lunes, 30 de abril de 2012

Divididos por la nación

La reivindicación de la nación, la vigencia de las fronteras... Un discurso declaradamente nacionalista, que sin embargo no se admite como tal, se ha situado en el centro del debate electoral en Francia a menos de una semana para la crucial votación de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el domingo 6 de mayo, en la que el rumbo del país y de Europa entera están en juego.

En situación extremadamente delicada a la vista de los sondeos –que le vaticinan de forma unánime una clara derrota–, Nicolas Sarkozy parece decidido en este último tramo de campaña a jugar fuertemente la carta del orgullo nacional y el espíritu de resistencia e irredentismo de los franceses, fieramente hostiles a la mundialización, con la reivindicación de las fronteras, a la vez signo identitario y muralla de protección. Frente a la concepción del presidente francés, el candidato socialista, François Hollande –en situación de favorito–, opone un patriotismo abierto y europeísta que trascienda las fronteras.

Nicolas Sarkozy, en un mitin en el Parque de Exposiciones de Toulouse ante varios miles de personas –seguido en directo por alrededor de 60.000 simpatizantes en seis ciudades–, y François Hollande, ante una multitud de alrededor de 20.000 seguidores en el pabellón deportivo de Bercy, en París, abordaron cada uno desde una visión diferente la cuestión de la nación. Curiosamente, los dos partieron de una idéntica condena del nacionalismo –una ideología de la que se abomina en la mayor parte de Europa desde la Segunda Guerra Mundial–, para lo que utilizaron casi idénticas palabras. Las mismas que gustaba de repetir el ex presidente Jacques Chirac, del que ambos podrían considerarse –por razones bien diferentes– herederos políticos: “El patriotismo es el amor de lo propio, el nacionalismo es el odio de los otros”.

El elogio de la nación y la identidad nacional –francesa, por supuesto–, junto con la defensa de las fronteras como pilar de la nación, constituyeron el eje del discurso pronunciado por Sarkozy, que, necesitado de los votos de los 6,4 millones de electores del Frente Nacional, sigue moviéndose en el terreno donde acostumbra a jugar la extrema derecha.

El presidente francés llamó a sus conciudadanos a estar “orgullosos de ser francés” y a defender el “espíritu nacional”. “No hay que dejar que Francia se diluya en la mundialización”, exclamó Sarkozy, quien reivindicó la vigencia de las fronteras como baluarte para proteger la propia identidad. Fronteras geográficas “respetadas y defendidas” –contra la inmigración incontrolada, contra la competencia comercial desleal–, pero también “morales” y “culturales”. “Sin fronteras no hay nación, no hay Estado, no hay República. Sin fronteras no hay política ni libertad”, afirmó, mientras acusaba al “sistema mediático” de confundir “el sentimiento nacional, que es muy respetable, con el nacionalismo, que es una ideología profundamente peligrosa”. “Cuando se niega la importancia de la nación, se abre la puerta a la ley de las comunidades y de las tribus”, añadió.

Reiteradamente acusado de adoptar el lenguaje, e incluso las ideas, de la extrema derecha, Sarkozy se presentó nuevamente como víctima de los “estalinistas del siglo XXI”, a la vez que rechazaba “la izquierda insoportable que pretende dar lecciones”.

El candidato de la izquierda hablaba a esa misma hora en París. François Hollande rechazó el “nacionalismo y el soberanismo”, y opuso a los planteamientos de Sarkozy un “patriotismo” que trascienda la nación. “El patroitismo es servir una causa que es más grande que nosotros, es lo que nos pemite ir más allá de nosotros mismos, ir más allá de nuestras fronteras”, dijo el candidato socialista, quien añadió: “El patriotismo es amarse a sí mismo para amar a los otros, no tener miedo de nada, no temer nada en la competición mundial, en la Europa que se está construyendo”.

En un discurso que terminó con un bis –cual si fuera un cantante–, Hollande reprochó al presidente francés, al que en repetidas ocasiones designó como “el otro”, la forma en que está conduciendo la campaña electoral de la segunda vuelta, las “mentiras” a repetición que lanza para denigrarle y las posturas extremistas que está adoptando para intentar seducir a los votantes del Frente Nacional. Algo que, subrayó, él no está dispuesto a hacer. “Yo quiero reconquistar a los hombres y mujeres encolerizados que se abandonan, sí y cien veces sí; pero prometer y comprometerse, no, mil veces no”, afirmó el candidato socialista, quien añadió: “Yo quiero dirigirme a lo que hay de mejor en cada uno de nosotros, no a sentimientos mediocres”.

Hollande insistió varias veces en remarcar la diferencia de estilo con su adversario, advirtiendo que la forma de realizar una campaña prefigura la forma de gobernar una vez en la presidencia. “Yo quiero una presidencia digna y ejemplar”, afirmó el presidenciable socialista, quien llamó a sus seguidores a mantenerse en esta línea”. “Quiero que merezcamos la victoria. No quiero una victoria a cualquier precio”, dijo.

François Hollande quiere aprovechar el sesgo tomado por la campaña del presidente francés, fuertemente derechizada, para salir del cauce de la izquietrda y presntarse como un candidato aglutinador, capaz de reagrupar no sólo a su propio campo, sino también al centro político y a todos aquellos que defienden –frente a la extrema derecha– los valores republicanos. Ayer en Bercy, estaban presentes la candidata y la secretaria general de Los Verdes, Eva Joly y Cécile Duflot, y también el ex ministro chiraquista Jean-Jacques Aillagon.
Hollande y Sarkozy, que ayer mantuvieron un duelo a distancia, se enfrentarán en un debate cara a cara –el único– el miércoles por la noche en televisión.



España, para lo bueno y para lo malo

Sarkozy volvió a poner ayer el ejemplo de España para subrayar la situación en que se encuentra el país tras “siete años de gobierno socialista” por “no haber querido hacer ningún esfuerzo” . Hollande le reprochó que tras haber “elogiado” largamente a “su amigo Zapatero” lo utilice como referencia negativa.




El nacimiento del 'marinismo'

El viejo diablo está todavía ahí, en un rincón, observando, vigilando, aconsejando... Pero cada día que pasa está un poco más apartado, un poco más disminuido. A sus 83 años, el fundador del Frente Nacional (FN), Jean-Marie Le Pen, asiste en segunda fila a la transfiguración de su partido a manos de su hija y heredera, Marine. Moderna, joven –43 años–, dinámica y combativa, la nueva presidenta del FN, reforzada por su histórico éxito en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas –6,4 millones de votos, el 17,9%–, se dispone a fundar una “nueva derecha” sobre los cimientos del viejo Frente. Pero el edificio lo quiere totalmente nuevo. Por lo menos, la fachada.

Para ello, Marine Le Pen ha roto en parte con el pasado ostensiblemente cavernícola del FN, moderado algunas de sus aristas, ocultado los viejos tics de la extrema derecha. El giro empezó hace ya un año, cuando tomó las riendas del partido, e introdujo un mayor acento social en un discurso hasta entonces monopolizado por la inmigración y la seguridad.

La estrategia de Marine Le Pen, reforzada por la legitimación indirecta que le ha dado Nicolas Sarkozy al aproximarse a su terreno y retomar algunas de sus ideas, fue avalada por el voto del 22 de abril. Su voz ha sido escuchada en las clases populares, en las zonas obreras y rurales.

El próximo paso, ineludible, es matar simbólicamente al padre. Y Marine Le Pen, que cuando habla de su progenitor le designa por el apellid, ha empezado a romper ya el cordón umbilical. Sin anuncios ni grandes alharacas, destilando la idea como en una lluvia fina pero persistente, Marine Le Pen ha empezado a transformar a los históricos “lepenistas” en “marinistas”. ¡El rey Le Pen ha muerto! Viva el rey! El nuevo lenguaje de la líder del FN no debe ser muy del gusto del fundador, ni desde el punto de vista personal ni desde el punto de vista político. Porque de la misma forma que el “marinismo” está enterrando hoy el “lepenismo”, también el Frente Nacional podría cambiar de nombre a medio plazo. “Se funda un nuevo partido cuando uno ha quebrado, no cuando uno tiene éxito”, advirtió Jean-Marie Le Pen el día 23.

La idea de un cambio de nombre no se concretará a corto plazo, pero avanza soterradamente. Louis Aliot, vicepresidente del FN y compañero sentimental de Marine Le Pen, registró el pasado mes de enero el nombre de Alliance pour un rassemblement national (Alianza para un reagrupamiento nacional). De momento, y para hacer boca, las nuevas huestes “marinistas” podrían acudir a las elecciones legislativas de junio bajo el título de Rassemblement bleu Marine (Regrupamiento azul Marine), un juego de palabras que evoca el eslogan utilizado en las presidenciales: Vague bleue Marine (Ola azul Marine)

Las elecciones a la Asamblea Nacional, el 10 y 17 de junio próximos, serán la verdadera prueba de fuego de Marine Le Pen. El sistema mayoritario, que penaliza a los pequeños partidos, podría arruinar su impulso, como le sucedió en 2007 al centrista François Bayrou. A no ser que la penetración “marinista” logre hacer pasar a la segunda vuelta a buena parte de sus candidatos –lo que sería posible en 353 de las 577 circunscricpiones si se repitieran los resultados del 22 de abril–. En tal caso, la elección sería enormemente difícil, pero no lo sería hacer caer a un centenar de diputados de la derecha. Un tal seísmo sometería a la UMP a una grave crisis y abriría un nuevo periodo de luchas intestinas. Esa es la apuesta de Marine Le Pen


domingo, 29 de abril de 2012

Bulevar Barbès, París, distrito XVIII

La imagen de Francia como una sociedad multiétnica, caleidoscopio de culturas y religiones, tiene algo de espejismo. O más bien, de espejo deformante. Basta un viaje por las salvajes costas de Bretaña, por ejemplo, para encontrar una realidad radicalmente diferente: frente al Atlántico, como en una revisitación del mito de los galos irreductibles, la imagen que predomina es la de toda la vida, la de una idealizada Francia francesa, católica y eminentemente blanca. Basta, sin embargo, deambular por el bulevar Barbès, en el distrito XVIII de París, para entrar en otro mundo, del que la Francia original parece haber desaparecido casi por completo.

Con una población inmigrante estimada en algo más de cinco millones de personas –un 8% de sus 65 millones de habitantes–, Francia tiene una proporción de extranjeros similar e incluso por debajo de la de otros países europeos. Nada que se aproxime pues a la “inmigración masiva” que han denunciado –y todavía denuncian– algunos de los candidatos a las elecciones presidenciales francesas, con el presidente Nicolas Sarkozy a la cabeza.

Según donde se resida, sin embargo, la impresión es muy otra. De entrada, porque a los nuevos inmigrantes, deben añadirse los descendientes de oleadas migratorias anteriores: los franceses de segunda generación, con al menos uno de sus padres nacidos en el extranjero, son 6,5 millones más –el 11%–, la mitad de ellos hijos de inmigrantes europeos. Y en segundo lugar, y sobre todo, porque una parte sustancial de estos inmigrantes y sus descendientes se concentran en unas zonas geográficas muy determinadas, particularmente en la región de París –entre el 30% y el 40%–.

Esto es, además, especialmente verdad en lo que concierne a las oleadas migratorias recientes, integradas básicamente por magrebíes y negros africanos, quienes –a diferencia de los inmigrantes españoles y portugueses de los años 60 y 70– tienen rasgos fácilmente identificables como diferentes. Por algo se les llama oficialmente “minorías visibles”.

En este reparto desigual, en este desequilibrio, está la raíz de los problemas vinculados a la inmigración. “La integración no funciona cuando se produce una fuerte concentración de inmigrantes en determinados lugares, porque entonces la asimilación no se produce”, subraya al respecto Hakim el Karoui, director del Banco Rotschild, una de las figuras ascendentes de lo que se ha convenido en designar como “diversidad”. El problema, en efecto, se concentra y se multiplica en los barrios de las banlieues de las grandes ciudades, convertidos en guetos, caldo de cultivo de la desintegración social y foco de fracaso escolar, paro elevado y delincuencia. La falta de salidas y la discriminación han dejado los barrios de los suburbios en una situación explosiva que –como se vio en el otoño de 2005– puede tener erupciones violentas.

La percepción extremadamente negativa de una parte de la población francesa sobre los problemas causados por la inmigración –sobre todo entre las clases populares– está vinculada a esta realidad. Según diversos sondeos, para el 50% de los franceses hay un exceso de extranjeros y la integración no funciona. La traducción política de este malestar se ha visto en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, con el ascenso del Frente Nacional hasta cerca del 18% de los votos, y en la deriva de la campaña de la segunda vuelta, en la que Sarkozy ha adoptado el tema de la inmigración como central.

La política de Sarkozy en estos cinco años en materia de inmigración ha sido claramente restrictiva, tanto en la lucha contra la inmigración irregular como en el endurecimiento de los requisitos para la inmigración regular (por reagrupamiento familiar o matrimonio). Imponiendo objetivos cifrados, las expulsiones de clandestinos alcanzaron el año pasado el récord de 32.912 personas (un 17,5% más que el año anterior), mientras que la concesión de nuevos permisos de residencia se ha ido rebajando paulatinamente hasta alcanzar en 2011 la cifra de 182.595 (un 3,6% menos que en 2010). El objetivo declarado de Sarkozy es reducir aún estas entradas a la mitad. Pero el problema no es tanto cuántos entran, sino adónde van.



ENTREVISTA a François Héran, director de investigación del Instituto Nacional de Estudios Demográficos

“El problema de la inmigración es su concentración”

El debate electoral no siempre hace buenas migas con la realidad. A juicio del demógrafo François Héran, investigador en el Ined, es lo que pasa con la inmigración.

- La inmigración parece haberse convertido en el gran problema de Francia. ¿Lo es?

- Es un problema, pero no hasta el punto de ser el primer problema del país. Como ciudadano, me parece más importante el problema de la deuda pública. El debate actual está lleno de simplificaciones y caricaturas.

- Para algunos candidatos, hay demasiados extranjeros.

- No tiene sentido. En cifras absolutas tenemos un poco más de 5 millones de inmigrantes, lo que representa entre el 8% y el 9% de la población. En España se ha llegado a la misma proporción en sólo diez años, en Alemania es del 13%, en Suiza del 20%...

- Sin embargo, se habla de inmigración masiva...

- El Gobierno cifra las entradas anuales en casi 200.000 personas, aunque un reciente estudio del Ined –que sólo tiene en cuenta los inmigrantes que vienen para instalarse al menos por un año– las reduce a 156.000. Eso representa entre el 0,2% y el 0,3% de la población, muy por debajo de otros países. Francia recibe inmigrantes de forma casi ininterrumpida desde el siglo XIX, Naturalmente, al cabo de varios decenios eso cuenta. Hoy una cuarta parte de los franceses tiene un padre o abuelo de origen extranjero y si contamos tres generaciones, la proporción es de un tercio. Es una infusión duradera. Pero el flujo de entrada es relativamente moderado, no hay una intrusión masiva.

- La percepción es otra...

- La gran confusión que reina se debe a que la gente confunde la visibilidad de la inmigración, que es fuerte, con los flujos de entrada. El problema que tenemos en Francia es la concentración geográfica de los inmigrantes en unas pocas zonas: la región de París, el Norte, Marsella... En el departamento de Sena-San Denís, al norte de la capital, la proporción de población de origen inmigrante –sumando la primera y la segunda generación– es del 70%. En otras regiones del oeste es sólo del 3% o 4%. Esto tiene mucho que ver con la política de vivienda social, que no ha funcionado bien.

- ¿Explica eso la inquietud de una parte de la población?

- La concentración de la inmigración representa una carga que pesa mucho más sobre las clases populares, sobre la gente de los suburbios de origen frances. Y eso explica en parte el voto a Marine le Pen.





Hollande aguanta la ofensiva de Sarkozy

Nicolas Sarkozy va directo a estrellarse. A una semana de la votación de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, el 6 de mayo, todo apunta a una derrota clara e inapelable del actual presidente de la República frente al candidato socialista, François Hollande. Sólo el núcleo duro de la militancia de la UMP, movilizado para calentar los mítines de su campeón, mantiene el ánimo. Aparentemente Sarkozy también, pero su crispación le traiciona. Los sondeos –unánimes– le son extremadamete negativos, el desánimo y el nerviosismo se extienden en sus filas y entre su electorado ha empezado a instalarse el fatalismo.

“El pequeño Nicolas va a pasar a la historia, es una pena”. Dominique D., pequeño comerciante de la periferia parisina, es un elector fiel del presidente francés, a quien ve ya irremediablemente derrotado. “¡Y encima todo ese giro brutal a la derecha!”, se queja.

La deriva ultra impuesta por Nicolas Sarkozy a su campaña, en pos de los 6,4 millones de electores de la candidata del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, ha dejado estupefacto a una parte de su partido y de su propio electorado, incómodo con ser arrastrado al mismo terreno de la ultraderecha. Que Marine Le Pen haya lavado la cara del viejo FN para hacerlo más respetable y haya rebautizado a los seguidores frentistas como “marinistas” –sutil giro que rompe el cordón umbilical con su padre– no cambia el fondo de las cosas.

Las críticas que el ex primer ministro Dominique de Villepin ha osado decir en voz alta –la única ventaja de ser un apestado político dentro de su propia familia– la dicen a medias palabras otras figuras de la derecha gaullista y de los sectores centristas y democristianos de la mayoría. El filósofo y ex ministro de Educación Luc Ferry lo ha escrito negro sobre blanco en un artículo en Le Figaro: “La estrategia de derechización es un error, una trampa mortal”. En el partido, por ahora, casi todo el mundo calla. Pero el 7 de mayo, si la derrota se confirma, empezará una guerra sin cuartel en el seno de la UMP.

La apuesta de Sarkozy por las tesis de la extrema derecha –consecuencia última e inevitable de la estrategia diseñada por uno de los consejeros más influyentes del presidente, Patrick Buisson, un hombre de pasado ultraderechista– no está dándole resultado alguno. Tras una semana de machacar a la opinión pública con un discurso casi calcado del FN –contra la inmigración, contra los extranjeros, en defensa de las fronteras, contra las élites y los sindicatos– y un tono sumamente agresivo, Sarkozy no ha conseguido nada de nada.

Los seis últimos sondeos hechos públicos a finales de la semana son de una unanimidad demoledora. Todos vaticinan una victoria aplastante de François Hollande, que se impondría a su adversario por entre ocho y diez puntos de ventaja: los institutos de opinion Ifop, Harris Interactive y TNS-Sofres apuntan a un resultado de 55%-45%, mientras que BVA reduce la distancia en un punto –54,5% a 45,5%– y otros dos, CSA y Opinion Way, la rebajan en dos puntos –54% a 46%–. A siete días de la votación, esta diferencia parece insuperable.

De acuerdo con el resultado de la primera vuelta, los politólogos calculan que para ser reelegido Sarkozy necesitaría recuperar para sí el 80% de los votos del Frente Nacional y el 50% de los votos del centrista François Bayrou, presidente del Movimiento Demócrata (MoDem). Una ecuación casi imposible que, a la vista de las encuestas, está lejos de conseguir. La próxima semana, Le Pen y Bayrou desvelarán su posición para la segunda vuelta. Es la última esperanza de Sarkozy


Straus-Kahn: “Nunca creí que irían tan lejos”

Dominique Strauss-Kahn insiste en atribuir su caída política a una conspiración urdida para impedirle presentar su candidatura al Elíseo. En una entrevista publicada ayer por el diario británico The Guardian, Strauss-Kahn atribuye el complot a “gente con una agenda política”, presumiblemente vinculados al presidente Nicolas Sarkozy. “Quizá fui ingenuo en el terreno político, pero nunca creí que irían tan lejos”, afirma el ex ministro socialista y ex director general del Fondo Monetario Internacional (FMI). Strauss-Kahn, detenido el 14 de mayo de 2011 por la presunta violación de una camarera, Naffisatou Diallo, en un hotel de Nueva York –acusación que luego fue retirada–, no sugiere que Diallo formara parte de la conspiración, pero sí lo que sucedió después.



En el filo de la navaja

Como un avezado equilibrista, Nicolas Sarkozy ha atravesado hasta ahora la crisis caminando peligrosamente sobre la cresta de la montaña sin llegar a caer. A la vista de los graves problemas que atraviesan países como España o Italia, la situación de Francia –perdonada, hasta el momento, por los mercados financieros– ofrece un aspecto envidiable. Por lo menos en apariencia: los malabarismos del Gobierno, que ha hecho los recortes presupuestarios mínimos, permitieron cerrar 2011 con dos datos positivos, que contrastan fuertemente con los registrados al otro lado de los Pirineos y de los Alpes: un crecimiento del PIB del 1,7% y un déficit público del 5,2% que harían saltar de alegría a cualquiera.

“Cuando me examino, me inquieto. Cuando me comparo, me tranquilizo”, reza un célebre adagio atribuido a Talleyrand, el astuto y esquinado ministro de Asuntos exteriores de Napoleón. Ésta ha sido hasta ahora la actitud de la clase política francesa y en particular de Nicolas Sarkozy, que ha utilizado abundantemente durante la campaña electoral el recurso a la comparación –sobre todo con España, forzosamente sangrante– para subrayar su acertada gestión de la crisis y vaticinar toda suerte de desgracias si el socialista François Hollande acaba llegando al Elíseo.

La realidad económica de Francia, sin embargo. es bastante más contrastada. Si el crecimiento del PIB ha aguantado y el país ha sorteado por ahora el riesgo de recesión, si el déficit va bajando, no es menos cierto que el resto de indicadores son altamente preocupantes: la deuda pública no para de aumentar –el año pasado alcanzó los 1,7 billones de euros, el 85,8% del PIB–, el paro lleva once meses consecutivos subiendo y ha llegado al inquietante nivel del 10% –con 2,8 millones de desempleados, cifra que se eleva a 4,3 millones si se cuenta a aquellos que han hecho algún trabajo parcial en el último mes–, y el desequilibrio de la balanza comercial registró el año pasado el nivel récord de 69.600 millones.

La aparente calma actual puede ser nada más que la bonanza que precede a la tempestad. Numerosos son los analistas que temen el desencadenamiento de los problemas una vez pasadas las elecciones presidenciales, sea quien sea quien resulte elegido. “La España de Mariano Rajoy prefigura la situación de Francia al día siguiente de la elección presidencial”, alerta el economista Nicolas Baverez, quien vaticina que la deuda pública francesa será el próximo objetivo del ataque de los mercados financieros.

No es el único en pensar de este modo. Pero nada está definitivamente escrito. También se anunciaron mil y una calamidades cuando la agencia Standard & Poor’s degradó la calificación de la deuda francesa el pasado 14 de enero (de AAA a AA+) y sin embargo nada pasó. Por el contrario, el diferencial (<CF21>spread</CF>) entre los tipos de interés de las obligaciones de Estado de Francia y Alemania a largo plazo incluso ha bajado: a finales de marzo se situaba en 112 puntos básicos (esto es, 2,95% frente a 1,83%)

Si las cosas se mantienen como están –por precario que sea el equilibrio– o si se deterioran rápidamente va a depender de las decisiones que en materia de política económica y fiscal adopte el nuevo Gobierno, y si los mercados las consideran suficientes y creíbles. Hasta el momento, las propuestas electorales de Nicolas Sarkozy –que pone más el acento en el recorte del gasto– y de François Hollande –que se inclina más por subir impuestos– convencen a muy pocos. Ambos prometen el retorno al equilibrio presupuestario en 2016, el primero, y en 2017, el segundo. Pero ambos se apoyan en escenarios económicos –1,75% de crecimiento en 2013 y del 2% en 2014– que son de incierto cumplimiento.

Bajo el título de “Francia en la negación”, el semanario The Economist acusó el mes de marzo a Sarkozy y Hollande –a quienes situaba alegremente tumbados en el escenario del cuadro de Manet "Le Déjeuner sur l’herbe"– de negar la realidad y esconder la gravedad de la situación a los electores. Los franceses, sin embargo, no se engañan y saben que tendrán que apretarse el cinturón.


ENTREVISTA a Ulrich Hege, profesor de finanzas en la Escuela internacional de negocios HEC de París

“Los mercados impondrán las reformas”

A partir del 7 de mayo, sea quien sea el presidente, Francia deberá coger el toro por los cuernos. Así piensa el profesor Ulrich Hege, quien juzga la austeridad ineludible.

-¿Puede caer Francia en la situación de España como advierte Nicolas Sarkozy?

- Francia está en riesgo, sin duda. Tiene una deuda superior a la de España y dificultades para reducir su déficit. Quienes especulan contra los títulos obligacionistas podrían atravesar los Pirineos. Pero los riesgos de Francia son relativamente independientes de quién gane las elecciones.

- Por ahora, Francia ha eludido una política drástica de austeridad como la que ha llevado a otros países a la recesión...

- La campaña electoral francesa no ha abordado los grandes retos económicos. Los dos candidatos han dejado creer que todo va más o menos bien. Pero al final Francia se tendrá que disciplinar, como España e Italia. La marcha hacia la austeridad se impone porque no hay alternativa.

- El candidato socialista, François Hollande, pide un plan de relanzamiento europeo...

-  El relanzamiento pasa, antes que nada, por ganar competitividad. La diferencia entre los costes unitarios laborales de Francia y Alemania han crecido un 20% en los últimos 12 años. Hay que ganar competitividad, y ello implica de entrada aligerar la fiscalidad real que pesa sobre la producción. Con unas cargas patronales de entre el 40% y el 50%, Francia es prácticamente el líder mundial en cargas sociales sobre las empresas.

-  Cómo juzga el balance del presidente saliente, Sarkozy?

- Es un poco triste constatar que Sarkozy, que tenía una voluntad de reforma y que recibió un mandato electoral para ello, ha malogrado esta oportunidad. Lo peor no es que Sarkozy no haya hecho las reformas, sino que ha arruinado su legitimidad.

- ¿El próximo presidente lo tendrá, pues, más difícil?

- Es lo que pienso. Ninguno de los dos candidatos ha buscado un mandato electoral para las reformas, los dos lo han eludido por cálculo. Como el electorado no podrá ejercer el papel de árbitro, al final serán los mercados los que impondrán las reformas.

- ¿Cuáles son a su juicio las reformas imprescindibles?

- Lo primero, como ya he dicho, es ganar competitividad. Después, hay que recortar gastos. Comparada con otros países, Francia es muy generosa en el gasto. No hay que cortar en la enseñanza, que es una inversión de futuro, pero hay otras fuentes de ahorro posibles.







sábado, 28 de abril de 2012

Sarkozy causa "espanto" a Villepin

Lo que algunos piensan en voz baja en el seno de la derecha francesa lo dijo ayer en voz alta Dominique de Villepin. En una contundente tribuna publicada en el diario Le Monde, el último primer ministro de Jacques Chirac expresó su “espanto” por la deriva extremista de la campaña del presidente francés, empeñado en una carrera para seducir a los 6,4 millones de votantes que en la primera vuelta de las elecciones presidenciales dieron su apoyo a la candidata de la ultraderecha, Marine Le Pen. “Es un camino sin retorno”, alertó Villepin, para quien se están sobrepasando “las líneas rojas republicanas”.

“No soporto la histeria general que se ha adueñado de la elección, en la que el pueblo francés ha sido tomado como rehén por seis millones de electores encolerizados”, escribe el ex primer ministro, que apela a su “herencia gaullista” para advertir a los militantes de la UMP del “veneno mortal que amenaza a la derecha”. Villepin expresa su confianza en que los “electores de la mayoría” se levanten en defensa del interés general y la dignidad.

Enfrentado política y personalmente a Nicolas Sarkozy –ambos se han acusado mutuamente de utilizar el caso Clearstream para hundirse el uno al otro–, Villepin amagó con presentarse a las elecciones presidenciales antes de retirar su candidatura por falta de apoyos y refugiarse en un discreto silencio. En su artículo, en el que también alude a la “inquietud” que le despierta la izquierda –sin entrar demasiado en ello–, el ex primer ministro no hace un llamamiento explícito a votar por uno u otro candidato en la segunda vuelta, pero sus palabras van cargadas de sentido: “El 6 de mayo que cada cual vote pensando en Francia y en lo que siempre ha encarnado de mejor, a sus valores de respeto, de dignidad y de humanismo, porque, en conciencia, hay que elegir bien”.

Más duro en su juicio, el ensayista y escritor Jean-François Kahn –próximo al líder del Movimiento Demócrata (MoDem), el centrista François Bayrou–, llamó ayer directamente a votar contra Sarkozy, tras denunciar que “por primera vez después de más de medio siglo, un presidente de la República en ejercicio, candidato con posibilidades de ser elegido, acaba de reactualizar y por tanto de legitimar una retórica abiertamente petainista”. La comparación de Sarkozy con el mariscal Pétain –el hombre de la colaboración con los nazis– fue utilizada ya esta semana por el diario comunista L’Humanité.

Nicolas Sarkozy, en un mitin en Dijon, insistió en su línea de adoptar un discurso de extrema derecha –sobre la inmigración y los extranjeros, la seguridad, los sindicatos– y de atacar con dureza al candidato socialista, François Hollande. El presidente negó no obstante la deriva extremista y se presentó como víctima de un “proceso estalinista.



viernes, 27 de abril de 2012

De Trierweiler... a Rottweiler

Lionnel Luca, diputado de la UMP y miembro de la corriente Derecha Popular –al ala más derechista del partido de Nicolas Sarkozy– siente una irresistible atracción por las sentencias provocadoras y las frases denigrantes. Sus periódicas salidas de tono forman parte del paisaje político francés. El martes, durante un acto político de apoyo al presidente francés en Saint-Laurent-du-Var (Costa Azul), ofreció una nueva muestra de su capacidad para la zafiedad al comparar a la compañera sentimental del candidato socialista al Elíseo, François Hollande, con un perro.

“Hollande, que ha encontrado una mujer, Valérie Rottweiler...”, bromeó Luca haciendo un juego de palabras con el apellido de la compañera del candidato socialista –Trierweiler– y provocando la hilaridad de los asistentes. Para acabar rematando la gracia con el siguiente comentario: “No es simpático para el perro, esto...”.
El Partido Socialista reaccionó ayer condenando las “injurias abyectas” del diputado conservador. François Hollande, por su parte, calificó tales bromas de “indignas” y reclamó una condena firme y pública de las mismas por parte de Nicolas Sarkozy. “Esto forma parte de todos esos excesos que estropean la política. Yo defiendo el honor y la reputación de Valérie, mi compañera, pero defiendo sobre todo el honor y la reputación de la política, que merece algo mejor”, declaró.

Dos ex ministros de la UMP, Dominique Bussereau e Yves Jégo, afearon a Lionnel Luca su conducta y el secretario nacional del partido, Sébastien Huyghe, le pidió por su parte que retirara sus palabras. Por el momento, el fogoso diputado conservador no ha mostrado ninguna intención de hacerlo. Por el contrario, consideró que no tenia nada que retirar y calificó sus propios comentarios de “muy divertidos”. “Fueron sólo diez minutos de humor para relajar el ambiente”, comentó al diario regional Nice Matin.

Durante diez minutos, Lionnel Luca se puso los botas. porque los chistes alcanzaron también a otras personas. A François Hollande le calificó de “anguila” y “candidato edredón”. También recibieron dos antiguas figuras de la izquierda fichadas por Sarkozy que ahora han vuelto a cambiar la camisa y pedido el voto para el socialista, Martin Hirsch –al que calificó de “Judas”– y Fadela Amara –a la que se contentó con tildar de “fea”–. “Meterse con el patronímico, al físico y a los orígenes de la gente es una técnica vieja como los años treinta”, comentó al respecto Hirsch..


La policía desembarca en la campaña

La policía ha desembarcado en el centro de la campaña electoral francesa. Materialmente. Encolerizados por la inculpación judicial por homicidio voluntario de un agente que el sábado pasado mató a un delincuente armado, decenas de policías invadieron la noche del miércoles los Campos Elíseos de París con sus vehículos oficiales –luces azules destelleando, sirenas sonando– para expresar su indignación y su hartazgo. La efervescencia policial obligó ayer a los dos candidatos que quedan en liza para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, Nicolas Sarkozy y François Hollande, a mojarse.

El presidente saliente, empeñado en una carrera ideológica sin freno hacia la extrema derecha, es el que fue más lejos, al hacer suya una propuesta programática del Frente Nacional (FN): la instauración de un principio legal de “presunción de legítima defensa” para amparar a la policía.

“Debe haber una presunción de legítima defensa, pues en un estado de Derecho no se puede poner al mismo nivel a un policía en el ejercicio de sus funciones que a un delincuente en el ejercicio de las suyas”, dijo Sarkozy en un mitin en Raincy, en la banlieue norte de París, no lejos de donde sucedieron los hechos. Posteriormente, recibió a una delegación de policías, a quienes expresó su respaldo. El ministro del Interior, Claude Guéant, por su parte, expresó su deseo de que la fiscalía presentara un recurso contra el procesamiento del agente. Pero el fiscal no le hizo caso.

Los hechos se produjeron la noche del pasado sábado en el centro de Noisy-le-Sec (Sena-San Denís), cuando cuatro agentes, alertados por un chivatazo, fueron a detener a un delicuente que estaba en busca y captura. Multirreincidente, con once condenas judiciales –muchas de ellas por robo a mano armada–, el individuo trató de huir, lanzando una falsa granada contra sus perseguidores y encañonando a uno de los policías con una pistola. El agente disparó cuatro veces, matándole en el acto.

El policía alegó haber disparado en legítima defensa, pero un testigo declaró que haber visto al agente perseguir al delincuente, que en ese momento trataba de huir. La autopsia ha revelado que la bala que lo mató le entró por la espalda. Esto es lo que llevó al juez a imputarle por homicidio voluntario y a prohibirle el ejercicio de sus funciones. Sus compañeros, sometidos a una gran presión en Sena-San Denís, uno de los departamentos más violentos de Francia, recibieron la decisión judicial como una agresión, tanto por la calificación de homicidio voluntario –que presupone intencionalidad– como por la suspensión del agente, que le priva de su salario. La policía de la banlieue acusa a los jueces de ser extremadamente benevolentes con los criminales y de aplicar sistemáticamente a la policía la “presunción de culpabilidad”, en palabras de Frédéric Lagache, portavoz del sindicato policial Alliance.

La idea de proteger a la policía con una especie de patente de corso, parecida a la que disfrutan los gendarmes –amparados en tanto que militares por el Código de la Defensa–, había sido defendida hasta ahora en solitario por la líde del FN, Marine Le Pen, que ayer se felicitó del alineamiento del presidente y reivindicó una “victoria ideológica”.

El pasado mes de enero, el ministro del Interior –un hombre muy cercano al presidente y reputado representante del ala dura del Gobierno– se opuso a semejante idea, alegando que no se podía “dar un permiso de disparar a los policías”. El secretario general del Sindicato de la Magistratura, Matthieu Bonduelle, la rechazó también ayer calificándola de “aberración jurídica”. Pero en su intento de seducción del electorado de extrema derecha, Sarkozy ha aparcado todo reparo.

El candidato socialista, que también recibió a una delegación policial, fue mucho más cauto. François Hollande, que se negó a “oponer la justicia y la policía”, se dijo partidario de reforzar la “protección administrativa” de los agentes encausados, prestándoles apoyo jurídico y manteniéndoles el salario durante la instrucción. Pero nada de crear una excepción legal para la policía.



jueves, 26 de abril de 2012

Sarkozy excluye un pacto con el FN, pero...

Con Nicolas Sarkozy no habrá ministros del Frente Nacional, ni pacto alguno en las elecciones legislativas de junio. Embarcado en una intensa campaña de seducción de los votantes de extrema derecha, que le son capitales para aspirar a vencer al socialista François Hollande en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el 6 de mayo, el presidente francés marcó ayer distancias con el FN y excluyó toda alianza política o electoral con el partido dirigido por Marine Le Pen. “No habrá acuerdo con el Frente Nacional, no habrá ministros del Frente Nacional”, dijo –subrayando sus palabras– durante una entrevista en radio France Info.

En los últimos días, Sarkozy ha ido tan allá en su cortejo al voto ultra que ha diluido peligrosamente las fronteras ideológicas entre su partido –la Unión por un Movimiento popular (UMP)– y el hasta hace poco tiempo unánimemente denostado Frente Nacional. Una apuesta que busca recuperar a toda costa el máximo posible de los cerca de 6,5 millones de votos –el 17,9%– recibidos por Marine Le Pen en la primera vuelta, y que no parece chocar demasiado al grueso de su propio electorado. Un sondeo del instituto Opinion Way publicado ayer por el diario económico Les Échos muestra que el 64% de los votantes de Sarkozy apoyaría un acuerdo electoral con el FN cara a las elecciones legislativas.

La salida de ayer de Nicolas Sarkozy marcando distancias con el Frente Nacional –no con sus electores, pero sí con su partido– buscaba fundamentalmente poner fin al debate que se ha ido abriendo a trompicones en la UMP sobre las elecciones legislativas y que transmite la nociva idea de que ya está todo perdido y que cada cual empieza a buscar la manera de salvarse individualmente. El posible pase de los candidatos del FN a la segunda vuelta de las legislativas en 353 circunscripciones –factible si se repitieran los resultados del pasado domingo– ha helado el espinazo de un buen número de diputados de la derecha, que temen que la competencia de la extrema derecha provoque una confrontación a tres bandas con la izquierda que acabe costándoles sus escaños. Algunos cargos de la UMP han empezado ya a explorar la posibilidad de pactos de mutuo desestimiento, lo que irrita a los sectores más moderados.

La ex ministra y senadora de la UMP Chantal Jouano ya ha advertido que entre votar por el FN y los socialistas, se decantaría por estos últimos... lo que le valió un durísimo correctivo del primer ministro, François Fillon, que calificó sus afirmaciones de “estúpidas y contraproductivas”. “Hay que rechazar situarse en una hipótesis de derrota”, dijo.

Todo este ambiente, unido a la deriva derechista de la campaña de Sarkozy, puede ser absolutamente suicida para el presidente francés. A medio y largo plazo, porque el objetivo de Marine Le Pen no es otro que construir alrededor del FN una “nueva derecha” sobre las cenizas de la UMP. Y a corto plazo porque una excesiva proximidad puede resultarle letal cara a la segunda vuelta. De ahí también que Sarkozy saliera a marcar las fronteras.

Una perspectiva de alianza con el Frente Nacional podría ser muy difícil de digerir para la parte más moderada de las bases de la UMP –un 35% está en contra– y ahuyentaría a los votantes centristas del candidato del Movimiento Demócrata (MoDem), cuyos 3,2 millones de sufragios le son tan necesarios como los del FN. El líder del MoDem, François Bayrou, que ha enviado sendas cartas a Sarkozy y Hollande con varias preguntas y en función de las respuestas decidirá si pide el voto para alguno de ellos, fue ayer muy crítico con el presidente francés, a quien acusó de “validar” las ideas del FN. “Abordar la cuestión de la inmigración validando la tesis del Frente Nacional y pretendiendo que los desequilibrios de las cuentas sociales son debidas a los inmigrantes supone renegar de medio siglo de política social en Francia. Es renegar del gaullismo, así como de los demócrata-cristianos y de los humanistas”, dijo Bayrou, que consideró “absurdo y ofensivo” comparar a los votantes del Frente Nacional y el MoDem.

El candidato socialista, François Hollande, no ahorró tampoco reproches a Sarkozy, a quien afeó su actuación en la campaña de la segunda vuelta. “El candidato saliente ha empezado una carrera –dice él– detrás de los electores del Frente Nacional, pero también de sus tesis, sus palabras, sus frases”, afirmó Hollande, quien dijo “lamentar” tal actitud y vaticinó que si tiene éxito “se pagará caro”. “Sobre estas bases, ¿qué presidencia habría en los próximos cinco años? Una presidencia de brutalidad, de división, de extremos”, añadió.

Hollande también necesita el apoyo de una parte de los votantes de Marine Le Pen para poder vencer en la segunda vuelta y, por ello, también lleva a cabo su propio cortejo. El candidato socialista visitó el martes uno de los departamentos donde la candidata del FN obtuvo uno de sus mejores resultados, el Aisne, donde hizo un mitin en una fábrica. Frente a los obreros, aseguró haber “escuchado” el mensaje de los votantes de Le Pen, cuyo sufragio calificó de “voto de cólera y voto de cambio”. Pero en su afán de atraerlos hacia sí, Hollande –a diferencia de su rival– no cede ni un ápice en su ideario. Ayer mismo, en una multitudinaria conferencia de prensa en París, el candidato socialista se reafirmó en su proyecto de conceder a los etxranjeros el derecho de voto en las elecciones locales. “No voy a cambiar mis propuestas por el resultado de la primera vuelta –dijo–. Vale más la constancia que la contradicción”.

En un mitin en el Alto Rhin, Nicolas Sarkozy –que ha convertido la inmigración y los extranjeros en su tema casi exclusivo de campaña– atacó duramente a Hollande por este flanco. Dirigiéndose a los electores del Frente Nacional advirtió de una supuesta regularización masiva de simpapeles. Y añadió: “Si no os unís a nosotros, tendréis el derecho de voto para los extranjeros, ¿es eso lo que queréis?”.




miércoles, 25 de abril de 2012

La ruptura que no fue

Cuando el 15 de septiembre de 2008 el banco Lehman Brothers se declaró en bancarrota, desencadenando la peor crisis financiera y económica que ha conocido el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, muchas cosas se derrumbaron. La historia que había escrito para sí mismo Nicolas Sarkozy también. Elegido en 2007 con un masivo y esperanzado apoyo popular –casi 19 millones de votos–, el presidente francés se pretendía el hombre de la ruptura, el líder que iba a poner a la esclerotizada Francia rumbo al siglo XXI. La crisis truncó sus planes. Cinco años después, la ruptura es un sólo vago recuerdo, la evocación de una ocasión perdida.

“Para Nicolas Sarkozy no habrá ningún encuentro con la Historia. No dejará ninguna reforma fundamental, ninguna gran construcción. Nada. No más que la huella del viento”. Son palabras duras, pronunciadas por el economista Jacques Attali –antiguo consejero de François Mitterrand en el Elíseo–, tanto más severas cuanto que vienen del hombre a quien Sarkozy puso al frente de la comisión de expertos para el crecimiento económico, cuyas más 300 propuestas sólo fueron parcialmente seguidas.

Sarkozy, cierto, no ha producido el gran salto prometido. La sociedad francesa sigue fundamentamente igual. Pero con más o menos acierto, de forma inconstante y a veces incoherente, Sarkozy ha sido un presidente reformador. Nunca antes se habían abordado en Francia tantas reformas y a un ritmo tan sostenido.
En su activo, los analistas destacan la autonomía de las universidades, los incentivos a la investigación, los servicios mínimos en el transporte, la creación de la Renta de Solidaridad Activa o la inevitable –aunque incompleta– reforma de las pensiones, aprobada pese a una fuerte contestación social.

La reforma del sobredimensionado Estado francés, en cambio, se ha quedado corta, a pesar de que la política de no reemplazar a uno de cada dos funcionarios que se jubilan, lo que habrá llevado a suprimir 150.000 empleos públicos –sobre todo en la Educación– y a cerrar juzgados y hospitales.

Entre sus fracasos más punzantes está el paquete de medidas económicas y fiscales lanzadas inmediatamente después de su elección, en el verano de 2007, conocidas bajo el nombre de Ley TEPA, que debían generar un “choque de confianza” y con el tiempo se han revelado costosas e ineficaces. Entre ellas, la exoneración fiscal de las horas extras, un mecanismo ideado para desactivar en la práctica la semana laboral de 35 horas, que pese a tanto criticarla nunca se ha atrevido a abrogar. El símbolo de este fiasco es el llamado “escudo fiscal”, que limitaba al 50% de la renta lo que un francés debía pagar al Estado por todos sus impuestos. Sarkozy hizo de él una cuestión de principio, negándose en redondo a rectificar aun cuando la evidencia de que sólo beneficiaba a los millonarios se volvió en su contra... Para para acabar suprimiéndolo en 2011.

Pocas cosas le han hecho más daño. El presidente francés, el más detestado de la historia de la V República, todavía paga los graves errores del inicio de su mandato, cuando festejó su victoria con varios grandes empresarios en Fouquet’s y se fue a navegar en el yate de Vincent Bolloré. Sólo faltó el “escudo fiscal” para que se consolidara la imagen de “presidente de los ricos”. Y el fallido intento de promover a un cargo a su hijo Jean, para arrojar sobre él la sombra del nepotismo.

Autopresentado como “el presidente del poder adquisitivo”, Sarkozy empezó a pagar muy pronto el olvido de sus promesas con una caída vertiginosa de su popularidad: “¿Qué quieren que haga si las cajas están vacías?”, respondió en enero de 2008, antes del estallido de la crisis. También había prometido reducir el desempleo –“Si el paro no baja a 5%, habré fracasado”, había dicho–, que ha acabado cerca del 10%.

Naturalmente, él no es el principal responsable de la crisis. Su gestión puede incluso haber sido positiva. Sarkozy ha demostrado no sólo su gran capacidad de liderazgo –su actuación al frente de la Unión Europea en plena tormenta financiera fue mundialmente aplaudida–, sino también su pragmatismo. Subiendo los impuestos y haciendo los recortes mínimos –lo contrario de lo que él mismo ha recetado al resto de Europa de la mano de la canciller alemana, Angela Merkel–, el presidente francés ha eludido la catástrofe.

Aunque crítico con un balance que califica de “mediocre” –Sarkozy “no ha resuelto los grandes problemas”, dice–, el politólogo Gérard Grunberg admite en cambio que “ha evitado lo peor”. No parece, sin embargo, que los franceses se lo reconozcan bastante.

Sarkozy no gusta. No gusta su personalidad excesiva, que le ha acabado hurtando la simpatía de muchos ciudadanos, incluso entre quienes le votan. Su manera personalista y omnipresente de ejercer el poder satura. Su forma de desacralizar –de rebajar, de algún modo– la presidencia de la República, enoja. La exhibición impúdica de su vida privada –su divorcio de Cécilia, su romance y boda con Carla Bruni–, molesta. Sus actitudes chulescas –“Ahora, cuando hay una huelga ¡nadie se entera!”– o barriobajeras – “¨¡Lárgate, pobre gilipollas!”– irritan. “Jactancia y trivialidad habrán devaluado, más que humanizado como el creyó, su función”, ha subrayado al respecto Claude Imbert, editorialista de Le Point.

La noche del 6 de mayo de 2007, ante la enfervorizada multitud que se agolpaba en la plaza de la Concordia de París para festejar su triunfo, Sarkozy hizo una promesa: “¡No os decepcionaré!”. Pero es lo que ha hecho.




martes, 24 de abril de 2012

Le Pen prepara el nuevo asalto

Reforzada por el resultado obtenido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas –el mejor jamás alcanzado por el Frente Nacional (FN)–, Marine Le Pen reunió ayer mismo a su equipo para empezar a preparar ya su segundo asalto. Su objetivo inmediato es aprovechar el impulso recibido el domingo, cuando los electores situaron al FN como la tercera fuerza política francesa –con cerca de seis millones y medio de votos, el 17,9%, según los datos definitivos– para intentar entrar en el Parlamento en las elecciones del próximo mes de junio. “Nuestro objetivo son ahora las legislativas, la tercera vuelta”, dijo gráficamente Marine Le Pen a su llegada a la sede del partido en Nanterre, en la periferia oeste de París.

El éxito de la extrema derecha en la primera vuelta del domingo es incontestable. Marine Le Pen, al frente del FN desde hace poco más de un año, ha conseguido en este tiempo lavarle la cara al viejo partido fundado por su padre –del que ha renovado el discurso, introduciendo una dimensión social y republicana– y ha logrado recuperar el terreno perdido a partir de las elecciones presidenciales de 2007, cuando Nicolas Sarkozy mordió en su base electoral y la redujo a un 10,4%. Las elecciones legislativas posteriores acabaron de hundir al FN hasta dejarlo en un escuálido 4,3%.

Marine le Pen, ayudada por la crisis y por el descrédito de Sarkozy entre el electorado obrero y popular –del que se alimenta el FN–, ha conseguido en 2012 llevar de nuevo al Frente Nacional a sus mejores momentos. Pero, en contra de lo que pudiera parecer a primera vista, está lejos de haber roto su techo histórico. Ha crecido, pero no se ha salido de su cauce. No por el momento. El 17,9% logrado por Marine Le Pen el domingo es equivalente –incluso un poco por debajo– al obtenido conjuntamente por su padre, Jean-Marie Le Pen, en la primera vuelta del 2002 (16,9%) y por el candidato disidente del FN Bruno Mégret (2,3%). Y casi idéntico al que el patriarca obtuvo en la segunda vuelta (17,8%) tras eliminar al entonces primer ministro, el socialista Lionel Jospin.

El voto de extrema derecha, por tanto, sigue encuadrado en la que, según el politólogo Gerard Grunberg, constituye su “base electoral estructural”: entre el 15% y el 20%. Las ovejas decarriadas que hace cinco años votaron a Sarkozy han regresado al redil.

La recuperación del FN no ha llegado en un día. En las elecciones regionales de 2010 había vuelto ya al 11,4% y en las cantonales del 2011 se aupó hasta el 15,2%. A lo largo del año pasado, los estudios de opinión empezaron a detectar de forma regular la subida de la espuma frentista, hasta el punto de que a principios de este año algunos sondeos le concedían una intención de voto en las presidenciales del 20%... Si sorpresa –relativa– hubo el domingo fue porque algunas de las últimas encuestas habían aventurado la posibilidad de que Le Pen fuera sobrepasada por el candidato del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon. No fue así, y el líder de la izquierda radical –con el 11,1%– se quedó al final más de seis puntos por detrás.

El triunfo de Marine Le Pen del domingo fue especialmente acusado en sus feudos habituales: las zonas obreras del norte y el este del país, y el sur (en la región de Languedoc-Roussillon). En un departamento, el del Gard –con el 25,5% de los votos– la líder del FN acabó en cabeza, y en otros siete quedó en segundo lugar, bien por delante de Sarkozy, bien por delante del candidato socialista, François Hollande, con más del 20% de los votos: Aisne (26,3%), Aude (23,2%), Córcega del Sur (25,7%), Haute-Marne (25,2%), Meuse (25,8%), Pas de Calais (25,5%) y Vaucluse (27%), donde logró su mejor resultado.

Más allá de las implicaciones políticas que esta penetración electoral podría tener a largo plazo, puede tener también una traducción inmediata en las próximas elecciones legislativas del 10 y el 17 de junio. La dirección del Frente Nacional ha detectado –con los resultados del domingo en la mano–  353 circunscripciones en las que tendría opciones para pasar a la segunda vuelta, bien en duelos a dos, bien en confrontaciones triangulares, lo cual multiplicaría sus posibilidades de lograr algún diputado en la Asamblea Nacional.

Nada está asegurado, sin embargo. El sistema electoral mayoritario –que penaliza a los pequeños partidos– puede cerrarle todas o casi todas las puertas, como le ha sucedido hasta ahora (salvo el corto periodo en que François Mitterrand instauró el sistema proporcional y permitió en 1986 al FN obtener 35 escaños en el palacio Bourbon). Tal como está el sistema, al Frente Nacional podría pasarle lo mismo que al líder centrista François Bayrou, que después de haber obtenido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2007 el 18,6% de los votos, pinchó en las legislativas y tuvo que conformarse con sólo tres diputados entre 577. Una gota de agua en el océano.

La esperanza –y la estrategia– de Marine Le Pen pasa por una derrota de Nicolas Sarkozy en la segunda vuelta de las presidenciales, el próximo 6 de mayo, lo que a su juicio podría llevar a la Unión por un Movimiento Popular (UMP) a la descomposición, si no a la explosión, a causa de las guerras internas. Éste es el escenario querido y buscado por Marine Le Pen, que sueña con construir una “nueva derecha” articulada alrededor del FN y se imagina –ella misma lo dijo y con estas mismas palabras la noche del domingo– como la “única oposición” a una izquierda, necesariamente gobernante, a la que descalificó por “liberal y laxista”. A la líder del FN le interesa la victoria de Hollande, aunque no pueda confesarlo abiertamente.

Le Pen se ha reservado la última palabra para la tradicional concentración ultraderechista del 1 de Mayo en París (en homenaje a Juana de Arco), momento en que desvelará sus intenciones cara a la segunda vuelta. Tras haber desacreditado duramente a Sarkozy y Hollande por igual durante la campaña, y a la vista de la división de sus votantes, Marine Le Pen no puede –aunque quisiera– pedir el voto para uno de los dos contendientes.
Toda la incógnita, si merece tal nombre, es si dejará libertad de voto a sus seguidores, llamará a la abstención –como hizo el FN hace cinco años– o sugerirá el voto en blanco, como proponía ayer su padre. “El único problema –dijo riendo– es que por el momento el voto en blanco se contabiliza como nulo, cuando los nulos son los que salen elegidos”.



En busca del cuerpo a cuerpo

Colocado por el voto popular en la situación de aspirante, Nicolas Sarkozy se lanzó desde ayer mismo a buscar el cuerpo a cuerpo con el socialista François Hollande, persuadido de que en la confrontación directa, cara a cara, tiene todas las de ganar. Con este fin, el presidente francés –que en la primera vuelta de las elecciones presidenciales celebrada el domingo quedó segundo con el 27,2% de los votos– reiteró ayer su demanda de celebrar tres debates televisados con su rival en los quince días que quedan para la celebración de la segunda vuelta el 6 de mayo, en contra de la tradición de celebrar sólo uno.

Cada vez más agresivo, Sarkozy presentó implícitamente al candidato socialista como un cobarde o un hipócrita, en un intento de forzarle a aceptar estos tres duelos. “François Hollande huye del debate”, dijo el presidente, quien recordó que en las primarias socialistas –“entre camaradas”– su oponente aceptó sin problemas tres debates. “Ahora se trata de debatir ante los franceses, proyecto contra proyecto, personalidad contra personalidad, experiencia contra experiencia”, añadió en tono desabrido.

Ni las invectivas del jefe del Estado ni el coro de acusaciones que –como un eco– salió de las filas del partido gubernamental, la UMP, hicieron mella en François Hollande, quien se mantuvo firme en su negativa a aceptar la demanda de Sarkozy. “¿Por qué tres debates? ¡Por qué no cuatro, o cinco! Como está en mala situación, ahora quiere cambiar las reglas... Es como un mal alumno que ha sacado mala nota y pretende una nueva oportunidad”, respondió. Varias veces a lo largo de la jornada repitió su negativa.

Tanto Nicolas Sarkozy como François Hollande, sin darse descanso, se lanzaron de nuevo a la carretera en busca de amarrar el máximo de votos cara a la confrontación del 6 de mayo. El presidente francés protagonizó un mitin en Saint-Cyr-sur-Loire (Indre-et-Loire), mientras que el candidato socialista hizo doblete en Quimper y Lorient (Bretaña)

Sarkozy, combativo y radical, pronunció un largo discurso casi exclusivamente dirigido a los votantes del Frente Nacional, una parte de los cuales le apoyaron en 2007 y que le son vitales para mantener alguna esperanza de poder ganar las elecciones el día 6. “Quiero dirigirme a los franceses que no pueden más”, afirmó el presidente francés, quien aseguró haberles “escuchado” y haber “comprendido” el “sufrimiento” que expresaba su voto.

Nada realmente nuevo hubo en su discurso, si no es el acento que puso en los temas que preocupan al electorado de la extrema derecha, procedente sobre todo de las clases populares, y que el propio Sarkozy había ya explotado durante la campaña de la primera vuelta: la nación, las fronteras, el trabajo, la protección, la inmigración, Europa –tomada de nuevo como punching-ball... Lo novedoso fue el tono y, sobre todo, la dureza de los ataques contra los socialistas a quienes acusó de “vender a los obreros” del sector nuclear, de querer “dar el derecho de voto a los extranjeros” y de pretender “una regularización masiva de simpapeles”. Sarkozy sacó incluso a relucir el caso del ex director del Fondo Monetario Internacional (FMI), descabalgado de la carrera presidencial tras ser acusado de violación: “No aceptaré ninguna lección de moral, especialmente de quienes querían a Dominique Strauss-Kahn como presidente”, tronó.

Sarkozy necesita imperativamente el apoyo de los electores del FN, que el domingo se alzó con el 17,9% de los votos. Según el politólogo Pascal Perrineau, el presidente necesitaría un trasvase de votos frentistas del 80%, cuando los sondeos le vaticinan menos del 50%. Por otro lado, más se escora a la derecha, más votos centristas y moderados pierde. Ayer, un grupo de 45 cargos electos del Movimiento Demócrata llamaron a votar a Hollande. Pero no todo es unanimidad: un grupo de senadores centristas se inclinó por Sarkozy.

Hollande, confirmado como favorito con el 28,6% de los votos, también manifestó su disposición –actitud poco habitual en la izquierda– a “escuchar” a quienes han votado al FN por un sentimiento de “cólera”. Su tono fue, sin embargo, muy diferente. El candidato socialista advirtió que no enfrentará a unos contra otros y que trabajará por la unidad de los franceses.


lunes, 23 de abril de 2012

La perseverancia de la tortuga

Si François Hollande gana las elecciones presidenciales y se instala en el Elíseo, nadie podrá decir que sea fruto del azar. Aunque el azar habrá tenido un papel esencial, al dejar fuera de combate al único aspirante que podía cerrarle el paso: el ex director del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, que se suicidió políticamente el 14 de mayo de 2011 al dejarse llevar por enésima vez por sus irrefrenables impulsos sexuales y arruinar su carrera política. Sin este inesperado accidente, el actual candidato socialista al Elíseo quizá nunca hubiera llegado a ser ni siquiera elegido en las primarias de su partido. Pero cuando DSK tropezó y cayó, Hollande estaba allí. Estaba allí desde mucho tiempo atrás, preparando el camino pacientemente, sin la urgencia de su contrincante de hoy –Nicolas Sarkozy–, pero con una lúcida perseverancia. Sin forzar las cosas, evitando siempre el enfrentamiento, aguardando el momento propicio.

Longevo jefe de filas del Partido Socialista francés, que dirigió gracias al arte del equilibrio y del compromiso –de las componendas, dicen sus enemigos– durante once años (1997-2008), Hollande estaba a priori inmejorablemente situado para intentar la aventura del Elíseo en 2007. No lo hizo. Sarkozy lo hubiera forzado. Él no. Debilitado en el plano interno por el trauma del referéndum europeo del 2005, confrontado a la inopinada candidatura de su entonces compañera sentimental y madre de sus cuatro hijos, Ségolène Royal, François Hollande dio un paso atrás y prefirió esperar otro momento.

Nacido hace 57 años en Rouen (Normandía) en el seno de una familia acomodada y conservadora de provincias, el candidato socialista al Elíseo cursó estudios en lo más granado del sistema educativo francés: Sciences Po, la Escuela Nacional de Administración (ENA), la escuela de negocios HEC... Sólo un año después de salir con el título de <CF21>enarca</CF> bajo el brazo, se aupó a la cúpula de Estado al ingresar en el gabinete de la Presidencia de la República con François Mitterrand.

Su carrera política, a la sombra del patriarca del socialismo francés primero y de Lionel Jospin después, le condujo a convertirse en un hombre de aparato. Nunca en toda su trayectoria ha asumido responsabilidades gubernamentales. Ha sido primer secretario del PS, diputado, alcalde de Tulle y presidente del Consejo General de Corrèze, su feudo político –el mismo de Jacques Chirac–, pero jamás ministro. Sarkozy lo recuerda en tono afilado siempre que tiene ocasión...

Culto, inteligente, simpático y afable, con un agudo sentido del humor, a François Hollande le falta sin embargo el carisma inherente a los grandes líderes. Hombre partidario del diálogo y la concertación, se le ha acusado habitualmente de falta de firmeza y de solidez. Sus compañeros del PS, de donde surgió el apodo de Flanby –marca de un flan–, son quienes más sangrientamennte le han atacado.

Hace cinco años, Hollande dio un giro radical a su vida. Tras las elecciones presidenciales de 2007, se separó de Ségolène Royal –después de más de veinticinco años de vida en común– para unirse a la periodista Valérie Trierweiler. Y en noviembre de 2008 abandonó la primera secretaría del PS, que más que una plataforma se había convertido en un lastre. Hollande empezó desde aquel momento a preparar su candidatura presidencial. Con perseverancia y determinación, se dedicó a patearse toda Francia, visitando las agrupaciones socialistas en busca de complicidades y apoyos. Sus primeros pasos fueron observados con sorna o conmiseración. Hasta que DSK se suicidó.




La osadía de la liebre

A Nicolas Sarkozy nadie le ha regalado nada. Todo lo que ha obtenido lo ha logrado por sí mismo, lo ha tomado forzando el destino, venciendo todas las resistencias. De ahí ese talante orgulloso, esa pose arrogante –chulesca incluso–, que le traiciona tan a menudo y arruina su imagen. Movido por una ambición sedienta, la triunfal trayectoria política del presidente francés ha estado marcada por el ansia, por la prisa. Llegado al Elíseo con 52 años, afronta ahora el riesgo de tener que abandonar el poder con la misma rapidez con que lo conquistó. Si pierde las elecciones no será por haberse dormido como la liebre de La Fontaine, sino arrollado por su propio ímpetu.

Nacido hace 57 años en París en el seno de una familia de origen inmigrante –su padre, Pal Sarkozy de Nagy-Bocsa, era húngaro y su madre, Andrée Mallah, hija de un judío sefardí de Salónica convertido al catolicismo–, Nicolas Sarkozy creció en Neuilly-sur-Seine, el suburbio de la capital donde se concentran las grandes fortunas de Francia, con la obsesión de ser reconocido por los ricos y poderosos. De familia acomodada –su padre era publicitario, su madre abogada y su abuelo materno un pretigioso médico–, el hoy presidente francés francés nunca pasó necesidades, en contra de lo que sugiere la leyenda oficial. Pero sí le quedó, arraigado en lo más hondo, un vago sentimiento de exclusión social. Su aversión a las élites es tan sincero como su irrefrenable inclinación a codearse con los millonarios. El estilo ostentoso y bling-bling –onomatopeya que alude a la quincallería con que se adornan algunos raperos– de sus inicios tiene algo de alarde de nuevo rico.

Sarkozy no pertenece a las élites de la República. No es un titulado de la exclusiva Escuela Nacional de Administración (ENA) o Sciences Po. Es un simple abogado que ha hecho carrera política a base de empeño y osadía. Joven militante del movimiento gaullista, el hoy presidente dio su primer golpe de audacia en 1983, al hacerse con la alcaldía de Neuilly, con 28 años, desafiando a uno de los pesos pesados de su partido, Charles Pasqua. Desde la alcaldía, que ocupó durante casi veinte años, Sarkozy tejió una amplia red de relaciones y dio el salto al Gobierno, en el que ocuparía diversas carteras –Presupuesto, Portavoz, Economía e Interior– en diversos periodos entre 1993 y 2007. Embarcado, equivocadamente en el campo de Édouard Balladur contra Jacques Chirac en 1995, Sarkozy pasó una travesía del desierto antes de regresar a primera línea y hacerse casi por la fuerza con el mando de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), que utilizó como catapulta para imponer su candidatura y llegar al Elíseo.

Elegido en 2007 con un enorme respaldo popular (19 millones de votos), Sarkozy se convirtió con una rapidez pasmosa en el presidente más impopular de la V República. Algo que tiene que ver con el desgaste del poder, que en su caso ha ejercido de forma personalista y sin red –al relegar al primer ministro a un papel de figurante–, pero tambien con su controvertido carácter. Impetuoso e inconstante, su agitada vida personal ha jugado también en su contra. Casado dos veces y padre de tres hijos al llegar al Elíseo; divorciado poco después de su segunda esposa, Cécilia, fue su posterior y rápido romance con la ex modelo y cantante Carla Bruni –con quien se casó en 2008 y tiene una hija de seis meses, Giulia– la que precipitó la caída de su popularidad.
Sarkozy ha asegurado que si pierde las elecciones abandonará la política. Lo que resulta más difícil de creer es que le abandone también la prisa y la obstinación.



Guiño a la extrema derecha

Si la campaña de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2007 se jugó en el centro, con François Bayrou en el papel de doncella cortejada, en 2012 se va a disputar en la extrema derecha. Nicolas Sarkozy, en una situacion extremadamente delicada después del mal resultado obtenido en la primera vuelta, ofreció anoche los primeros signos de por dónde va a enfocar la campaña de los próximos quince días: siguiendo con la línea marcada en las últimas semanas –sin demasiado éxito, por cierto–, el presidente francés se propone echar el resto para intentar seducir a los votantes del Frente Nacional, cuyo ascenso es el dato más notable del escrutinio.

“Los franceses han expresado sus sufrimientos y sus angustias, yo los comprendo”, declaró Sarkozy en una breve intervención ante sus seguidores en el histórico local de la Mutualidad, y a continuación desgranó los temas fundamentales que se propone explotar: el respeto de las fronteras, el control de la inmigración, la lucha contra las deslocalizaciones industriales, la valorización del trabajo, la seguridad... Todos los asuntos que están en el corazón de las preocupaciones de las clases populares, que son las que han nutrido el voto del FN.

“Quiero hacer un llamamiento a los franceses que ponen el amor a la patria por encima de los intereses particulares que se unan a mi”, clamó el presidente francés, quien volvió a extender la duda sobre la capacidad de su rival, el socialista François Hollande, para gestionar la crisis.

Con un electorado centrista tradicionalmente dividido casi a partes iguales entre derecha e izquierda, Sarkozy –siguiendo los consejos de su asesor Patrick Buisson– persiste en su intento de seducir a los votantes del Frente Nacional, que en 2007 le dieron la victoria y ahora le han dado la espalda. Su estrategia pasa por intentar poner en evidencia las debilidades, reales o supuestas, de su oponente. Y para ello se destapó proponiendo la celebración de tres debates cara a cara por televisión. Hollande rechazó inmediatamente tal posibilidad, acogiéndose a la tradición de celebrar un sólo duelo televisado.

Seguro de sí mismo, pero sin dar rienda suelta a la euforia, el candidato socialista se presentó ante sus seguidores en su feudo político de Tulle (Corrèze) como “el candidato de todas las fuerzas que quieren cerrar una página y abrir otra. Soy el candidato del reagrupamiento por el cambio”. “El cambio está en marcha y nada lo dentendrá”, añadió.

Hollande consideró el voto de la primera vuelta como una “sanción” del quinquenato que ahora acaba y una “desautorización” del presidente de la República. El candidato socialista reprochó a Sarkozy haber “hecho el juego de la extrema derecha”, lo que a su juicio explica el fuerte ascenso experimentado por el Frente Nacional. “Ni siquiera en 2002, cuando fue calificado para la segunda vuelta, no había movilizado tantos sufrimientos”, dijo expresando su preocupación.

También el centrista François Bayrou expresó su “inquietud” por la subida electoral de la extrema derecha. “La situación del país es hoy candente”, advirtió el candidato del Movimiento Demócrata (MoDem), quien subrayó que “el mal francés está ahí y se agrava”. Y remarcó que, a su juicio, “el único camino para salir será, un día u otro, el que nosotros hemos propuesto”. Es decir, una vasta unión del centro político que incluya a los moderados y reformistas de la UMP y el PS.

El apoyo electoral obtenido por el Frente Nacional fue asimismo subrayada por el candidato del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, quien reprochó a los dos candidatos favoritos de haber “imitado” o “ignorado” al FN, dejándole solo en su combate contra la extrema derecha. La ecologista Eva Joly, por su parte, culpó de este resultado a “los aprendices de brujo de la identidad nacional”, en una implícita alusión a Sarkozybayrou


Bernadette votó por Chirac

Nunca se sabrá lo que finalmente votó Jacques Chirac. O lo que hubiera votado... El ex presidente francés, quien parecía inclinarse por el socialista François Hollande frente al candidato de su propio partido, Nicolas Sarkozy –con quien ha mantenido históricamente tensas relaciones–, no acudió al colegio electoral y delegó su voto, por procuración, en su esposa. Bernadette Chirac, que ha apoyado a Sarkozy en la campaña, explicó que el estado de salud de su esposo no le permitía ocho horas de viaje hasta Corrèze para votar.