año y medio después aterrizaría en París para labrarse una carrera artística a la que no veía futuro en su ciudad.
“Cuando regresé a Barcelona a finales del verano de 2010, me pregunté: ¿Y ahora, qué hago? No quería volver a trabajar en una oficina”, explica. Decidido a trocar una carrera en el mundo de los negocios –para la que se había preparado abundantemente y a la que se había dedicado como profesional durante nueve años– por la azarosa aventura del arte, Marcel comprobó enseguida que las perspectivas en Catalunya eran escuálidas. “Hice un poco de prospección, pero no vi muchas posibilidades. En el extranjero podía vivir cosas nuevas”, comenta. Así que decidió probar suerte en París, centro de arte y de cultura, y una de las mecas mundiales de la fotografía.
Cuando Marcel Pedragosa se fue camino de Edimburgo, la crisis financiera y económica mundial que había estallado en el otoño de 2008 empezaba ya a golpear con fuerza. Pero lo peor estaba todavía por venir. Cuando regresó a Barcelona un año después, con su prestigioso título bajo el brazo y su rutilante portfolio, el horizonte era mucho más sombrío y el paro había franqueado en España la barrera del 20%. Probablemente Marcel se hubiera ido de todos modos... Pero hay situaciones que acaban de dar definitivamente el empujón.
Muchos son los jóvenes españoles que, a falta de perspectivas, han tomado estos últimos años el camino del extranjero. La crisis ha sido el detonante. Pero ha encontrado además una generación preparada y abierta al mundo. Hoy los emigrantes españoles no llegan a Francia en trenes borregueros, con una maleta de cartón atada con una cuerda, sino en avión y con títulos universitarios.
No hay datos exhaustivos sobre esta nueva inmigración española en Francia, país donde los ciudadanos de la Unión Europea pueden instalarse y trabajar sin necesidad de ningún permiso. El Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos francés (Insee) no tiene datos recientes sobre la población española, cifrada en 268.000 personas. Los últimos corresponden al censo de 2008 –antes por tanto de la crisis–, pero ya apuntaban una tendencia interesante. “Algo menos del 9% \[de los inmigrantes españoles\] residen en Francia desde hace menos de diez años, de los cuales el 6% desde hace menos de cinco”, explica un portavoz del Ministerio de Inmigración, que prosigue: “Se trata de un colectivo pequeño, pero observamos un sensible aumento del flujo de llegada de jóvenes, de entre 15 y 29 años, cerca del 40% de los cuales tienen al menos títulos de segundo ciclo universitario”.
La emigración de jóvenes talentos habría empezado, pues, antes de la crisis, que habría venido a acentuar e incluso multiplicar este proceso. Los datos de que dispone el consulado español de París son limitados, pues la inscripción en el registro de residentes es un trámite que no todo el mundo cumple y que, cuando lo hace, acostumbra a llevar ya un cierto tiempo radicado en el país. Pese a ello, son enormemente significativos: si en 2008 el número de inscritos creció un 3% respecto a 2007, con 2.745 nuevos residentes, en los dos años siguientes, 2009 y 2010, el incremento fue sensiblemente mayor, del 13% y el 14% (con 3.155 y 3.557 nuevos registrados, respectivamente), para dispararse en 2011 con 6.369 nuevos residentes, un 79% más que el año anterior. Una parte sustancial de estos recién llegados son personas jóvenes, de entre 25 y 40 años (el 33%), y titulados universitarios (26%)
Marcel Pedragosa no se ha inscrito todavía en el consulado. Tiempo habrá... Lo prioritario es consolidar su presencia aquí, lo que no es fácil. Su primer aterrizaje en París –ciudad que ya conocía–, en noviembre de 2010, no pudo ser más desalentador. Confiado en instalarse rápidamente en un estudio, se dio de bruces con el extremadamente difícil mercado inmobiliario de la capital francesa, caracterizado por la combinación letal de unos precios estratosféricos y la exigencia de garantías económicas abracadabrantes. Descubrió asimismo que la apertura de una cuenta bancaria –sin la cual uno no es nadie en Francia– es una tarea ciclópea y que cualquier paso choca con una burocracia demencial.
“En dos semanas gasté unos 2.000 euros y no conseguí casi nada. Así que regresé a Barcelona y decidí elaborar un plan”, explica. El primer desembarco en París, una ciudad tan fascinante como dura, tan hermosa como áspera, había sido una cruel decepción. Pero Marcel no se arredró. Se lo había jugado todo a esa carta...
Hijo de un padre dedicado a los negocios y una madre administrativa, que le inculcaron el sentido del esfuerzo, Marcel Pedragosa se había trazado inicialmente un camino distinto. Tras estudiar Comercio Internacional, Ciencias Económicas y Administración de empresas en la Universitat de Barcelona y la Universitat Oberta de Catalunya, en el 2000 inició una prometedora carrera profesional como consultor que le llevó a trabajar en varias empresas y que le permitió, con 22 años, independizarse de su familia. “Hoy algunas de esas empresas han cerrado”, comenta.
Pero en 2009 decidió cambiar radicalmente el rumbo y marcharse a estudiar a Edimburgo. El gusanillo de la fotografía, que nació en él cuando a los diez años dispuso de su primera cámara, se convirtió con los años en una pasión irrenunciable, que le llevó a romper con todo. “Me estuve preguntando si debía mantener mi apartamento de Barcelona, pero decidí cortar totalmente”, explica. Quería empezar libre de ataduras: “Una vez dado el salto, no quería volver a la vida anterior”.
Metódico y organizado –rasgos de su personalidad, pero probablemente también herencia de su antigua profesión–, Marcel preparó concienzudamente su regreso a París. Y esta vez, a base de insistencia y obstinación, logró –lo que es poco común– una plaza de residente en la parte reservada a artistas de la Ciudad Internacional Universitaria de París. El 12 de abril se cumplirá un año de su llegada. “Fue una gran sorpresa y al mismo tiempo una gran oportunidad”, dice. Pero su estancia debe ser renovada cada pocos meses y no puede sobrepasar dos años.
En agosto del año pasado consiguió su primer trabajo, como stagiaire (en prácticas), en la galería que la agencia norteamericana de fotografía Magnum tiene en Saint-Germain-des-Près, una actividad que ha intentado completar con trabajillos aquí y allá, mientras se dedica a realizar su proyecto artístico: “Crear una nueva interpretación visual de las ciudades”. Sus fotos, una especie de trazo impresionista del espacio urbano, han logrado interesar ya a la Biblioteca Nacional de Francia, que recientemente le compró cinco imágenes para su fondo permanente de fotografía contemporánea. “Un honor y un orgullo”, valora, Un inesperado reconocimiento a su esfuerzo. Y un estímulo, también, para seguir batallando lejos de casa
No hay comentarios:
Publicar un comentario