viernes, 31 de agosto de 2012

La nueva mafia marsellesa

La situación en Marsella, hundida en una espiral de violencia criminal que parece no tener fin, ha llegado a un nivel explosivo. Hasta tal punto que una senadora socialista, Samia Ghali, alcaldesa de dos de los más conflictivos distritos de la segunda ciudad de Francia, ha pedido la intervención del ejército para combatir el imperio de las bandas de narcotraficantes en los barrios del norte de la población. La intervención militar fue ayer totalmente descartada por el presidente de la República, François Hollande, en persona, pero el mero hecho de que semejante debate tenga lugar muestra el deterioro de la situación y la impotencias de las fuerzas de seguridad.

Un total de 14 personas han sido asesinadas en lo que va de año en Marsella –19 si se cuenta la región– como resultado de violentos ajustes de cuentas entre bandas, que no dudan en utilizar armas de guerra –fusiles de asalto y granadas– para sus fines. Y otras 16 perdieron la vida el año pasado.

El célebre kalashnikov ruso, que puede adquirise fácilmente en el mercad negro por 1.000 o 2.000 euros, se ha convertido en esta orilla del Mediterráneo en un arma banal en manos de delicuentes comunes vinculados al tráfico de droga. Los miembros de esta nueva –y extremadamente violenta– delincuencia no tienen nada que ver con los clanes tradicionales de la mafia marsellesa: en su mayor parte de origen magrebí, los nuevos dealers proceden de los barrios marginales del norte de la ciudad, donde operan. Y donde han impuesto su ley.

La última víctima mortal de esta guerra sin piedad que se libran las bandas marsellesas por el control de la venta de droga cayó la noche del miércoles: Walid Marzouki, de 25 años. con antecedentes policiales por narcotráfico, fue acribillado mientras circulaba en un coche –conducido por una mujer que se salvo milagrosamente– en uno de los barrios del norte. El sábado había muerto en el hospital otro joven de la misma edad, Benamar Hamidi, asesinado al salir de prisión.

“Creo que las autoridades no miden la gravedad de la situación”, ha declarado Samia Ghali, senadora del PS y alcaldesa de los distritos XV y XVI, que ha sacudido las conciencias al proponer la intervención del ejército para controlar los accesos a los barrios donde actúan los narcotraficantes. “Yo propongo recurrir al ejército para bloquear los accesos. Como en tiempos de guerra, con barreras”, afirma, antes de añadir la idea de “restablecer el servicio militar para obligar a los jóvenes que abandonan la escuela a salir de su barrio y aprender disciplina”.

La idea de Ghali fue ayer unánimemente rechazada. Y hubo quienes alertaron del riesgo de una confrontación con la población. “No hay enemigo interior”, alegó el ministro del Interior, Manuel Valls, para descartar una medida semejante, mientras el alcalde de Marsella, el conservador Jean-Claude Gaudin, apuntaba en la misma dirección en un tono más dramático: “La gente de los barrios lo viviría como un llamamiento a la guerra civil”, dijo.

Cualquier atisbo de debate en el seno del Gobierno o del Partido Socialista fue radicalmente zanjado por el propio presidente francés: “No es la función del ejército controlar los barrios”, afirmó François Hollande durante su conferencia de prensa conjunta en Madrid con el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy. El jefe del Estado prometió reforzar los medios de la Policía y convocó para la semana que viene una reunión interministerial urgente con los titulares de las carteras de Interior, Justicia, Educación, Economía, Regeneración productiva, Ciudades y Reforma del Estado. El primer ministro, Jean-Marc Ayrault, subrayó que el Gobierno inició ya en julio un trabajo interministerial para abordar la situación de Marsella y no únicamente en materia de lucha contra la delincuencia.

Dos ex ministros del Interior con Nicolas Sarkozy, Claude Guéant y Brice Hortefeux, criticaron rápidamente la supuesta incapacidad de la izquierda para combatir la delincuencia, olvidando con la misma celeridad que el problema que carcome Marsella se arrastra desde hace mucho tiempo.

Segunda ciudad de Francia por población –con cerca de 900.000 habitantes–, Marsella no tiene propiamente una banlieue comparable a las otras grandes ciudades francesas. Territorialmete muy extensa, los barrios conflictivos, las cités, las tiene en su interior. Y ello explica por qué los niveles de paro y de delincuencia se sitúan tradicionalmenye por encima de la media. En estos barrios, donde el desempleo juvenil puede alcanzar en algunos casos el 70%, el tráfico de droga se ha convertido en la principal actividad económica y en la fuente de sustento de numerosas familias. “La droga hizo su aparición en los barrios del norte hacia los años 1987-1988. Hoy, los jóvenes y sus familias están totalmente sumergidos”, explica la senadora Samia Ghali.

Las nuevas bandas dedicadas al tráfico de drogas en estos barrios han dado lugar a lo que el fiscal de la República en Marsella, Jacques Dallest, ha bautizado como “neobandidismo”, para marcar la diferencia con el bandidismo tradicional marsellés –históricamente también muy violento–, dedicado hoy a negocios criminales más sofisticados.

“Este neobandidismo ha aumentado de potencia en los últimos tres años en las cités. Sus miembros, jóvenes y equipados de armas pesadas, se matan mutuamente con facilidad por asuntos vinculados al tráfico de drogas, pero también por cuestiones de honor, de rivalidad, de odio”, explicaba recientemente Dallest en una entrevista en Le Figaro. Su atomización y arraigo en los barrios hace nuy difícil su penetración y desmantelamiento.


miércoles, 29 de agosto de 2012

Camino de espinas para Hollande

El horizonte se oscurece de forma inquietante para François Hollande, enfrentado a una vertiginosa degradación de los indicadores económicos y sociales en Francia. Uno tras otro, los datos que caen sobre la mesa del presidente francés a la vuelta de sus dos semanas de vacaciones en la residencia oficial de Fort Bregançon (Costa Azul) van añadiendo nuevas muescas de preocupación. Estancamiento económico, aumento del paro, caída del consumo privado y pérdida de confianza marcan la rentrée política, agitada asimismo por las disensiones en el seno de la mayoría gubernamental y la izquierda.

Pesimistas ante las perspectivas de agravamiento de la crisis, los franceses –que acudieron masivamente a las urnas en las pasadas elecciones presidenciales, pero sin ilusión– no esperaban ningún milagro del nuevo presidente de la República. Pero sus prudentes y cautelosos primeros pasos en el Elíseo, que la oposición atribuye a la pasividad, parecen haber empezado ya a defraudar.

En 2007, la magia de Nicolas Sarkozy tardó medio años en esfumarse. En 2012, a Hollande el estado de gracia le habrá durado sólo tres meses y medio. Por primera vez desde su elección el 6 de mayo, las opiniones desfavorables al presidente (47%) sobrepasan a las favorables (44%). Así lo ha constatado el último sondeo del instituto Ipsos para Le Point, que detecta una caída de 11 puntos de la popularidad de Hollande en un mes. Una tendencia especialmente acusada entre las clases medias. En la misma encuesta, el denostado Sarkozy mantiene una popularidad muy cercana a la de su sucesor (43%)

La coyuntura no puede ser más adversa. Los últimos datos de empleo facilitados por el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (Insee) han sido descorazonadores: el pasado mes de julio el número de parados aumentó en 41.300 personas –algo no visto desde 1999–, lo que eleva el número de trabajadores sin ninguna actividad al umbral de los tres millones (cerca de cinco si se cuentan todos los inscritos en las oficinas de empleo).

Con un índice de paro del 10% y la proliferación de planes de reducción de plantilla en algunas grandes empresas, las perspectivas de mejora son ínfimas. “Remontar la pendiente va a ser difícil”, admitió anteanoche en una entrevista en televisión el primer ministro, Jean-Marc Ayrault.

La reactivación de la economía, después de tres meses consecutivos de crecimiento nulo (0,0%), parece alejarse. Francia ha sorteado hasta ahora la recesión, cierto, pero ha sido por los pelos. Y la atonía general obligará al Gobierno –como el propio Ayrault ha admitido– a revisar a la baja las previsiones oficiales de crecimiento para el año que viene (del 1,2%). Lo que implicará una reducción de los ingresos fiscales y forzará al Ejecutivo a aumentar los recortes y abandonar o diluir algunas de sus promesas electorales. No será la primera vez: la modesta subida del salario mínimo (un 0,6% añadido a la actualización de la inflación) y la limitada reducción del precio de los carburantes (6 céntimos durante tres meses) ha dejado muchos descontentos y desencantados. El nivel de confianza de los hogares retrocedió dos puntos el mes de julio, mientras el consumo de las familias bajó un -0,2%.

Los recortes que el Gobierno deberá adoptar en los próximos Presupuestos para cumplir su compromiso de bajar el déficit público al 3% el año que viene prometen ser dolorosos y conflictivos. Condición imprescindible para ganarse la confianza de la canciller alemana, Angela Merkel, el rigor presupuestario de Hollande no ha encontrado al otro lado del Rhin –Pacto europeo por el Crecimiento aparte– ningún gesto en el sentido de relajar la política de austeridad que está agravado la crisis en Europa.

Más allá del rigor, sin embargo, todo el mundo espera del presidente francés reformas decididas para reactivar la economía francesa. Pero por ahora no se ven. Si Hollande empezó su mandato adoptando algunas de sus promesas más emblemáticas –rebaja de sueldos del Gobierno, adelanto de la retirada de Afganistán, retorno parcial a la edad de jubilación de 60 años, anulación del programado aumento del IVA–, lo cierto es que los grandes proyectos están aún en el cajón. Es el caso de la reforma fiscal, la reforma bancaria, la modernización del mercado de trabajo y las medidas que atañen a la competitividad de las empresas y la regeneración productiva e industrial.

Algunas de estas reformas someterán sin duda a fuertes sacudidas a la mayoría gubernamental, ya considerablemente agitada este verano a causa de la política de firmeza del ministro del Interior, Manuel Valls, contestado por una parte de su partido por su actuación en el caso del desmantelamiento de campamentos de gitanos rumanos (roms), o de la política en materia de energía nuclear, que ya ha producido los primeros roces entre los socialistas y sus aliados ecologistas.

La primera gran prueba de fuego para Hollande será la próxima ratificación por el Parlamento francés del Tratado europeo de disciplina presupuestaria, virulentamente contestado por la izquierda no socialista y el ala más radical del PS. Jean-Luc Mélenchon, al frente de su coalición de izquierdistas y comunistas, se propone lanzar una campaña contra el tratado y en reclamación de un referéndum, en un intento de reagrupar de nuevo a las fuerzas del “no” del 2005.




Batalla por el liderazgo conservador

Hasta ahora soterrada, la lucha por el liderazgo de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el gran partido de la derecha francesa, es ya abierta. El secretario general del partido, Jean-François Copé, anunció el domingo oficialmente su intención –por otro lado, conocida– de optar a la presidencia dejada vacante por Nicolas Sarkozy, a la que también aspira el ex primer ministro François Fillon. Un total de 264.000 militantes deberán pronunciarse, en una elección a dos vueltas, el 18 y el 25 de noviembre próximos. Su veredicto condicionará –aunque no necesariamente determinará– la designación del candidato de la UMP al Elíseo en las elecciones del 2017.

Jean-François Copé, de 48 años, nunca ha ocultado su ambición. Ni su intención de repetir la maniobra realizada en 2004 por Nicolas Sarkozy de tomar el control del partido para segurarse después su elección como candidato a la presidencia de la República. Formalmente no es esto lo que ventilará el mes de noviembre, pero no cabe duda de que el resultado de estas elecciones internas tendrá un peso capital.

El domingo en Châteaurenard (Loiret), Copé se presentó como el más genuino representante de una “derecha desacomplejada” y combativa. Cachorro chiraquista antaño enfrentado a Sarkozy, el actual secretario general de la UMP ha acabado enfundándose el uniforme de heredero oficioso y adoptando sin ambages el lenguaje –y determinados giros– del ex presidente. Su discurso del domingo evocaba algunos pasajes del discurso de Sarkozy del 14 de febrero de 2007 cuando fue investido candidato al Elíseo.

Frente a Copé, François Fillon, de 58 años, pretende encarnar una derecha más moderada. El ex primer ministro, que pese a periódicas etapas de tensión con Sarkozy se mantuvo ininterrumpidamente cinco años en Matignon, es quien más claramente se ha distanciado de la deriva ultraderechista de la última campaña.

Considerado durante un tiempo como un hombre capaz de aglutinar las diferentes sensibilidades de la derecha y conjurar el riesgo de una fractura, el también ex primer ministro Alain Juppé ha renunciado a presentar batalla, aunque no descarta apoyar a alguno de los dos contendientes. Junto a ellos, y como figurantes, los ex ministros Bruno Le Maire y Nathalie Kosciusko-Morizet, han expresado asimismo su intención de concurrir al puesto.

Todos los contendientes dan por políticamente amortizado a Nicolas Sarkozy, pero nadie se atreve a darle por definitivamente retirado. Sus amigos más próximos, que se han organizado como corriente en el partido, especulan con la posibilidad de un retorno en 2017. Para el 53% de los simpatizantes de la UMP –según un sondeo de Ifop–, sigue siendo el mejor candidato...

La ruta americana

Una suerte de gigantesca gota de agua, construida en hierro y vidrio, reposa estática frente a la monumental fachada de la populosa Gare Saint-Lazare de París, la primera estación ferroviaria construida en la capital francesa, en 1837. Ríos de gente entran y salen a través de este edículo para acceder a una de las cinco líneas de metro –y una sexta del tren regional RER– que agujerean el subsuelo como un hormiguero.

La gota debió ser brillante y luminosa cuando la inauguraron, a finales de los años noventa, pero hoy aparece sucia y triste. Tan triste y sucia como la histórica bóveda de cristal de la estación, ejemplo de arquitectura de los albores de la Revolución Industrial que tanto fascinó al impresionista Claude Monet. Hoy las locomotoras no arrojan penachos de vapor y el edificio, recién remozado, se ha convertido en una pulcra y banal galería comercial repleta de franquicias estandarizadas. Pero la zona de vías, aún por restaurar, parece detenida en otra dimensión.

La cubierta, ennegrecida por el paso del tiempo, apenas deja pasar la luz. Su aspecto debe ser parecido al que en los años veinte pudo ver Abe North, el músico alcoholizado imaginado en "Suave es la noche" (1934) por Francis Scott Fitzgerald, cuando se plantó “bajo la sucia bóveda de cristal” de la estación a la espera de la atormentada Nicole Diver.

Pocos norteamericanos se ven hoy en Saint-Lazare. Sólo el puñado de turistas que prefiere tomar uno de los trenes que se dirigen diariamente hacia Normandía, para visitar las históricas playas del Desembarco, en lugar de hacer el viaje en coche: entre una hora y media y dos horas por la autopista A-13.

No era el caso en los años treinta, en el vital y agitado periodo de entreguerras, cuando multitudes de estadounidenses y británicos desembarcaban en París por la Gare Saint-Lazare a bordo de lujosos trenes tipo Pullman. “El andén especial de la Gare Saint-Lazare estaba lleno de americanas de piernas largas, brazos cargados de flores raras, con sombreros inverosímiles, pieles sorprendentes, relumbrantes de joyas. La mayor parte sujetaban con una correa perros de raza. Hombres vestidos con abrigos de piel de camello y bufandas multicolores les acompañaban. Transportaban maletas de Hermès o Vuitton. La estación olía bien, a perfume, a lujo y a riqueza”, relataba un testimonio de la época recogido por Daniel Gallagher en su libro “De Ernest Hemingway a Henry Miller. Mitos y realidades de los escritores americanos en París (1919-1939)”.

Louis Vuitton, avispado maletero provincial originario de las montañas del Jura, pronto intuyó que los nuevos hábitos viajeros de las clases pudientes y su gusto por el incipiente mundo de la moda le abría una inmensa oportunidad de negocio. La tienda que abrió en 1880 en la rue Scribe, cerca de la Ópera, se convirtió a partir de entonces en una cita obligada para los ingleses y americanos que viajaban a París en busca de las producciones exclusivas de las grandes enseñas comerciales. La zona de los grandes bulevares, abierta por el barón Haussman a golpes de piqueta bajo la égida del emperador Napoleón III, el gran modernizador, se convirtió en la meca del lujo. Y todavía lo es hoy.

Los ricos americanos e ingleses llegaban en grandes buques transatlánticos a los puertos de Cherburgo y Le Havre –escalas en la ruta de Southampton– y desde allí proseguían en tren hasta París. En los años treinta unos 200.000 estadounidenses y canadienses arribaron a las costas normandas a través de las líneas marítimas –hoy ya desaparecidas– Transatlantique Express y New York Express. Reliquias de aquellos tiempos de grandeza quedan la antigua Estación Marítima Transatlántica de Cherburgo, reconvertida en museo oceanográfico –Cité de la Mer– y la pasarela cubierta, de estilo náutico, construida cuando se renovó el edificio de la estación, entre 1885 y 1889, para unir directamente la Gare Saint Lazare con el lujoso Hotel Terminus, hoy rebautizado Concorde Opéra Paris. La pasarela cayó luego en desuso.

Regalo del último rey de Francia, Louis-Philippe, la Gare Saint Lazare empezó recibiendo el título de “Embarcadero de Europa”. Estaba construida de madera y su emplazamiento se localizaba unos cientos de metros más al oeste de la actual. Inaugurada en 1837 por la reina Amélie –sobrina de María Antonieta, cuando su marido ascendió al trono exclamó “¡Qué catástrofe!”–, de aquella especie de apeadero partió la primera línea férrea de la capital con una población de su banlieue, Saint-Germain-en-Laye.

Hoy, con 27 vías en funcionamiento, 1.600 trenes diarios y 100 millones de pasajeros al año, la Gare Saint Lazare –que recibió esta apelación al ser ligeramente desplazada hasta la calle del mismo nombre en 1842– es la segunda estación más importante de París y de Europa, por detrás de la Gare du Nord, por volumen de tráfico ferroviario. Y si ya no es la primera es porque la creación de la línea A del tren exprés regional RER, en los albores de los años setenta, le sustrajo su línea histórica y una parte fundamental de su clientela. Al margen de los trenes a Normandía, su principal función es hoy vincular a la capital con la periferia oeste.

La mejor vista sobre la Gare Saint-Lazare se obtiene desde la plaza de Europa, enclavada justamente encima de donde se ubicó la primera estación de madera. Recibe el nombre de plaza, cuando en realidad no es más que una plataforma –antaño de hierro y hoy de hormigón– suspendida sobre las vías. Un cruce de caminos. Una encrucijada sobre el vacío. Como una metáfora.

En busca de la tierra prometida

Los abuelos de Daniel Hortelano, Dani, 24 años, hicieron el mismo camino en los años sesenta. Abandonaron su pueblo, Cieza, en la Vega Alta del Segura (Murcia), y se fueron a Francia en busca de trabajo. “Ahora nos toca a nosotros, la única diferencia es que nosotros somos licenciados”, constata a la mesa de un café frente a la Gare du Nord de París, a dos pasos de su nuevo domicilio y a cuatro de la agencia de arquitectura y urbanismo en la que trabaja desde finales de marzo. “Nos han expulsado”, dice. Pero no hay fatalidad en su voz. No puede haberla, porque Dani es un pájaro con ganas de volar.

Loco por el baile –“Es algo que no te puedes quitar cuando lo tienes dentro”, confiesa-, era un renacuajo cuando empezó a bailar en el grupo de Coros y Danzas Francisco Salzillo de Cieza, una afición que le abriría las puertas del mundo. De festival folklórico en festival folklórico, por Europa, América y Asia, Dani cogió el gusto a viajar, a conocer otras tierras. Con crisis o sin crisis, estaba llamado a partir.

La crisis, sin embargo, tampoco iba a dejarle otra opción. Estudiante de arquitectura en la Universidad Politécnica de Valencia –carrera de la que sólo le falta presentar el proyecto para terminar-, sus perspectivas profesionales en la España de la explosión de la burbuja inmobiliaria eran poco menos que nulas. “Mis amigos arquitectos están todos trabajando gratis. El ambiente es tan depresivo, está tan mal, que decidí irme fuera”, explica. Dani ya había dado algunos pasos por el extranjero –cursos de Erasmus en Grenoble y París, además de una incursión de ocho meses en Chile con una beca- cuando decidió tomar el avión y recalar en la capital francesa. El 21 de marzo aterrizó en el aeropuerto de Orly cargado de ganas e ilusión. “Vine a la aventura”, remarca.

A la aventura, pero con un valioso talismán en el bolsillo: un RIB. Bajo estas oscuras siglas, correspondientes a Relevé d’Identité Bancaire, no hay otra cosa que un número de cuenta bancaria. Pero en Francia, sin un RIB, uno no es nadie, ni puede hacer nada. Quien haya pasado una temporada en este país sabe lo mucho que cuesta conseguir abrir una cuenta en un banco y hacerse con el preciado RIB. También lo sabía Dani que, previsor, conservó activa la cuenta que abrió cuando estuvo en el curso Erasmus.

Dani pasó dos semanas en casa de una amiga antes de encontrar su domicilio actual: una habitación realquilada por una pareja francesa, Alex y Geraldine –crítico de música él, organizadora de eventos ella- con una niña de 8 años, Lucie, con quienes forma una peculiar familia. “Es un piso típico de París, espacioso, con molduras y una particularidad: tiene un cielo pintado en el techo”, describe. Muchas noches, cuando regresa de trabajar, cena con sus nuevos amigos. “Son gente muy abierta, les gusta mucho viajar y conocer otras culturas”, dice.

Dani ha tenido una suerte loca. Su trabajo, en la agencia de arquitectura y urbanismo AUC, situada en la calle Lafayette, en unos despachos con unas vistas fabulosas sobre París, está muy cerca de su casa. Sólo tiene que dar un corto paseo de cinco minutos caminando para llegar. Su hora de entrada es flexible –“la mayoría llega entre las 10 y las 10 y media”, comenta-, lo importante es hacer las ocho horas y dar salida al trabajo. Normalmente, Dani desayuna en la oficina, donde hay una pequeña cocina. También come allí muchas veces, aunque cuando hace buen tiempo sale con sus compañeros a tomar un bocadillo en las simpáticas riberas del Canal Saint-Martin

Una semana tardó Dani en encontrar su nuevo empleo. Temporal, con contrato de prácticas (stagiaire), pero empleo al fin y al cabo. Uno de los profesores del curso que siguió en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura de París, en la Vilette, le dio el contacto de la agencia. Le citaron el 28 de marzo, miércoles, para mantener una entrevista. “Ese mismo día salí con contrato, y empecé a trabajar al día siguiente”, explica, todavía con cierto pasmo. Y añade: “Eso es impensable en España”.

En la agencia, Dani trabaja en uno de los proyectos del Gran París, la edificación de un conjunto de viviendas sociales en unos antiguos terrenos del ferrocarril en el barrio de La Chapelle. Su cometido, en este momento, es proyectar los volúmenes. “¡Estoy super bien! Me dejan proyectar, algo que normalmente no está al alcance de un stagiaire”, remarca. Particularidad francesa, Dani goza de un amplio margen de autonomía: “Aquí el trabajo es más libre, se confía más en la otra persona, en que lo va a hacer bien”, constata. El ambiente en la agencia es joven y desenfadado. Como él.

A veces, a la salida del trabajo, o los fines de semana, queda con algunos amigos –entre los que está la chica que le alojó al llegar- y se dedica a bucear por París, a patearse lugares que no conoce, a visitar exposiciones, a acudir a vernissages… “Aquí siempre hay cosas que hacer, sitios adonde ir. Es lo que me gusta de esta ciudad, que nunca puedes parar. Estoy contento con la vida que he encontrado aquí”, explica entusiasmado. Los primeros días no fueron fáciles. Nunca lo son “en una gran ciudad donde no conoces a casi nadie”. “Al principio, cuesta sacar la cabeza, pero poco a poco te vas construyendo tu vida”, dice. A su padre, Isidro, propietario de una empresa de grúas, y a su madre, Juani, profesora de formación profesional, les cuesta asumir esta lejanía, que intentan compensar conversando regularmente a través de la webcam del ordenador.

En agosto, Dani regresará al pueblo para participar en el Festival Internacional de Folklore que se organiza cada año en Cieza. Un acontecimiento que no está dispuesto a perderse por nada del mundo. Y después, a finales de septiembre, tendrá que abrir un paréntesis en su aventura parisina para retornar a España a acabar la carrera. Pero será un paréntesis. “Cuando acabe, quiero volver aquí a trabajar”, promete.