Una violinista, estratégicamente apostada en el pasillo que conduce a la única salida abierta hoy en la estación de metro de la Concorde, interpreta La vie en rose. Arriba, en la plaza, atravesada por un viento gélido, el color que domina no es precisamente el rosa, sino el gris plomizo del cielo, presagio y reflejo a la vez de los malos tiempos que corren. Poco a poco, sin embargo, los colores azul, blanco y rojo de la bandera francesa acabarán imponiéndose en la explanada, a medida que los miles de seguidores de Nicolas Sarkozy penetren –previo registro de bolsos y paso bajo los arcos detectores de metales– en la platea de la gran misa electoral organizada por la derecha para hacer una definitiva demostración de fuerza a una semana de la primera vuelta de las elecciones.
Nicolas Sarkozy ha elegido esta simbólica plaza de París, epicentro de la historia de Francia –donde la guillotina acabó con la vida de Luis XVI y María Antonieta, así como de miles de opositores al régimen revolucionario del Terror–, para tratar de levantar una gran movilización que le permita desmentir la derrota vaticinada por todos los sondeos.
“Los sondeos son sólo mentiras”, zanja Johan, que ha venido en familia al gran mitin desde el departamento del Ain, en las estribaciones de los Alpes, a bordo de un TGV especialmente fletado por la UMP. “Tenemos una total confianza en la victoria”, dice, mientras Françoise, su madre, expresa su convicción de que “los franceses van a reaccionar en favor de Sarkozy”. “Sarkozy es el único que puede gestionar la crisis y evitar un desastre, añade Jean-Michel, que apostilla: “Si usted es español, ya sabe lo que puede pasar”. Lo que puede pasar lo sabe ya a estas alturas toda Francia, pues el presidente francés no ha hecho más que utilizar el espantajo de la crisis en España –cosa que no hará hoy, sin embargo– para desacreditar a su rival, el socialista François Hollande.
Hay en la plaza de la Concordia gentes de todas las edades, de todas las procedencias, de todos los colores. Incluido un pequeño pero ruidoso grupo de franco-ivorianos que manifiesta a voz en grito –y entre los aplausos de la concurrencia– su adhesión al presidente: “¡Estamos con Sarkozy hasta la muerte!”, vociferan.
Jonathan, de veinte años, ha venido de Niza. Él también confía en una reacción favorable de la mayoría silenciosa –“Creo que los franceses harán la buena elección el próximo 6 de mayo”, dice–, pero no oculta su inquietud por la desmovilización del electorado: “La gran incógnita es la abstención, es lo que va a jugar”.
A nueve kilómetros y 14 estaciones de metro de allí, en la explanada aneja al Château de Vincennes, miles de seguidores socialistas empiezan a agolparse para escuchar a su líder, que intervendrá más o menos a la misma hora que Sarkozy. Decenas de militantes, enfundados en un chaleco rojo, buscan entre la concurrencia voluntarios para hacer un trabajo de puerta a puerta y tratar de convencer a los todavía indecisos.
Silvianne, veterana militante parisina –“Del distrito XVIII”, subraya para remarcar su carácter popular–, se muestra cauta pese a todos los vaticinios de victoria. “Podemos ganar, pero hay que estar vigilantes hasta el final. No será fácil. No se sabe nunca...”, afirma, mientras expresa cierta inquietud sobre el efecto que el ascenso del candidato del Frente de Izquierda, el populista Jean-Luc Mélénchon, pueda tener sobre los votantes potenciales de Hollande, un hombre mesurado y pragmático. “Hay mucha gente sin educación política que se deja llevar fácilmente por las promesas. Ahora bien, el 7 de mayo, al día siguiente de las elecciones, habrá que tomar decisiones difíciles, no podrá hacerse todo”, considera con realismo. Su compañera Khedija confía para ello en “la concertación”, marca de fábrica del candidato socialista.
Con la pasión propia de la juventud, Victor, que lleva meses colaborando en la campaña, no deja resquicio a la más mínima duda. “Pronto, Sarkozy sólo será un mal recuerdo”, pronostica. A sus 17 años, no podrá votar, pero dice no importarle. “Habré contribuido con mi trabajo a que cambien las cosas”, subraya.
Del castillo de Vincennes partió en 1248 el rey Luis IX, San Luis, para luchar en las Cruzadas. Nunca regresó.
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