miércoles, 30 de abril de 2014

Valls impone su austeridad

“Yo asumo, sí, yo asumo”. Manuel Valls repitió ayer tarde varias veces esta fórmula en el Parlamento francés para comprometer su responsabilidad política y personal en el plan de recortes de 50.000 millones de euros preparado por su Gobierno para cumplir con los compromisos en materia de reducción del déficit público adquiridos con la Unión Europea. El primer ministro, criticado por el ala izquierda del Partido Socialista (PS) –tanto por su línea ideológica, juzgada demasiado a la derecha, como por el contenido de su programa financiero– se jugaba la estabilidad de su Gobierno. Y salió vencedor, aunque no triunfante. Su plan, que en realidad es el plan avanzado ya por el presidente François Hollande el pasado mes de enero, fue aprobado por 265 votos contra 232. Una mayoría suficiente, pero no absoluta.

La victoria de Valls quedó políticamente lastrada por 67 abstenciones, entre las que había las de 41 socialistas disidentes –un número superior al esperado por Matignon– que prometen complicarle la vida. Sólo de haber decidido votar en contra –como hicieron los ecologistas y los comunistas–, hubieran podido tumbar el proyecto. Los centristas, que reclaman desde hace años una acción decisiva para sanear las cuentas públicas, votaron a favor, mientras que la UMP votó en bloque en contra, argumentando que el plan no aborda ninguna reforma de fondo y es irrealista.

El voto de la Asamblea Nacional no era vinculante, tampoco era jurídicamente imprescindible para sacar adelante el programa de estabilidad financiera. Pero Valls lo quiso para apuntalar su posición. Era, pues, crucial. “El de esta tarde no es un voto indicativo, es un voto decisivo, que marcará la evolución de nuestro país”, subrayó el primer ministro, quien recordó que el resultado iba en cualquiera de los casos a “condicionar la legitimidad del Gobierno y la credibilidad de Francia”. La votación, a partir de aquí, estaba definitivamente marcada. Una desautorización en toda regla hubiera podido hacer caer al Gobierno y colocar a Hollande en la difícil tesitura de tener que decidir una disolución del Parlamento y la convocatoria anticipada de elecciones. Y prepararse, en tal caso, a una probable cohabitación con la derecha. Pero el PS no quiso suicidarse.

Manuel Valls no recurrió a los compromisos europeos de Francia para justificar su política de rigor. Todo lo contrario. El primer ministro denunció la política de endeudamiento sin freno practicada en los últimos decenios tanto por la derecha como por la izquierda. “No podemos seguir viviendo por encima de nuestra posibilidades”, sentenció.

Valls había preparado el terreno enviando el lunes a los diputados socialistas una carta en la que planteaba algunos retoques menores –“precisiones”, según el lenguaje oficial de Matignon– en el plan del Gobierno con el fin de suavizar la amarga poción servida a la mayoría gubernamental. El primer ministro, por ejemplo, aceptó excluir totalmente a las pensiones más bajas –en concreto, por debajo 1.200 euros– de las medidas decididas por el Gobierno, que incluyen su congelación hasta octubre del 2015. Asimismo, accedió a suspender el aplazamiento de un año de una revalorización excepcional del 2% ya acordada de la Renta de Solidaridad Activa (RSA), una ayuda destinada a personas sin recursos o con recursos bajos. Todo lo cual supone 500 millones de euros. A ello habrá que añadir aún una tercera concesión: la revalorización –después de tres años de congelación– de los salarios más bajos de los funcionarios a partir del próximo 1 de enero, lo que implica 1.000 millones más. En total, ello representa el 3% del recorte total de 50.000 millones. ¿De dónde saldrán estos descuentos? Nadie lo ha aclarado, pero el objetivo global no ha cambiado.

El recorte de 50.000 millones entre el 2015 y el 2017 se repartirá del siguiente modo: 18.000 millones a cargo del Estado central, 11.000 millones de las administraciones territoriales, otros 11.000 millones del Seguro de Enfermedad y 10.000 millones más del sistema de Protección Social. Las medidas más importantes de este plan son la congelación de las pensiones y de la mayor parte de las ayudas sociales –con las excepciones citadas–, así como de los salarios de los funcionarios. A medio plazo, el Gobierno quiere impulsar asimismo la fusión de las regiones, con el objetivo de reducir su número a la mitad, y suprimir los consejos generales de los departamentos, una entidad local equivalente a las diputaciones provinciales españolas.

El programa presentado por el Gobierno francés a la Comisión Europea el pasado miércoles mantiene el compromiso de rebajar el déficit público al 3% a finales del 2015. La posibilidad de renegociar un nuevo aplazamiento, que el propio Hollande había evocado en público, ha sido definitivamente abandonado después del rechazo expresado por Bruselas y por Berlín. Situado en el 4,3% el año pasado, París pretende acabar este año en el 3,8%, algo condicionado a un crecimiento de la economía del 1%. Para estimularlo, el Gobierno confía en el llamado Pacto de Responsabilidad, por el cual aligerará en 30.000 millones las cargas sociales sobre las empresas, con el fin de reforzar su competitividad, a cambio de destinar ese margen a inversiones y más empleo.


Aromas de la IV República

El líder de la UMP, Jean-François Copé, comparó la situación creada por la disidencia de 41 diputados socialistas con la situación existente en la IV República, con mayorías inestables y gobiernos obligados a pactar concesiones con unos y con otros. Algunos observadores políticos hicieron símiles parecidos.







martes, 29 de abril de 2014

Afrenta a Dumas

Villers-Cotterêts, una población francesa de 11.000 habitantes situada en el departamento del Aisne –unos 80 kilómetros al norte de París–, es conocida básicamente por tres cosas: el rey Francisco I firmó aquí en 1539 la ordenanza por la cual el francés sustituyó al latín en los actos y documentos oficiales; es la ciudad natal del célebre escritor Alexandre Dumas (padre), autor de “Los tres mosqueteros” y “El Conde de Montecristo”, y en ella está la sede central del grupo Volkswagen en Francia (una parte de la cual, no obstante, fue trasladada el año pasado a las proximidades del aeropuerto de Roissy-Charles de Gaulle). Desde el pasado mes de marzo, hay una cuarta: forma parte del puñado de municipios franceses gobernados por el ultraderechista Frente Nacional (FN)

Los nuevos alcaldes frentistas no han perdido la oportunidad de adoptar algunas medidas provocadoras, come dejar sin subvención a la Liga de los Derechos del Hombre (en Hénin-Beaumont) o retirar la bandera europea del Ayuntamiento (en Fréjus). Y el de Villers-Cotterêts, Franck Briffaut, no ha querido ser menos. El nuevo edil, que acabó en cabeza en la primera vuelta y fue elegido en la segunda –un enfrentamiento a tres bandas– con el 41,5% de los votos, ha decidido no celebrar la jornada nacional que conmemora la abolición de la esclavitud, que se celebra cada año el 10 de mayo en toda Francia desde el 2007.

El gesto, al margen de la ideología que traduce, es tanto más polémico cuanto que Alexandre Dumas, el hijo más brillante de la localidad, era un mulato hijo de un antiguo esclavo antillano. Su padre, Thomas Alexandre Davy de la Pailleterie, fue el primer general afroantillano del ejército francés –conocido como 'general Dumas'–, quien ascendió en la profesión de las armas durante la Revolución. Hijo de un aristócrata y de una esclava, él mismo fue vendido como esclavo antes de que su padre lo recuperara y le concediera su apellido. En este contexto, la decisión del alcalde de Villers-Cotterêts ha tenido la fuerza de un seísmo, cuyos efectos han trascendido el ámbito local.

“Estas conmemoraciones se inscriben en un proceso de culpabilización de Francia que se ha puesto de moda estos últimos años”, declaró Franck Briffaut para justificar su decisión, totalmente legal –a su juicio– por cuanto no existe una obligación jurídica de organizar una conmemoración con este motivo a nivel local. La jornada conmemorativa de la esclavitud fue instaurada por iniciativa del ex presidente Jacques Chirac con el objetivo de rendir homenaje a los descendientes de los antiguos esclavos. En Francia, la esclavitud fue abolida definitivamente en 1848, después de varios intentos infructuosos: la Revolución la prohibió, pero Napoleón la restableció.

Varias asociaciones antirracistas –SOS Racisme, la Liga de Derechos del Hombre, MRAP– y de los territorios de Ultramar difundieron ayer un comunicado en el que calificaban de “peligrosas” y “antirrepublicanas” las declaraciones realizadas por el alcalde para justificar su decisión. Y la Asociación de Amigos del General Dumas consideró que tiene una clara “connotación racista”.

El decreto de Chirac, aprobado en el 2006, establece que cada 10 de mayo deben celebrarse una ceremonia nacional en París, y otras ceremonias en cada departamento y en aquellos “lugares de memoria de la trata de esclavos”. Las asociaciones antirracistas consideran que éste es el caso de Villers- Cotterêts, por albergar la tumba del general Dumas e instaron al prefecto del Aisne a obligar al alcalde a cumplir la ley y organizar una conmemoración. Éste negó que tenga ninguna obligación legal y que su decisión menosprecie la memoria del escritor. Y añadió: “Yo no tengo ningún problema con Dumas”.


Un gigante a punto de ser despedazado

Francia va a perder uno de sus grandes grupos industriales, orgullo de su capacidad tecnológica. Alstom, gigante de la energía y el transporte ferroviario con pies de barro, acabará troceado y en manos de norteamericanos o alemanes. Aceptado lo inevitable, todo lo que el Gobierno francés intenta desesperadamente es salvar lo máximo posible en materia de mantenimiento de la actividad y del empleo en Francia. La nacionalización temporal de Alstom, como hizo en el 2004 el entonces ministro de Economía, Nicolas Sarkozy, y como reclaman hoy algunos sindicatos y partidos de la izquierda, parece esta vez del todo descartada. A fin de cuentas, la intervención de hace diez años no ha permitido reconstruir un grupo financiera y accionarialmente lo bastante sólido.

El presidente francés, François Hollande, recibió ayer en el Elíseo a los presidentes de General Electric, Jeffrey Immelt, y de Siemens, Joe Kaeser, así como del grupo Bouygues, Martin Bouygues, que con el 29,4% del capital es el principal accionista de Alstom y principal interesado en vender su parte. “El Estado tiene cosas que decir, porque hace (a Alstom) importantes encargos en sectores estratégicos”, declaró el presidente, cuya principal preocupación es el mantenimiento de la actividad industrial y del empleo –un total de 18.000 puestos de trabajo del grupo– en Francia. Otro centro de preocupación es la conservación de la independencia energética del país, que podría verse afectada –aunque este extremo es más discutible– por la pérdida de un importante productor de turbinas y equipamientos para centrales eléctricas. Suministrador del gran parque de centrales nucleares francés y encargado del mantenimiento de las turbinas del portaaviones Charles de Gaulle, Alstom no trabaja sin embargo en el corazón estratégico –altamente sensible– del sector nuclear.

El Estado francés dejó de ser accionista de Alstom en el 2006 y tiene pocas armas a su disposiciñon para imponer su criterio a los accionistas del grupo, toda vez que su actividad no parece estar salvaguardada por la ley del 2004 que protege los sectores industriales estratégicos –los ligados a la defensa, particularmente– de las inversiones extranjeras. Pero el hecho de ser uno de los principales clientes del grupo le otorga un poder de presión no menospreciable. De hecho, fue la intervención del Gobierno, con el ministro de Economía, Arnaud Montebourg, como punta de lanza, el que abortó el domingo pasado la conclusión de la operación con General Electric, que el presidente de Alstom, Patrick Kron, llevaba tiempo negociando, e introdujo en la partida a Siemens, históricamente interesada en el grupo francés. Alstom se ha dado de plazo hasta mañana, miércoles, para tomar una decisión.

La propuesta de General Electric es adquirir toda la parte de Alstom dedicada a la energía –más del 70% de su actividad– por una cantidad que podría rondar los 10.000 millones de euros. Por su parte, Siemens –que al cierre de esta edición no había formalizado aún su oferta– proponer quedarse igualmente la parte de la energía y ceder en cambio a Alstom toda su rama dedicada a la alta velocidad ferroviaria. Esta opción tiene dos claras ventajas sobre la primera: ofrece una solución europea –más digerible– y refuerza el papel de Alstom como gigante del transporte ferroviario. Pero puede ser también más perniciosa para el empleo.




miércoles, 23 de abril de 2014

Franceses contra franceses en Siria

Los carceleros de los cuatro periodistas franceses retenidos hasta el pasado fin de semana en Siria por el grupo terrorista Estado Islámico en Iraq y en Levante (EIIL), vinculado a Al Qaeda, podrían ser tan franceses como sus prisioneros. Al menos, su dominio del idioma era perfecto. Este turbador detalle, avanzado por el ministro francés de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, ha puesto de nuevo sobre la mesa el problema de los musulmanes franceses –algunos de ellos, conversos– que han ido a Siria con el objetivo de sumarse a la Yihad.

Los servicios de información calculan que alrededor de 500 jóvenes franceses han partido a combatir en Siria desde el inicio de la guerra civil en el 2011, de los que actualmente habría sobre el terreno unos 250. Una parte de ellos ha regresado a Francia –donde son sometidos a vigilancia– y una veintena han muerto. Éste es el caso de dos hermanos, Nicolas y Jean-Daniel Bons, de 30 y 22 años, convertidos al islam, que perecieron el año pasado: en combate, el primero y en un atentado suicida, el segundo. Todos llegan a su destino a través de Turquía, país al que los europeos pueden viajar sin visado.

El Gobierno francés analizará justamente hoy, en la reunión del Consejo de Ministros, un nuevo paquete de medidas para reforzar las ya adoptadas en el 2012 para combatir el reclutamiento en Francia de yihadistas, que a su regreso al país podrían lanzarse a perpetrar atentados terroristas. Entre ellas está la creación de un dispositivo de asistencia social y psicológica a las familias que detecten un proceso de radicalización en alguno de sus miembros –en línea con un sistema ya experimentado en Austria–, al que se asociaría una campaña de sensibilización. También se plantean nuevas restricciones en materia de concesión de pasaportes, que podrían denegarse a determinados sospechosos y que serían fichados en el registro de personas buscadas y en el sistema de información de Schengen. Asimismo, se propone restablecer la obligación para los menores de edad de contar con la autorización paterna para salir del país, lo que ahora no es el caso. Y que permitió, por ejemplo, que el pasado mes de enero dos estudiantes de un liceo de Toulouse se encaminaran hacia Siria para horror y estupefacción de sus padres. La medida pretende combatir un fenómeno que, aunque minoritario, provoca una creciente alarma social.

“Francia adoptará todas las medidas para disuadir, impedir y castigar a quienes se dejen tentar por la yihad”, remarcó el presidente francés, François Hollande, quien aprovechó la presentación de una exposición en el Instituto del Mundo Árabe sobre las peregrinaciones a La Meca –en presencia de representantes de Arabia Saudí–, para anunciar este nuevo “arsenal” de medidas.

Las iniciativas que han trascendido son fundamentalmente preventivas. De hecho, las de carácter penal ya se adoptaron en la reforma de la legislación antiterrorista aprobada a finales del 2012, que permite juzgar y condenar en Francia a quienes cometan atentados en el extranjero, acudan a campos de entrenamiento de terroristas o hagan apología de la yihad en internet. Un francés convertido, Romain Letellier –alias Abu Siyad Al-Normandy– fue el primero en ser condenado el pasado marzo, a tres años de cárcel, por este último delito. 


Muere un rehén francés retenido por los islamistas en Mali

El grupo islamista maliense Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental (Muyao) anunció ayer la muerte del ciudadano francés de origen portugués Gilberto Rodrigues Leal, secuestrado en Mali en noviembre del 2012. “(Rodrigues) ha muerto porque Francia es nuestro enemigo”, declaró un portavoz por teléfono a la agencia France Presse, sin precisar ni la causa ni la fecha en que se habría producido la muerte.









sábado, 19 de abril de 2014

Los zapatos de Aquilino

Aquilino Morelle, uno de los principales consejeros de François Hollande en el Elíseo, adora los zapatos de lujo, hechos a medida, y le gusta cuidarlos bien: regularmente, cada dos meses, un experto limpiabotas acudía al palacio de la Presidencia de la República a lustrar sus Weston y sus Davison. Una imagen devastadora para un Gobierno que hace sólo tres días anunció la congelación de las pensiones y las prestaciones sociales a los franceses más modestos en aras de la austeridad...

Pero no son las aficiones personales del jefe de la comunicación del Elíseo, conocido en palacio como el 'petit marquis' (“el marquesito”), las que le llevaron ayer a presentar su dimisión, sino algo más comprometedor: el diario digital Mediapart desveló también que en el 2007 Morelle trabajó de forma subrepticia como asesor de dos laboratorios farmacéuticos mientras era miembro de la Inspección General de Asuntos Sociales (IGAS), entre cuyas competencias está la fármacovigilancia.

Nacido hace 51 años en París, Aquilino Morelle forma parte de la nueva generación de políticos franceses de origen español. Doctor en medicina, quien escribiera los discursos de Lionel Jospin primero y de François Hollande después, es hijo de asturianos. Su padre, minero, emigró a Francia en busca de un trabajo mejor, que encontró en la fábrica de Citroën en Nanterre (periferia de la capital francesa). De familia modesta, sexto de siete hermanos, Morelle es una nueva muestra de fulgurante ascenso social: además de sus estudios de medicina, el consejero caído estudió asimismo en Sciences Po y es diplomado de la Escuela Nacional de Administración (ENA)

Su amigo Manuel Valls, también de origen español, con quien coincidió en el gabinete de Lionel Jospin, y hoy primer ministro, le aconsejó presentar la dimisión sólo 24 horas después de que Mediapart lanzara su bomba. El propio Hollande salió en persona a comentar la renuncia de su consejero, que aceptó “inmediatamente” y que juzgó inevitable. “Aquilino Morelle ha tomado la única decisión que se imponía, que convenía”, afirmó. El presidente francés no quería que el problema se enquistara como sucedió con el exministro del Presupuesto, Jérôme Cahuzac, obligado a dimitir tras descubrirse su fraude fiscal, que negó durante meses.

Aquilino Morelle, por su parte, se defendió asegurando no haber hecho nada ilegal ni que entrañara un “conflicto de intereses”. Pero la IGAS informó de que nunca pidió autorización para actuar como consejero para laboratorios farmacéuticos, en contra de lo que estaba obligado a hacer.


"Si el paro no baja, no hay razón para ser candidato”

“Si el paro no baja de aquí al 2017, no tengo ninguna razón para ser candidato o ninguna posibilidad de ser reelegido”. Con su legendaria ambigüedad –un arte en el que tiene pocos rivales–, François Hollande dejó planear ayer la duda sobre su candidatura a un segundo mandato en el Elíseo. El presidente respondía a una pregunta durante una visita a Michelin, en Clermont-Ferrand.






La leal infantería y el BCE

Francia asumirá sus obligaciones en materia de reducción de déficit público –particularmente, el objetivo de situarlo por debajo del 3% a finales del 2015– pero a cambio quiere que el Banco Central Europeo (BCE) modifique su política monetaria e intervenga decididamente para depreciar el euro, cuyo valor de cambio –alega París– arruina todos los esfuerzos de competitividad que realizan los países europeos. Los franceses, que hablan sin reparos de “contrapartidas”, reclaman también que la Comisión Europea lleve a cabo una verdadera política de relanzamiento para favorecer el crecimiento.

“Nosotros asumimos nuestras responsabilidades en lo que concierne al déficit público, lanzamos reformas. Pero a cambio vamos a pedir algunas cosas a Bruselas –declaró el ministro francés de Economía, Arnaud Montebourg, en una entrevista publicada el jueves por el diario económico Les Échos–. Queremos contrapartidas en el interés de Francia y de Europa”. “Ha que ayudar a las infanterías nacionales que se esfuerzan por restablecer sus cuentas públicas con un apoyo aéreo del Banco Central Europeo (BCE)”, añadió en lenguaje militar.

Montebourg sostuvo que Francia sólo podrá asumir “decisiones difíciles” si cuenta con el apoyo de una “nueva política monetaria” más expansiva, en la línea de la Fed norteamericana. “El euro está demasiado caro y eso es un asunto político”, declaró para justificar la necesidad de que este tema sea abordado por el Consejo Europeo, a quien compete –subrayó– la política cambiaria. El nuevo patrón de Bercy saludó las recientes declaraciones del presidente del BCE, Mario Draghi, en las que aludió a la posibilidad de recurrir a medidas no convencionales para depreciar el euro, y le animó a dar el paso siguiente: “Debe pasar al acto”.
Antiguo apóstol de la “desmundialización” y 'enfant terrible' del Partido Socialista –donde se sitúa en el ala izquierda–, Montebourg siempre se ha mostrado muy crítico con las políticas de Bruselas y de Frankfurt. 

Pero en esta ocasión, y a pesar de su ganada fama de francotirador, no ha ido por libre. Su colega Michel Sapin, ministro del Presupuesto y de Finanzas, utilizó el mismo lenguaje para referirse a las declaraciones de Draghi, que consideró “la primera de las contrapartidas” que Francia espera recibir por su esfuerzo de saneamiento presupuestario. O al menos, así pretendió venderlo.

Para los franceses –y para el PS en particular– el proyecto del Gobierno de reducir el gasto público en 50.000 millones de euros entre el 2015 y el 2017 es una amarga píldora difícil de tragar. De ahí la insistencia en tratar de obtener alguna compensación. De hecho, esta línea la marcó ya el nuevo primer ministro, Manuel Valls, durante su discurso de política general –una suerte de investidura– ante la Asamblea Nacional el pasado día 8: “El Banco Central Europeo aplica una política monetaria menos expansionista que sus colegas americanos, ingleses o japoneses. Y es en la zona euro donde la recuperación económica es menos vigorosa”, remarcó Valls, quien manifestó su voluntad de abordar este tema con sus socios comunitarios.

El programa de recortes anunciado por el primer ministro el miércoles pasado –que supondrá la congelación, por primera vez desde el inicio de la crisis, de las pensiones y las prestaciones sociales– ha causado un hondo malestar en la izquierda. En el propio PS, un centenar de diputados contestó un día después los planes del Gobierno y le instó a limitar los recortes a 35.000 millones. Los sindicatos están totalmente en contra y han anunciado protestas para el 15 de mayo por la congelación salarial de los funcionarios.


El hada de la moda

Cuando el barco amenaza con hundirse –o casi–, hay que coger lo más valioso que uno pueda llevar consigo y saltar sobre un bote salvavidas. Eso es exactamente lo que hizo Mouna Ayoub, millonaria mujer de negocios libanesa y consumidora compulsiva de alta costura, cuando su soberbio yate de cuatro mástiles, el Phocéa, embarrancó en el 2002 en la costa de la isla de Córcega, cerca de Saint-Florent. Ayoub se vistió con uno de sus exclusivos modelos de Jean-Paul Gaultier –Bateau-Lavoir– y cargó dinero y joyas por valor de cinco millones de euros en un bolso –Houston– diseñado por Marc Jacobs para Louis Vuitton. Caído al mar a causa de una falsa maniobra, el Houston flotó y su tesoro pudo ser recuperado por su propietaria. El bolso, de un valor estimado de entre 400 y 600 euros, y el conjunto de Gaultier –de 10.000 a 20.000 euros– forman parte de las 1.000 piezas del rico patrimonio que albergaba el velero y que, agrupadas en 400 lotes, saldrán a subasta en la casa Drouot de París los próximos 28 y 29 de abril. El Phocéa fue vendido antes, en el 2010.

El catálogo de la subasta es una muestra limitada, pero harto significativa, del gusto de Mouna Ayoub por los productos de lujo. Basta comprobar las firmas: Baccarat, Bulgari, Cartier, Dior, Dunhill, Hermès, Jean Paul Gaultier Couture, Lalique, Lanvin, Lorenz Bäumer, Louis Vuitton, Swarovski, Tiffany & Co, Yves Saint Laurent... ¡Y lo que no está allí!

Porque si por algo es esencialmente conocida Mouna Ayoub en el mundo de la moda es por ser la primera consumidora –y auténtica mecenas– de la alta costura, un club hiperrestringido en el que reina sin competencia, como un hada madrina. Cada año compra entre una docena y una veintena de vestidos exclusivos a los grandes creadores. Sólo los luce una vez, veces ni eso. Y en las tres últimas décadas ha atesorado una colección valiosísima integrada por 1.600 modelos únicos, que conserva en cajas especiales –alejados del polvo, de la luz, de la humedad, del calor– y perfectamente inventariados en una almacén en el centro de Francia. Uno de sus modelos más caros, Gold, de Chanel –valorado en 300.000 euros–, lo cedió al Museo de la Moda. “Adoro la alta costura, es mi única pasión –ha dicho–, algunos se gastan millones en el juego, otros trafican con armas, no hay nada de vergonzoso en comprar alta costura”. Sobre todo, si se puede.

Mouna Ayoub, nacida en Kuwait en febrero de 1957 en el seno de una familia libanesa de confesión cristiana maronita, no parecía llamada a poder pagarse algún día los caros modelitos que veía en las revistas francesas de moda. Instalada en París, donde su familia se refugió huyendo de la guerra civil en Líbano en 1975, Ayoub combinaba sus estudios universitarios por la mañana con un trabajo de camarera por la tarde en el restaurante Le Beyrouth, cuando conoció allí al que sería su marido, el hombre de negocios saudí Nasser al-Rachid, próximo al rey Jaled y llamado a convertirse en multimillonario. Ella tenía 19 años, él veinte más.

El día de su boda, el 1 de febrero de 1978, ella lució su primer vestido de alta costura, un modelo de Jean-Louis Scherrer. Convertida forzosamente al islam e instalada en Arabia Saudí, la alta costura pasó a ser desde entonces un capricho que mostrar únicamente en privado, en la mansión dorada en la que vivió 18 años, obligada a salir tapada de pies a cabeza, sin poder conducir, pasear sola o hablar con hombres. Y en el pretexto para hacer suntuosas escapadas a París. Así lo explica en su biografía –La Vérité–, editada en el 2000.

Su vida cambió con su divorcio, en 1996, con el que Mouna Ayoub –a cambio de ceder a su exmarido la custodia de los cinco hijos de la pareja y otras salvaguardas jurídicas– obtuvo una suculenta compensación valorada en 420 millones de francos (64 millones de euros) en forma de joyas, lingotes de oro, coches de lujo, un gran apartamento en Montecarlo –donde reside–, una mansión en Neuilly-sur-Seine –junto a París– y otras propiedades en Estados Unidos, Líbano y Arabia Saudí, así como fondos depositados en varias cuentas bancarias. Y que ella ha hecho crecer hasta acumular una fortuna calculada en 360 millones de euros.

Pocos meses después adquirió el Phocéas, impresionante velero que había pertenecido al empresario Bernard Tapie y que hizo remozar de arriba a abajo para convertirlo en un yate de superlujo. Por sus puentes pasearon desde el Príncipe Alberto de Mónaco al rey Juan Carlos de España, pasando por numerosas personalidades de la economía, de la moda, de la música y del cine. La fuente de plata donde se mantenía frío el champán –diseñada por el joyero Cusí– sale también a subasta con un valor estimado de 2.000 a 4.000 euros. ¿Quién puja? 


jueves, 17 de abril de 2014

Un agujero más en el cinturón

No se trata de un recorte, sino sólo de una estabilización –en principio temporal, hasta octubre del 2015–, y está lejos de los sacrificios que han asumido otros países europeos, pero ha tenido en Francia la fuerza de un seísmo. Por primera vez desde el inicio de la crisis, el Gobierno francés, dirigido por el recién nombrado primer ministro Manuel Valls, ha decidido congelar la cuantía de las pensiones y de la práctica totalidad de las prestaciones sociales. La medida, recibida como una ducha fría por la izquierda –incluido el propio Partido Socialista (PS)– y los sindicatos, forma parte del programa de reducción del déficit que prepara el Ejecutivio francés y que supondrá, como ya avanzó el mes de enero el presidente François Hollande, un recorte del gasto público de 50.000 millones entre el 2015 y el 2017.

“No podemos vivir por encima de nuestros medios; debemos romper con esta lógica de la deuda, que progresivamente y solapadamente nos está atando de manos”, declaró el miércoles Manuel Valls tras la reunión del Consejo de Ministros, subrayando con su presencia excepcional la importancia del asunto. El primer ministro recordó que la deuda pública pasó del 50% del Producto Interior Bruto (PIB) en el 2002 al 90% diez años después y que esta deriva es insostenible. No se trata tanto de cumplir con la directrices europeas, vino a decir –sin citar nunca a Bruselas–, como de conseguir que el país pueda “recuperar su soberanía”.

Pero lo cierto es que París no ha tenido más remedio que plegarse a lo suscrito con su socios europeos. Así pues, Valls reafirmó que “Francia cumplirá sus compromisos” en materia de reducción del déficit –por debajo del 3% del PIB en el 2015–, descartando así definitivamente la posibilidad de pedir formalmente un nuevo aplazamiento a la Comisión Europea. El ministro del Presupuesto, Michel Sapin, y el propio presidente de la República, François Hollande, expresaron la semana pasada su deseo de conseguir un nuevo relajamiento en el ritmo de reducción del déficit –que ya hubiera sido el tercero–, pero las reacciones hostiles de Bruselas y Berlín les han forzado a renunciar a tal pretensión.

El recorte de los 50.000 millones, sobre el que Valls explicó algunas concreciones, será repartido entre el Estado central (18.000 millones), las administraciones territoriales (11.000 millones), el Seguro de Enfermedad (10.000 millones) y la Protección Social (11.000 millones más) Este último capítulo, sobre el que hasta ahora nadie se había pronunciado abiertamente, es el que más ampollas levantó, pues comportará la congelación de la cuantía de las pensiones y de la mayoría de las prestaciones sociales (vivienda, familia e invalidez) Sólo las prestaciones mínimas, como las jubilaciones más bajas y la Renta de Solidaridad Activa (RSA), serán revalorizadas conforme a la inflación. El resto del ahorro procederá de diversas reformas en marcha sobre las ayudas a la familia, la prestación de desempleo o el funcionamiento de la Seguridad Social. Por lo que hace al Seguro de Enfermedad, los recortes pasarán básicamente por la reducción de las hospitalizaciones y la rebaja en el gasto de medicamentos.

En lo que respecta al Estado central, el paquete incluye también la congelación de los sueldos de los funcionarios –que se mantienen inalterados desde el año 2010– y la reducción de efectivos en determinados ministerios y organismos gubernamentales. Pero en ningún caso en Educación, Justicia y Seguridad, que Hollande prometió incrementar durante su campaña electoral.

Los anuncios realizados por Valls fueron ásperamente criticados por la izquierda radical y los comunistas, así como por los sindicatos, de la CGT a Fuerza Obrera pasando por el moderado CFDT. Pero, sobre todo, cayeron como un rayo sobre el grupo socialista en la Asamblea Nacional, que en medio de una reunión descubrió con estupefacción el proyecto del Gobierno por televisión. En palabras del diputado Christian Paul, del ala izquierda del partido, los parlamentarios del PS quedaron “aterrados” ante las medidas, que tocan de lleno a las clases populares.


La opinión pública da la espalda a Hollande

François Hollande ya puede hacer lo que quiera, que su imagen ante la opinión pública francesa no para de degradarse. Un último sondeo-ficción, aparecido el miércoles –y realizado, por consiguiente, antes del anuncio de los recortes–, vaticinaba que si ahora mismo se repitieran las elecciones presidenciales del 2012, en las que alcanzó la victoria, el actual inquilino del Elíseo ni siquiera pasaría de la primera vuelta: con tan sólo el 19% de los votos, sería superado claramente por Nicolas Sarkozy (29%) e incluso por Marine Le Pen (25%), repitiéndose –con un resultado ampliado para la líder del FN– el terremoto del 2002 cuando el padre eliminó al primer ministro socialista Lionel Jospin. El cambio de Gobierno sólo parece haber beneficiado a Manuel Valls, el nuevo hombre fuerte, que con una popularidad del 58% está cuarenta puntos por encima –¡cuarenta!, lo nunca visto– de la del presidente.





martes, 15 de abril de 2014

Un violador y 527 sospechosos

Un equipo de 16 agentes de la policía judicial desembarcó a primera hora de la mañana de ayer en el liceo privado católico Fénelon-Notre-Dame, en la ciudad francesa de La Rochelle (Charente-Maritime), armado con guantes, mascarillas y bastoncillos de algodón. Su misión, recoger muestras de ADN con el fin de tratar de identificar al autor de la violación, el 30 de septiembre pasado, de una estudiante de 16 años en unos lavabos del establecimiento, de 1.300 alumnos.

Ante el empantanamiento de la investigación, que durante seis meses no ha conseguido avanzar ni un milímetro, la justicia decidió la semana pasada una acción radical: efectuar un test masivo de ADN sobre los potenciales sospechosos. O lo que es lo mismo, los 527 hombres –475 alumnos, la mayoría de ellos menores de edad, 31 profesores y 21 miembros del personal no docente– que se encontraban en el centro el día de los hechos. La policía cuenta con una huella de ADN del presunto violador, rescatada de las ropas de la muchacha. Es, en realidad, lo único que tiene...

La violación se produjo en la oscuridad y por detrás. La víctima, sorprendida por la espalda, no pudo zafarse de su agresor ni verle la cara. Lo único que los investigadores han podido establecer es que la huella de ADN no pertenece a ningún miembro masculino de la familia de la chica. Ni tampoco a los individuos que han sido condenados alguna vez por agresión sexual y cuyo ADN está registrado en el Fichero Nacional Automatizado de las Huellas Genéticas (FNAEG)

Llegados a un callejón sin salida, la fiscal de La Rochelle, Isabelle Pagenelle, decidió realizar un test masivo de ADN, una medida de la que existen precedentes pero que es harto infrecuente y más aún en un centro escolar. Era eso o archivar el caso, ha subrayado, con el riesgo de dejar suelto a un violador y probable reincidente. Nada asegura, sin embargo, que el violador sea alguien vinculado al liceo. Aunque sea improbable, no es imposible que fuera alguien de fuera. En tal caso, la investigación chocará con un muro infranqueable... De hecho, en otros tests masivos realizados en el pasado –en Pleine-Fougères en 1997, en Guermantes en el 2003, en Saint-Brévin-les-Pins en el 2004– el resultado fue nulo.

Los policías, vestidos de civil, empezaron ayer a tomar las primeras 200 muestras en el liceo Fénelon-Notre-Dame, tarea que proseguirán hoy y mañana. Los convocados pasaban de ocho en ocho por las dos salas del instituto requisadas para tal fin. Los agentes tomaban dos muestras, bajo la lengua y en el interior de la mejilla, que serán enviadas en primer lugar a un laboratorio de Lyon para establecer el perfil genético de cada uno y, después, a otro laboratorio de Nantes que realizará la comparación con el ADN hallado en las ropas de la víctima. Los resultados pueden tardar entre seis y ocho semanas. La inmensa mayoría de ellos –si no todos– acabarán exculpados y sus códigos genéticos destruidos.

Durante la primera jornada, nadie se negó a someterse a las pruebas, aunque legalmente podrían haberlo hecho. Por si acaso, la fiscal de La Rochelle ya advirtió que una negativa sería interpretada como un motivo de sospecha y el renuente, detenido, interrogado y su domicilio, registrado. Persuasivo, el argumento lo es...
Informados el jueves pasado, a través de una carta, y el viernes en una reunión, los alumnos del centro –y sobre todo sus padres– se preguntan cómo la justicia puede haber callado los hechos durante seis meses y no haber realizado antes tales pruebas. Junto a la inquietud lógica, hay también otro tipo de aprensión. Como dijo uno de los estudiantes a Europe 1: “Tenemos ganas de saber, pero en el fondo de nosotros, no queremos saber, porque si lo encuentran, será un amigo...”.

Razones plausibles

La ley francesa prevé la posibilidad de realizar tests de ADN cuando hay una o varias razones plausibles que abonen la sospecha de que la persona en cuestión ha cometido un delito. ¿Ser alumno de un instituto es una razón suficiente para ser considerado sospechoso? La Liga de Derechos Humanos (LDH) no lo ve así y juzga la medida “desproporcionada, amenazadora y traumatizante”.






domingo, 13 de abril de 2014

Sombras en el país de las Mil Colinas

Una intensa emoción embargó, el lunes 7 de abril, a las 30.000 personas que abarrotaban el estadio Amaharo, en Kigali, la capital de Ruanda, para conmemorar el 20º aniversario del genocidio que en un mes acabó con la vida de 800.000 personas –la mayoría, tutsis– a manos del ejército y las milicias extremistas hutus. El secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, siete jefes de Estado africanos y representantes oficiales de una treintena de países acudieron a la cita. Pero no había ninguna autoridad francesa. El Gobierno galo, ofendido por las acusaciones lanzadas por el régimen de Kigali sobre su presunta participación en las masacres, suspendió la presencia de la ministra de Justicia, Christiane Taubira. Y las autoridades ruandesas vetaron la presencia del embajador francés, Michel Flesch. El incidente refleja la tensión soterrada que enfrenta desde hace dos décadas a París y Kigali –a pesar de los periódicos intentos de reconciliación–, pero sobre todo pone de relieve uno de los aspectos más oscuros de la política exterior de Francia, cuyo papel en la tragedia ruandesa es cuando menos harto equívoco.

El presidente de Ruanda, el tutsi Paul Kagame, antiguo líder del Frente Patriótico Ruandés (FPR), que se hizo con el poder en julio de 1994, acusó a Francia en vísperas de la conmemoración de haber participado activamente en el genocidio. No era la primera vez. Y en los actos oficiales, insistió implícitamente en ello: “Ningún país es lo bastante poderoso –incluso si cree serlo– para cambiar los hechos”, dijo.

En Francia, la indignación ha sido descriptible. Unos y otros, sin distinción política, se han sucedido a la hora de expresar su airada protesta. “Yo no acepto acusaciones injustas e indignas”, se quejó el nuevo primer ministro, Manuel Valls. La derecha como la izquierda están comprometidas en este asunto, pues en el momento de los hechos había un gobierno de cohabitación, con el socialista François Mitterrand en el Elíseo y el conservador Édouard Balladur en Matignon. Y si las acusaciones de Kagame contra París pueden parecer exageradas, la actuación francesa en Ruanda está lejos de ser diáfana.

Ruanda nunca fue una colonia francesa, nunca formó parte de la 'Françafrique'. La potencia colonial originalmente responsable de haber consolidado y acentuado, bajo su dominio, las divisiones raciales entre hutus y tutsis fue Bélgica, que dejó un rastro nefasto en África, especialmente en el Congo. Pero en los años noventa, la única potencia europea con una presencia activa en el país de las Mil Colinas era Francia.
Durante cuatro años, a partir de 1990, París se convirtió en el principal sostén político y militar del régimen del presidente hutu Juvénal Habyarimana frente a los ataques de la guerrilla del FPR desde la vecina Uganda. Su interés era frenar un supuesto avance de la influencia anglosajona –y particularmente norteamericana– en el centro de África. “¡Lástima que los belgas no hayan sido todos flamencos, eso nos hubiera evitado tener que defender la francofonía!”, bromeó en una ocasión Mitterrand, según ha explicado en Le Nouvel Observateur quien en aquel entonces fuera director de gabinete de Pierre Joxe en el Ministerio de Defensa, François Nicollaud.

Francia presionó –siempre muy moderadamente– al presidente Habyarimana para que aceptara una apertura del régimen y se aviniera a un acuerdo con los opositores tutsis. Y nunca mostró mucho entusiasmo con los términos del acuerdo alcanzado en la ciudad tanzana de Arusha, que consideraba demasiado beneficioso para el FPR tutsi. París tenía claro de qué lado estaba y eso se vería pronto, en el momento en que los acontecimientos se precipitaron trágicamente.

El 6 de abril de 1994, el avión en el que el presidente Habyarimana regresaba a Kigali tras firmar el acuerdo de paz fue abatido por un misil, presuntamente lanzado por los partidarios de la línea dura del régimen. El atentado marcó el inicio del genocidio, meticulosamente preparado. En aquel momento, la presencia militar francesa –centrada en tareas de asesoramiento y formación– era mínima y no tenía capacidad para frenar las masacres. Los cascos azules de la ONU, impotentes, se acabaron marchando...

Pero si los franceses hicieron algo fue proteger a la familia del presidente asesinado y a los principales dignatarios del régimen y del Gobierno hutu, que hallaron refugio en la embajada de Francia. Y cuando, el 22 de junio, París envió bajo mandato de la ONU a 2.500 soldados en misión humanitaria –la denominada Operación Turquesa– esta ambigüedad se mantuvo. Francia asegura que su intervención permitió salvar miles de vidas. Aunque en Bisesero, su tardanza en intervenir –tres días– dejó a miles de tutsis a merced de sus verdugos, que los masacraron... Por otro lado, diversos testimonios sostienen que el ejército francés siguió amparando a los radicales hutus –a quienes en ingun momento detuvo ni desarmó–, facilitando su huida hacia la actual República Democrática del Congo. Mientras, un ex gendarme, el capitán Paul Barril –antiguo responsable de la célula terrorista del Elíseo–, se encargaba de suministrar armas, aparentemente por su cuenta, al régimen genocida... Veinte años después aún hay muchas preguntas sin respuesta. 


Primera condena en Francia

El pasado miércoles, la policía francesa detuvo y encarceló por orden judicial a un ciudadano franco-ruandés, Claude Muhayimana –quien obtuvo la nacionalidad francesa en el 2010–, por su presunta implicación en las matanzas de abril de 1994 en Ruanda. Se da la circunstancia de que el Tribunal de Casación había rechazado en su día su extradición, solicitada por las autoridades de Kigali. Otro sospechoso de participar en el genocidio, el médico Charles Twagira, fue procesado el pasado mes de marzo por este motivo. En este momento, hay 27 encausados. Hasta ahora, sin embargo, la justicia francesa no ha sido muy activa en este asunto. La primera y hasta ahora única condena se produjo el pasado 14 de marzo, cuando la Audiencia de París impuso una pena de 25 años de cárcel a un antiguo capitán de la guardia presidencial truandesa, Pascal Simbikangwa, por genocidio.



sábado, 12 de abril de 2014

Mucho más que una torre

Cuando uno se apellida Eiffel puede ser cualquier cosa menos ingeniero. El peso de la fama de Gustave Eiffel, que dejó una huella imborrable con su célebre torre –emblema de París y de Francia– y sus innovaciones en muchos otros ámbitos, algunos poco conocidos, puede aplastar a cualquiera. Sólo uno de sus nietos, –ya desaparecido– probó suerte. Nadie más en la familia siguió ese camino de espinas. Philippe Coupérie-Eiffel, de 62 años, tataranieto del gran hombre, tampoco. Cría caballos y produce vino en la región de Burdeos. Y en los últimos años se ha propuesto erigirse en guardián de la memoria de su antepasado, a la que ha dedicado un magnífico libro de gran formato con fotos, croquis y documentos inéditos bajo el declarativo título “Eiffel por Eiffel”.

“Yo soy el único de mi generación –explica– en haber mantenido una relación directa, estrecha, con una de las hijas de Gustav Eiffel, mi bisabuela Valentine”. Fue a través de ella que Philippe Coupérie-Eiffel se sumergió en la historia familiar y heredó las memorias –el “testamento moral”, lo llama– escritas por el genio, que en cinco tomos relató su aventura personal e industrial. “Eiffel no se resume en una torre”, alega categórico. Y se ha propuesto explicarlo al mundo.

Gustav Eiffel (Dijon 1832, París 1923) no fue un buen estudiante y, en su momento, fue rechazado su ingreso en la selecta Escuela Politécnica (lo que le condujo a estudiar en la Escuela Central). Pero su capacidad, como el tiempo se encargaría de demostrar ampliamente, era en realidad infinitamente superior a la media. Eiffel tenía 26 años cuando construyó su primera gran obra, el puente metálico del ferrocarril en Burdeos –por cuenta de Charles Nepveu–, a la que seguirían muchas otras, realizadas ya a través de su propia empresa, creada en 1864, cuya fábrica instaló en Levallois-Perret, en la periferia oeste de París, junto al Sena.

El puente de Oporto sobre el Duero, el viaducto de Garabit (Cantal), la estación de tren de Budapest, el armazón de hierro de la Estatua de la Libertad, en Nueva York... son acaso sus obras más conocidas. Pero los puentes de Eiffel, realizados con piezas prefabricadas –“Había un puente portátil, desmontable, de 25 metros que se entregaba en un kit y podía ser montado con una decena de obreros”, explica su tataranieto–, se encuentran en todo el mundo, desde Asia –donde hay 124 sólo en la línea férrea de Yunnan, en China–, a América Latina, donde también vendió iglesias de hierro forjado...

Ingeniero audaz e inventivo, además de empresario avisado, Gustav Eiffel tenía ya un nombre reconocido y respetado cuando presentó su propio proyecto –iniciado por dos de sus colaboradores– para la gran torre de 300 metros de altura que debía coronar la Exposición Internacional de París de 1889. “Donde otros decían que no, que no era posible, él siempre decía que sí”, subraya Philippe Coupérie-Eiffel. Su proyecto, como es sabido de todo el mundo, ganó el concurso y Eiffel obtuvo la adjudicación de la obra y de la explotación del monumento durante veinte años. “Eiffel pagó el 85% de lo que costó levantar la torre con su propio dinero, la subvención cubrió sólo una pequeña parte”, recuerda su descendiente. Inversión que recuperó sin problemas, dado el éxito de visitantes que tuvo. Sólo durante la duración de la exposición se recaudaron seis millones de francos, cuando el coste total se había acercado a los ocho millones.

Las obras, que duraron dos años y dos meses, se enfrentaron a peliagudos problemas técnicos, principalmente a causa de la presencia de agua en el subsuelo. Pero lo más duro fue la feroz campaña que lanzó en 1887 un grupo de artistas, encabezado por Guy de Maupassant, contra el proyecto, que consideraban una aberración estética. “Yo creo que mi torre será bella”, les respondió Eiffel en una carta, en la que les instaba a juzgarla cuando estuviera construida. “El primer principio de la estética arquitectónica es que las líneas esenciales de un monumento estén determinadas por la perfecta adecuación a su propósito. ¿Cuál es la principal condición que yo he debido tener en cuenta en la construcción de mi torre? La resistencia al viento. Pues, bien, estoy convencido de que las curvas de las cuatro espinas del monumento, tal como el cálculo me ha indicado trazarlas, darán la impresión de belleza, pues materializarán la audacia de mi concepción”, escribió el ingeniero. Pocos, muy pocos, se lo discutirían hoy.

Si Gustave Eiffel viera ahora la enorme cantidad de objetos que se comercializan con la imagen de la torre que lleva su nombre –empezando por los llaveros de latón de los vendedores ambulante y acabando por los lujosos complementos de moda– seguramente sonreiría, pero en ningún caso se sorprendería, pues él mismo avanzó ya en la época los beneficios del márketing y ató en el contrato la venta de productos derivados de la torre. “Era también un hombre de negocios”, constata Philippe Coupérie-Eiffel.

Después de semejante proeza, otro se hubiera retirado. Pero no Gustave Eiffel, que aún antes de acabar la torre ya empezó a trabajar en otros proyectos. Llamado al rescate por Ferdinand de Lesseps para abordar la difícil obra del Canal de Panamá –en la que se había empantanado por su pretensión de abrir un canal a nivel–, el ingeniero concibió la construcción de un centenar de esclusas. Si el canal es hoy lo que es, se le debe también a Eiffel, quien sin embargo salió escaldado del proyecto: la quiebra de la sociedad constructora dio lugar a un escándalo político-financiero que condujo en 1893 a Eiffel, junto a otros, al banco de los acusados. Y aunque salió absuelto, decidió retirarse definitivamente de los negocios: abandonó su participación en la empresa y retiró de ella su nombre. “Lo de Panamá marcó a toda la familia, todavía hoy hablar de ello es un tabú”, explica Coupérie-Eiffel.

El célebre ingeniero se dedicó entonces en cuerpo y alma a la ciencia. Aunque menos conocidos por el gran público, sus trabajos en este terreno fueron asimismo remarcables. Fundamentalmente en el ámbito de la meteorología y la aerodinámica. En este último campo, a Eiffel se debe el prototipo del primer avión monoplano con las alas situadas bajo el fuselaje, así como otros avances –si así se les puede llamar– en el terreno militar, como el sistema de sujeción de las bombas bajo la carlinga en los cazas... En el número 67 de la calle de Boileau, en el parisino barrio de Auteuil, sigue todavía hoy abierto y en funcionamiento el Laboratorio Aerodinámico Eiffel, con el túnel aerodinámico concebido en 1912 por el célebre ingeniero incluido.

Entre caballos y viñedos, Philippe Coupérie-Eiffel vivía completamente ajeno al mundo de la industria y la construcción cuando, en el 2006, el poderoso grupo Eiffage –que se consideraba heredero de la antigua sociedad de Levallois-Perret– le demandó por utilizar la marca “Eiffel” en sus vinos. El pleito duró casi seis años y la justicia acabó dando la razón al tataranieto, libre ahora de utilizar su apellido. No en vano –según demostró un viejo documento– Eiffel pagó 700.000 francos en 1893 para retirar su nombre de la empresa... Ahora, Eiffel ya no es sólo un patronímico. Es también una marca.



Once horas sin e-mails (del trabajo)

"Perdona, sólo será un instante, pero tengo que contestar un correo del trabajo”. Cuántas veces se habrá escuchado un argumento así en la mesa de un restaurante, en la terraza de un bar, en el sofá de casa frente al televisor... Los nuevos medios tecnológicos, y en particular los teléfonos inteligentes, permiten permanecer conectados 24 horas al día con todo el mundo. Y también con el trabajo, destrozando en la práctica, para muchos profesionales, el antiguo concepto de la jornada laboral. La deriva ha alcanzado tal dimensión que algunas empresas, de acuerdo con sus empleados, empiezan a aceptar el principio de la autolimitación. Y a establecer nuevas reglas que permitan salvaguardar un poco de vida privada.

Uno de los primeros en adoptar una medida de este tipo fue el grupo alemán Volkswagen, que a finales del 2011 decidió interrumpir en Alemania el envío de mensajes corporativos a través de los Blackberry de empresa entre las 18.15 horas –media hora después del término de la jornada laboral– y las 7.00 horas –media hora antes de la entrada–, de acuerdo con el comité de empresa.

Ahora, la patronal francesa Syntec –que agrupa a un millar de empresas del sector de la consultoría y la ingeniería– ha llegado a un convenio colectivo con cuatro sindicatos, la CFDT, la CGT, la CFTC y la CGC , para establecer asimismo limitaciones al trabajo fuera de horas. El acuerdo, firmado el pasado 1 de abril, revisa y precisa un pacto anterior de 1999 sobre la jornada laboral de los cuadros –que no están sujetos a la semana laboral de 35 horas y tienen una jornada flexible– en los gabinetes de estudios y de consultoría. Y, en este contexto, introduce por primera vez, negro sobre blanco, el principio de “desconexión” tecnológica fuera de la jornada laboral. Curiosamente, no lo recoge como un derecho del trabajador, sino como una obligación...

“La efectividad del respeto por el asalariado de las duraciones mínimas de reposo implica para este último una obligación de desconexión de los instrumentos de comunicación a distancia”, estipula en concreto el artículo 4.8.1, donde se recuerda que el tiempo de reposo mínimo garantizado por la ley es de 11 horas consecutivas por día y 35 horas consecutivas a la semana (esto es, un descanso de 24 horas al que se añaden las 11 horas de la noche anterior). El acuerdo es, sin embargo, muy vago. En principio, cada empresa debe instroducir este principio en su reglamento interno para que pueda ser efectivo. Y deja asimismo un amplio margen de discreción a los trabajadores a quienes se computa su dedicación por días trabajados al año, que pueden “gestionar libremente” el tiempo que destinan a su misión. Eso sí, se les invita a realizar unas jornadas “razonables”.

Contra la tiranía de los correos electrónicos, pero no únicamente en la vida privada, se levantó también hace un par de años el presidente del grupo francés de tecnologías de la información Atos, Thierry Breton, quien decretó el “Zero email”. Desde entonces, sus trabajadores se comunican a través de aplicaciones de comunicación alternativas y de redes sociales y los e-mails tradicionales han sido prohibidos.

“Producimos información a una escala masiva que está contaminando nuestro medio ambiente de trabajo e invadiendo nuestra vidas personales”, declaró en aquel momento Thierry Breton, quien apuntó que sus directivos y managers recibían una media de 200 e-mails diarios –el 18%, calificados de spams– y empleaban entre cinco y 20 horas semanales en leer y escribir correos electrónicos. Su prohibición –algo que ha sido imitado ya por otros grupos– sólo puede beneficiar, según Atos, al desarrollo de la empresa y del negocio. En su página web alerta convenientemente a sus clientes: “Zero email empieza con usted. Por favor, contáctenos durante nuestra jornada”. 


viernes, 11 de abril de 2014

Vivir a cuerpo de embajador

Antes, la casa era grande y no reparaba en gastos. Pero ese tiempo de grandeur ha quedado olvidado en el desván de las glorias perdidas. Hoy, Francia es una potencia venida a menos y aunque mantiene la gallardía de disponer de la segunda red diplomática más numerosa del mundo –únicamente por detrás de Estados Unidos– no tiene más remedio que recortar gastos y sacar dinero de las piedras... De las piedras, nunca mejor dicho. Porque desde hace unos años, el Estado francés pone sistemáticamente a la venta una parte de su extensísimo patrimonio inmobiliario con el fin de reducir gastos y obtener unos ingresos extras. Y el Quai d’Orsay no podía ser una excepción.

Desde hace unos meses, un simbólico cartel de “se vende” cuelga de un suntuoso apartamento dúplex en el número 740 de Park Avenue, en Manhattan, una de las direcciones más exclusivas y más buscadas de Nueva York. Y con menos clientes potenciales también, hasta tal punto sus precios son prohibitivos. En este inmueble art-decó, construido en 1929 y convertido en un paraíso de multimillonarios, ha tenido hasta ahora su residencia oficial el embajador de Francia ante las Naciones Unidas.

El precio de venta de partida del apartamento, según la agencia Associated Press, es de 48 millones de dólares (unos 34,6 millones de euros), a lo que hay que añadir unos gastos de comunidad de entre 10.000 y 20.000 dólares mensuales (entre 7.000 y 14.000 euros). Claro que el pisito, situado en las plantas 12ª y13ª, dispone de 18 habitaciones, siete cuartos de baño y cinco chimeneas... No son muchos los potenciales adquirientes, toda vez que aunque dispongan del dinero después deben pasar un serio examen por parte de la exquisita comunidad de propietarios, poco dispuestos a aceptar a cualquier recién llegado, por muchos dólares que transporte en sus maletas. La cantante Barbara Streissand, el compositor Neil Sedaka o el millonario ruso Leo Blavatnik, por ejemplo, fueron rechazados en su momento. Así que no es de extrañar que el apartamento lleve casi un año a la venta...

El 740 de Park Avenue no es una dirección cualquiera. Los grandes magnates de la industria y las finanzas norteamericanas tuvieron aquí su residencia. En el edificio vivieron el empresario John D. Rockefeller Jr., Ronald Lauder (hijo de la fundadora de la marca de cosméticos Estée Lauder) o Steve Ross (Time Warner), y se crió Jacqueline Kennedy, cuyo abuelo, James T. Lee, fue el constructor. Entre sus residentes actuales se cuentan Steve Schwarzman (Blackstone), John Thain (expresidente de Merrill Lynch), el industrial David Koch y la diseñadora Vera Wang.

El periodista Michael Gross llegó a dedicarle un libro, “740 Park. La historia del edificio de apartamentos más caro del mundo”, en el que repasaba las andanzas de sus ilustres vecinos y describía este lujoso refugio integrado por una treintena de exclusivos apartamentos como el “epicentro del poder mundial”.

El apartamento del embajador francés ante las Naciones Unidas no es la única joya que el Quai d’Orsay ha puesto a la venta. Así, la suntuosa residencia del cónsul de Francia en Hong-Kong, con vistas sobre la ciudad, fue vendida hace un tiempo a un multimillonario chino por 52 millones de euros. Menos suerte ha tenido hasta ahora con el palacete de Arenzana, que alberga la embajada francesa en Madrid. Situado en el número 9 de la calle de Salustiano Olózaga, el edificio fue adquirido por el primer embajador francés ante el régimen de Franco una vez acabada la Guerra Civil en 1939. Que no era otro que el Mariscal Pétain... 


jueves, 10 de abril de 2014

El amigo rescatado

François Hollande ha demostrado que no es rencoroso. Al menos, no con sus amigos del alma. El presidente francés nombró ayer nuevo secretario general del Elíseo al hasta ahora director general de la Caisse de Dépots, Jean-Pierre Jouyet, un amigo íntimo desde hace treinta y siete años quien, sin embargo, puso seriamente a prueba esa amistad aceptando, en el 2007, el puesto de secretario de Estado de Asuntos Europeos –con rango de ministro– que le ofreció el entonces presidente Nicolas Sarkozy. El de secretario general del Elíseo, cargo ocupado hasta ahora por Pierre-René Lemas, es un puesto clave en el organigrama de la Presidencia de la República, que le convierte de hecho en la mano derecha del jefe del Estado, más aún que el primer ministro.

Nada más ser elegido presidente, en el 2007, Sarkozy se empeñó en una política de apertura que le condujo a realizar algunos fichajes notables para su Gobierno en el campo socialista –particularmente, el de Bernard Kouchner, a quien atribuyó el Quai d’Orsay– e intentó otros bastante atrevidos –como el de Manuel Valls, que rechazó Interior–. Pero el que más daño personal hizo a François Hollande, en la época primer secretario del Partido socialista (PS) y cabeza visible de la oposición, fue el de su amigo Jouyet, del que a raíz de esta deserción se distanció un tiempo.

Hollande y Jouyet se conocieron en 1977, cuando ambos coincidieron –junto con el actual ministro del Presupuesto. Michel Sapin, otro amigo íntimo del presidente– en el servicio militar, en la escuela de oficiales de Coëtquidan. Los tres formarían parte asimismo de la misma promoción –Voltaire, en 1980– de la Escuela Nacional de Administración (ENA). Junto a Ségolène Royal...

Jouyet dejó el Gobierno de François Fillon en el 2008 y pasó a desempeñar el cargo de presidente de la Autoridad de los Mercados Financieros. Hasta que en el 2012, Hollande lo colocó como patrón de la Caisse de Dépots. Para entonces, la relación entre ambos volvía a ser la de siempre.

Los cambios decididos por Hollande no se han limitado, pues, al Gobierno, al frente del cual ha colocado a Manuel Valls, sino que alcanzan también al Elíseo e incluso al PS. Con el nombramiento de Harlem Désir como nuevo secretario de Estado de Asuntos Europeos –junto a una docena de nombramientos equivalentes–, el partido queda descabezado y obligará a elegir a un nuevo primer secretario.


miércoles, 9 de abril de 2014

Valls se estrena suprimiendo regiones

Manuel Valls también quiere pasar la tijera por la administración territorial, con el fin de eliminar duplicidades y reducir el gasto público. En la estela del primer ministro italiano, Mateo Renzi, el nuevo jefe del Gobierno francés anunció ayer en la Asamblea Nacional su intención de reducir a la mitad, a partir del 2017, el número de regiones y suprimir, en el horizonte del 2021, los consejos generales, una instancia similar a las diputaciones provinciales españolas. La reforma terroririal es uno de los objetivos programáticos que Manuel Valls enunció ayer en su discurso de política general –una especie de discurso de investidura– ante el Parlamento, donde confirmó la voluntad, ya avanzada por el presidente François Hollande, de reducir las cargas a las empresas y rebajar las cotizaciones sociales a las familias más modestas.

El nuevo primer ministro obtuvo la confianza del Parlamento por 306 votos a favor –de los socialistas y de la mayor parte de los ecologistas–, 239 en contra –los de la derecha, los centristas y los comunistas– y 26 abstenciones –una parte de Los Verdes y cerca de una docena de socialistas disidentes–. La disciplina de partido funcionó. Pero no todo el Partido Socialista (PS) le apoya ciegamente. Cerca de un centenar de diputados socialistas, reticentes ante un primer ministro situado ideológicamente en el ala derecha del partido, hicieron público el domingo un manifiesto reclamando un giro a la izquierda... Que no ha dado en absoluto.

Los franceses también le han recibido expresándole su confianza: un 56% –más del doble que en el caso de François Hollande–, tienen buena opinión de él, según un sondeo difundido ayer mismo. Claro que, en este caso –y eso es un problema para la UMP–, Valls también es popular entre los electores de la derecha.

Entre la hoja de ruta marcada por el presidente de la República, las obligaciones adquiridas por Francia ante sus socios europeos en materia presupuestaria y las exigencias de la izquierda del PS, Manuel Valls no tiene mucho margen de maniobra. Y, en este sentido, el nuevo jefe del Gobierno francés no hizo ayer más que definir, con mayor o menor concreción, las prioridades políticas marcadas por Hollande. Eso sí, a diferencia de su antecesor, Jean-Marc Ayrault –un hombre de oratoria gris y mortecina–, Valls lo hizo con su habitual fuerza y convicción. Y en apenas cuarenta y cinco minutos. Sin paja innecesaria, aunque con algo de lírica...

En este contexto, la principal novedad fue la relativa a la reforma territorial, un viejo –y conflictivo– asunto que hasta ahora no había hecho más que pasar de mesa en mesa sin que nadie se hubiera decidido a coger el toro por los cuernos. Valls lo hizo ayer, pero a la vista de los gritos que sus señorías lanzaron desde sus escaños la tarea que tiene por delante será ardua. La reducción a la mitad del número de regiones –27 en total, 22 en la metrópoli y cinco en ultramar– es el proyecto más maduro y con una fecha más cercana: el 1 de enero de 2017. En principio, el Gobierno esperará fusiones voluntarias, y si no llegan suficientes, decidirá por su cuenta. La supresión de los consejos generales –que no de los departamentos en tanto que organización del Estado– va para más largo –2021– y sólo se plantea abordar el debate. Para cerrar la reforma, Valls propone acabar con las duplicidades, estableciendo competencias “específicas y exclusivas” para cada nivel.

El primer ministro confirmó la intención del Gobierno de rebajar, a través del Pacto de Responsabilidad y Solidaridad, las cargas sociales que pesan sobre las empresas –para reforzar su competitividad– y reducir asimismo las cotizaciones de los asalariados, con el fin de elevar el poder adquisitivo y la demanda interna.Del mismo modo, ratificó el objetivo de recortar el gasto público en 50.000 millones de euros en tres años. Y dio alguna pista sobre los sectores afectados: 19.000 millones el Estado y sus organismos, 10.000 millones las entidades territoriales, 10.000 millones el Seguro de Enfermedad y 11.000 las prestaciones sociales.


Un español enamorado de la ‘grandeur’ de Francia

“Francia tiene la misma 'grandeur' (grandeza) que tenía en mi mirada de niño. La 'grandeur' de Valmy, la de 1848, la de Jaurès, de Clemenceau, de De Gaulle, la 'grandeur' del maquis. Por eso quise conventirme en francés”. Manuel Valls (Barcelona, 1962) quiso cerrar su primer discurso como jefe del Gobierno ante la Asamblea Nacional con una evocación personal. Y lo hizo declarando su orgullo de ser francés y su amor por Francia. “Uno de los pocos países –subrayó emocionado– donde es posible que ciudadanos nacidos en el extranjero, que han aprendido los valores de la República, puedan alcanzar las más altas funciones del Estado”. Valls, que no obtuvo la nacionalidad francesa hasta los 20 años, es el primer político de origen extranjero, y de origen español, en ser designado –que no elegido, pues su nombramiento es potestad del presidente de la República– primer ministro de Francia. La eurodiputada conservadora Rachida Dati –primera mujer de origen magrebí, aunque nacida en Francia, en ser ministra de Justicia– restó ayer mérito a la trayectoria de Valls: “No es un modelo de integración. Él tenía los medios de su ascenso social”, remarcó aludiendo al hecho de que el padre del hoy primer ministro, el pintor figurativo Xavier Valls, no era un inmigrante económico.

“Francia es un país que siempre ha visto más lejos. Un país que lleva su mirada más allá de sí mismo. Y yo –proclamó Valls- me batiré para que siga mirando más grande. Pues es esto ser francés. Francia son estas ganas de creer que se puede, para sí mismo y para el resto del mundo. Francia no es el nacionalismo oscuro, es la luz de lo universal”.



Carne mejor que pescado en Matignon

Las cocinas de Matignon, sede y residencia oficial del primer ministro francés, andan al parecer estos días un tanto alteradas por las instrucciones que les ha hecho llegar el nuevo jefe del Gobierno. A tenor de lo publicado por un confidencial del diario Le Figaro, no parece sin embargo que tales exigencias sean suficientes como para volver locos a los cocineros (y si no, que se lo pregunten a los sufridos concursantes de Top Chef) Manuel Valls, según parece, no es un gran amante del pescado y prefiere, en cambio la carne roja. Del mismo modo, ha pedido que se preparen menús sin gluten... ¿A causa de una alergia? Probablemente. Aunque eso puede contribuir sin duda a mantener una buena forma física, como le sucedió al tenista serbio Novak Djokovic, actual número dos mundial. El problema, si tal debe ser considerado, será especialmente acusado a la hora de los postres...

El chef de Matignon, Christophe Langrée, fue el primer cocinero con una estrella Michelin en incorporarse –en el año 2009– a los fogones de la residencia oficial del primer ministro. Oficiaba en aquella época François Fillon, a quien Langrée calificó un día de “gourmet”. Un hombre “fácil –explicó–, al que le gusta todo”. Tras la victoria de François Hollande en el 2012, le sucedió en el cargo Jean-Marc Ayrault, quien le transmitió su “confianza”, sin darle –que se sepa– ninguna instrucción especial.

La estrella Michelin que Langrée lució en 1995 en L’Hôtel de Bourbon, en Bourges(Cher), y en 1998 en el Clos du Chanoine, en Saint-Malo (Ille-et-Vilaine), no se ve hoy en el palacete de la calle Varenne, donde sin embargo está al frente de un equipo de 25 personas y prepara diariamente la comida para numerosos comensales: el primer ministro y la veintena de sus más cercanos colaboradores, por un lado, y los dos centenares de funcionarios que allí trabajan, por otro. Comidas de Estado aparte, naturalmente.

“Yo disfruto tanto como en un restaurante gastronómico, trabajando a partir de productos frescos”, declaró al poco de llegar a su nuevo puesto. “La única diferencia es que ahora trabajo en el sectir público. Pero no tengo ninguna limitación, soy libre de hacer lo que me plazca”. En fin, más o menos...

Sería, sin embargo, erróneo suponer que en las cocinas de Matignon ha desaparecido el sentido de la competencia. Y si no, que se lo digan al chef del Elíseo, Guillaume Gomez –que ascendió al puesto el pasado mes de noviembre, tras la jubilación de Bernard Vaussion–, quien días atrás sufrió una feroz comparación con Langrée. En un tono de confidencia –lo que no impidió que fuera captada por los micros de los periodistas– la ex ministra Nicole Bricq elogió ante Ayrault la comida ofrecida en Matignon con motivo de la visita del presidente chino Xi Jinping, mientras que la cena del Elíseo, dijo, era “repugnante”. Gomez, indignado, presentó su dimisión. Que no le fue aceptada.


domingo, 6 de abril de 2014

Arquitectura por amor al arte

Enclavada en una colina de Saint-Paul de Vence (Costa Azul), en medio de un frondoso pinar y un jardín de esculturas, la Fundación Maeght es un lugar luminoso y mágico. Un lugar de quietud y de asombro. Resultado de la combinación perfecta de tres sensibilidades –las del arquitecto Josep Lluís Sert, el pintor y escultor Joan Miró, y Aimé Maeght, marchante de arte, galerista, editor y mecenas– es un tesoro y a la vez un foco de proyección de la arquitectura y el arte moderno y contemporáneo. Inaugurada el 28 de julio de 1964, la fundación conmemora ahora su 50º aniversario con una exposición que celebra –hasta el próximo 9 de junio– la fecunda imbricación de la arquitectura de Sert con el arte. “Sólo un entendimiento desde el principio entre el pintor, el escultor y el arquitecto puede culminar en una totalidad, en un conjunto”, escribió Josep Lluís Sert cuando trabajaba en el proyecto.

Erigida una década antes que la Fundació Miró de Barcelona, con la que guarda un indiscutible parentesco, la Fundación Maeght de Saint-Paul de Vence es una de las grandes obras legadas por el arquitecto catalán. “La verdad es que no le ha salido ni una sola arruga”, constata con orgullo Adrien Maeght, presidente e hijo del promotor de la fundación. Una opinión que comparte plenamente el arquitecto Jaume Freixa, antiguo colaborador de Sert –a quien conoció a mediados de los sesenta y con quien trabajó durante diez años en Estados Unidos– y presidente desde el 2009 de la Fundació Miró, de cuya ampliación es autor. “Es una arquitectura que aguanta muy bien”, subraya Freixa, consejero artístico de la exposición, a cuyo juicio el complejo de la Fundación Maeght –que no es un edificio compacto, sino más bien una especie de poblado– demuestra que se puede construir con “frescura e imaginación sin perder la escala humana”.

El edificio de la fundación es, en sí mismo, la principal estrella de la exposición. Una obra de madurez. Colaborador temprano de Le Corbusier, con quien trabajó a finales de los años veinte, Josep Lluís Sert (Barcelona 1902-1983) fue uno de los fundadores del grupo de arquitectos renovadores del GATPAC, inscribiéndose en la escuela racionalista. De esa época datan edificios tan conocidos en Barcelona como la Casa Bloc o la Joyería Roca, ambos de 1934. La Guerra Civil española marcó un antes y un después en su carrera. Exiliado en Estados Unidos, enseñó arquitectura en Yale y posteriormente fue nombrado decano de de la Escuela de Diseño de Harvard. Muy preocupado por el urbanismo, a sus alumnos trató de inculcarles las bondades de la ciudad compacta frente al insostenible modelo norteamericano de los suburbios.

La arquitectura de esta segunda etapa de su vida, sin dejar de ser racionalista, se inspira en los elementos típicos de la tradición mediterránea –como los patios– y evoca de algún modo el espíritu de las casas ibicencas. “Sert hacía una aquitectura funcional, pero dotada a la vez de una visión artística –subraya Freixa–. Sabía servir muy bien un programa, pero con una gracia y una armonía especial. La racionalidad no basta, la racionalidad ha producido arquitectura muy mediocre”.

La exposición de Saint-Paul de Vence repasa de forma exhaustiva, con la ayuda de cartas, planos y maquetas, la concepción del edificio de la Fundación Maeght. Así como de las principales realizaciones o proyectos de Sert vinculados el mundo del arte: el pabellón de la República Española para la Exposición Internacional de París de 1937 –donde se exhibió por primera vez el “Guernica”, de Picasso–; el taller de Joan Miró en Palma de Mallorca (1956), la casa-taller para Georges Braque en Saint-Paul de Vence (1959), el proyecto de casa para Marc Chagall en Vence (1961), el taller de Zao Wou-Ki en Ibiza (1972), la Escuela de Bellas Artes de Besançon (1972) y la Fundació Miró de Barcelona (1975). Todo ello completado con entrevistas y un documental sobre el arquitecto. Y jalonado con pinturas y esculturas de los artistas que fueron objeto de la prolija correspondencia entre Josep Lluís Sert y Aimé Maeght: Pierre Bonnard, Georges Braque, Marc Chagall, Eduardo Chillida, Alberto Giacometti, Julio González, Vassily Kandisnky, Fernand Léger, Henri Matisse o Joan Miró...

“Hay en mi arquitectura algo fundamental: un elemento mediterráneo que es como una nostalgia del clima, de la luz”, escribió Sert en 1972. Lamentablemente, la luz, esa luz que insufla de vida sus edificios, ha tenido que amortiguarse, así en Saint-Paul de Vence como en Barcelona, en aras de la protección de las pinturas.


Francia rezonga con el déficit

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Ocho minutos, sólo ocho minutos empleó François Hollande para levantar acta de la espectacular derrota socialista en las elecciones municipales francesas, asegurar que ha entendido el mensaje de los electores –sobre todo, los de izquierda–, anunciar el nombramiento del catalán Manuel Valls como nuevo primer ministro y marcar los objetivos principales en la nueva etapa que se abre ahora. Los mismos objetivos que ya había enunciado el pasado mes de enero, por otra parte. Las personas cambian –tampoco muchas–, pero la política sigue siendo la misma.

En esos ocho minutos, sin embargo, el presidente francés deslizó una declaración de gran calado. Dejada caer al desgaire, como quien no quiere la cosa, sugirió que los esfuerzos que el país se dispone a hacer, deben ser compensados de alguna manera por Bruselas: “El Gobierno tendrá que convencer a Europa de que esta contribución de Francia a la competitividad y al crecimiento debe ser tenida en cuenta en el respeto de sus compromisos”, afirmó con su manera esquinada de hablar.

Ni en Bruselas ni en Berlín se debieron llamar a engaño. La tendencia histórica de Francia a incumplir sus compromisos presupuestarios es legendaria... Si Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy lo hicieron, ¿por qué debería escapar a esta ley inmutable François Hollande? Por si a alguien le cabía aún alguna duda, el nuevo ministro de Presupuesto y Finanzas, Michel Sapin –un hombre de la absoluta confianza de Hollande, a quien le une una amistad personal que viene de la época del servicio militar–, lo aclaró el jueves en unas declaraciones radiofónicas antes incluso de tomar posesión de su nueva cartera: el Gobierno francés se dispone a “discutir” con la Comisión Europea sobre el “ritmo” más adecuado para reducir el déficit.

“Debemos compartir juntos la única preocupación que cuenta: más crecimiento para más empleos –afirmó–. No se trata de un país que implora a los demás. Es el interés de todos encomtrar el buen ritmo. Europa irá mejor cuando Francia irá mejor”. Dicho de otro modo: Francia no llega. Antes de finales de mes, París debe presentar a las autoridades comunitarias sus nuevos planes, Y estos no parecen muy lustrosos.

Huelga decir que semejante declaración ha sido acogida con educada hostilidad. Toda vez que Francia ya consiguió el año pasado de Bruselas un plazo suplementario de dos años, esto es, hasta el 2015, para reducir el déficit público por debajo del límite del 3%. “Es esencial que el país actúe de manera decisiva para segurar la sostenibilidad de sus finanzas públicas a largo plazo”, afirmó al respecto el comisario europeo de Asuntos Económicos, Oli Rehn, quien recordó que Bruselas ya ha concedido a Francia dos prórrogas. Ahorrador hasta en le palabras, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schauble, subrayó que “Francia conoce sus obligaciones”. Y el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, añadió que los países de la zona euro “no deberían deshacer los éxitos pasados en materia de consolidación y deberían colocar los elevados ratios de deuda gubernamental en una pendiente descendiente a medio plazo, conforme al pacto de estabilidad y de crecimiento”.

Los últimos datos conocidos sobre el estado de las finanzas francesas son poco tranquilizadores. Una nota informativa hecha pública el lunes pasado por el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (Insee) constataba que el déficit público se situó el 31 de diciembre del 2013 en el 4,3%, lo que implica un descenso de 0,6 puntos, pero que lo coloca por encima del 4,1% previsto. Los analistas no ven cómo, instalados en esta deriva, Francia podría alcanzar este año el 3,6% y a finales del 2015 el 2,8% comprometidos.

Los mismos datos del Insee indican que la deuda pública volvió a subir, hasta alcanzar los 1,9 billones de euros, el 93,5% del Producto Interior Bruto (PIB). El nivel de gasto público sigue siendo elevadísimo –57,1% del PIB, 0,3 puntos por encima del récord alcanzado en el 2009–, y ha sido esencialmente financiado por la presión fiscal: los impuestos aumentaron el año pasado una media del 3,7%, hasta alcanzar la cota del 45,9% del PIB...

Lo cierto es que Francia sigue gastando a espuertas, a pesar de pueda pretenderse lo contrario. Los franceses, que –eso sí– se han visto crujidos a impuestos, todavía no han visto ni la sombra de un recorte. Lo cual ni obsta para que todo el mundo clame aquí contra la dura política de austeridad dictada por Berlín y Bruselas. El flamante nuevo ministro de Economía, Arnaud Montebourg –apóstol de la “desmundialización” y del “patriotismo económico”– se ha hecho un hartazgo de criticar a la Comisión Europea, a la que recientemente acusaba de adoptar una vía “austeritaria y dogmática”. Todo este caldo de cultivo no puede sino exacerbarse conforme se vayan aproximando las elecciones europeas, previstas del 22 al 25 de mayo.

Si este estado de cosas ha sido posible es gracias a le benevolencia que los mercados financieros observan todavía –¿por cuanto tiempo?– con Francia a pesar del estado de sus finanzas públicas. Los tipos de interés que París pagó el año pasado se situaron en una media del 2,7%. “Las cifras son implacables: en veinte años, la deuda francesa se ha multiplicado por cinco, pero la factura se ha mantenido estable –2,1% del PIB– por la magia de la bajada de tipos”, escribía el editorialista de Le Monde Arnaud Leparmentier.

Hasta ahora, el gran esfuerzo de saneamiento de las finanzas públicas no se ha hecho. Lo máximo que ha logrado Hollande –y ya es más de lo que hicieron sus antecesores en el Elíseo– ha sido estabilizar el gasto. La hora de los recortes, sin embargo, ha llegado. Ya no puede esperar.

El propio presidente francés lo anunció el pasado mes de enero, durante la conferencia de prensa de principio de año. Hollande propuso, por un lado, un “Pacto de responsabilidad” a la patronal para rebajar en 30.000 millones de euros las cargas sociales a las empresas –con el fin de aumentar su competitividad– a cambio de compromisos sobre la creación de empleos. Por el otro, anunció que entre el 2015 y el 2017 habrá que recortar 50.000 millones de euros, que ya no se podrán financiar esta vez con más impuestos.

El problema es que han pasado ya más de dos meses y nada de todo ello se ha concretado todavía. Peor aún. Los 50.000 millones de serán ya insuficientes, a la vista de las nuevas promesas que el presidente francés hizo a los franceses al día siguiente de su derrota electoral en las municipales: una rebaja de impuestos a las familias modestas y una reducción de las cotizaciones sociales de los asalariados. ¿Cuánto va a costar todo ello? Por ahora es un misterio. Pero, de momento, París llama a la puerta de Bruselas.