sábado, 21 de abril de 2012

Duda y desencanto

Agotando las últimas horas de la campaña electoral, casi a la desesperada, los principales candidatos al Elíseo gastaron ayer sus últimos cartuchos para intentar movilizar a los indecisos y los desengañados. Que no son pocos. Entre unos y otros, la mitad de los 45 millones de franceses convocados a las elecciones presidenciales, cuya primera vuelta se celebra mañana, han llegado al final de la campaña electoral con fuertes dudas sobre si ir a votar o no. O a quién. Del entusiasmo y la pasión de 2007 casi no queda nada. Muchos franceses acudirán mañana a votar más bien contra que a favor. O como un mal menor.

Los sondeos, casi nunca unánimes, calculan en general el porcentaje de indecisos entre el 25% y el 30%, e incluso por encima. “La creciente volatilidad electoral refleja una característica fundamental de la sociedad francesa: la infidelidad. Con las marcas, el consumo, los modos de vida conyugales. Si la lealtad era, ayer, algo moralmente valorado, hoy se reivindica la infidelidad”, comentaba en Le Monde el director del instituto Ipsos, Brice Teinturier.

¿Tendrá algo que ver el éxito reciente de los sitios de intercambios por internet especializados en relaciones adúlteras con la inestabilidad del voto? ¿Encontrará el votante el mismo subidón de adrenalina al cambiar la papeleta en la soledad de la cabina del colegio electoral? Sea como fuere, el voto parece haber cambiado su naturaleza sacrosanta para convertirse, según el politólogo Pascal Perrineau –director del centro de investigaciones políticas de Sciences Po (Cevipof)–, en un voto “más frágil, más reversible”.

Las dudas no afectan a todos los votantes en la misma proporción. El grado de incertidumbre es menor entre el electorado de los dos favoritos –el presidente saliente, Nicolas Sarkozy, candidato del principal partido de la derecha, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), y el aspirante, François Hollande, del Partido Socialista (PS)– que entre los seguidores de quienes combaten por el tercer lugar: Marine Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional (FN), Jean-Luc Mélenchon, del Frente de Izquierda (FG) –que incluye al histórico Partido Comunista–, y el centrista François Bayrou, del Movimiento Demócrata (MoDem)

De ahí que tanto Sarkozy –que anoche pronunció su último mitin en Niza (Costa Azul)– como Hollande –desplazado a Charleville-Mezières (Ardenas)– hayan apretado estos últimos días a los votantes situados en sus respectivos extremos, los tentados de votar a Le Pen o a Mélenchon, apelando al voto útil o al miedo.

La batalla ha sido tanto o más encarnizada aún en este segundo escalón, puesto que el trío de aspirantes a subir al tercer puesto del podio busca colocarse en una posición que aparece como clave: bien para condicionar la política del posible ganador –lo que pretende Mélenchon con Hollande–, bien para intentar aprovechar la derrota de quien hoy por hoy aparece como probable perdedor, Sarkozy, y la previsible explosión en tal caso del conglomerado UMP para morder en su base política. Es el caso, cada cual por su lado, de Le Pen y Bayrou.

Pero si el decantamiento de los indecisos ocupa una parte de la atención de los candidatos y sus equipos de campaña, la mayor inquietud se centra en la abstención, que podría ser anormalmente alta. En cualquier caso, acusadamente más alta que hace cinco años: en las elecciones de 2007, el electrizante duelo entre Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal, que encarnaban cada uno en su campo una esperanza de renovación, logró llevar a las urnas al 83,8% de los electores, reduciendo la abstención a un nivel historicamente bajo, del 16,2%.

En esta ocasión, nadie cree que pueda reeditarse semejante éxito. Por el contrario, todo el mundo da por hecho que la abstención subirá de forma importante. Algunos sondeos, como uno de Ifop realizado hace quince días, aventuraban incluso una cifra de hasta el 32%, un récord jamás alcanzado durante la V República en una elección presidencial. Hasta ahora, la máxima abstención se había registrado en los comicios del 2002 –con un 28,4%- y todo el mundo recuerda cuál fue la consecuencia directa: la eliminación en la primera vuelta del candidato socialista, el entonces primer ministro Lionel Jospin, y el pase a la segunda vuelta del líder del ultraderechista FN, Jean-Marie Le Pen.

No es de extrañar, en consecuencia, que los principales candidatos estén fundamentalmente preocupados por la abstención, que podría dar lugar a inesperadas sorpresas. Cuanto más alta sea, mayor efecto tendrá sobre el resultado de la primera vuelta y condicionará más el segundo y definitivo asalto el 6 de mayo.

Si la abstención no parece comprometer el pase de los dos favoritos, Nicolas Sarkozy y François Hollande, a la segunda vuelta –tal es la distancia que marcan los sondeos respecto a sus inmediatos seguidores–, sí puede, en cambio, alterar completamente el resultado del duelo entre ambos. La abstención no se comporta de forma homogénea y, por lo general, suele tener mayor incidencia entre la población socialmente más frágil: los jóvenes, las personas con bajo nivel de titulación, los parados, los asalariados precarios... “En esta perspectiva, los partidos de izquierda sufren una desventaja competitiva”, escribían una una tribuna en Le Monde los politólogos Céline Braconnier y Jean-Yves Dormagen. Ahora bien, también Sarkozy, que basó hace cinco años su triunfo en el apoyo de las clases populares, puede verse afectado.

El estado de opinión en Francia, a medio camino entre la decepción y el desánimo, no es precisamente el más movilizador. Y la campaña electoral, apagada y dispersa, tampoco ha ayudado. Por si fuera poco, la primera vuelta cae justo en medio de las vacaciones escolares de Primavera –de quince dias–, y para colmo de males Méteo France vaticina para el domingo un país barrido literalmente por las lluvias.



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