lunes, 23 de abril de 2012

La osadía de la liebre

A Nicolas Sarkozy nadie le ha regalado nada. Todo lo que ha obtenido lo ha logrado por sí mismo, lo ha tomado forzando el destino, venciendo todas las resistencias. De ahí ese talante orgulloso, esa pose arrogante –chulesca incluso–, que le traiciona tan a menudo y arruina su imagen. Movido por una ambición sedienta, la triunfal trayectoria política del presidente francés ha estado marcada por el ansia, por la prisa. Llegado al Elíseo con 52 años, afronta ahora el riesgo de tener que abandonar el poder con la misma rapidez con que lo conquistó. Si pierde las elecciones no será por haberse dormido como la liebre de La Fontaine, sino arrollado por su propio ímpetu.

Nacido hace 57 años en París en el seno de una familia de origen inmigrante –su padre, Pal Sarkozy de Nagy-Bocsa, era húngaro y su madre, Andrée Mallah, hija de un judío sefardí de Salónica convertido al catolicismo–, Nicolas Sarkozy creció en Neuilly-sur-Seine, el suburbio de la capital donde se concentran las grandes fortunas de Francia, con la obsesión de ser reconocido por los ricos y poderosos. De familia acomodada –su padre era publicitario, su madre abogada y su abuelo materno un pretigioso médico–, el hoy presidente francés francés nunca pasó necesidades, en contra de lo que sugiere la leyenda oficial. Pero sí le quedó, arraigado en lo más hondo, un vago sentimiento de exclusión social. Su aversión a las élites es tan sincero como su irrefrenable inclinación a codearse con los millonarios. El estilo ostentoso y bling-bling –onomatopeya que alude a la quincallería con que se adornan algunos raperos– de sus inicios tiene algo de alarde de nuevo rico.

Sarkozy no pertenece a las élites de la República. No es un titulado de la exclusiva Escuela Nacional de Administración (ENA) o Sciences Po. Es un simple abogado que ha hecho carrera política a base de empeño y osadía. Joven militante del movimiento gaullista, el hoy presidente dio su primer golpe de audacia en 1983, al hacerse con la alcaldía de Neuilly, con 28 años, desafiando a uno de los pesos pesados de su partido, Charles Pasqua. Desde la alcaldía, que ocupó durante casi veinte años, Sarkozy tejió una amplia red de relaciones y dio el salto al Gobierno, en el que ocuparía diversas carteras –Presupuesto, Portavoz, Economía e Interior– en diversos periodos entre 1993 y 2007. Embarcado, equivocadamente en el campo de Édouard Balladur contra Jacques Chirac en 1995, Sarkozy pasó una travesía del desierto antes de regresar a primera línea y hacerse casi por la fuerza con el mando de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), que utilizó como catapulta para imponer su candidatura y llegar al Elíseo.

Elegido en 2007 con un enorme respaldo popular (19 millones de votos), Sarkozy se convirtió con una rapidez pasmosa en el presidente más impopular de la V República. Algo que tiene que ver con el desgaste del poder, que en su caso ha ejercido de forma personalista y sin red –al relegar al primer ministro a un papel de figurante–, pero tambien con su controvertido carácter. Impetuoso e inconstante, su agitada vida personal ha jugado también en su contra. Casado dos veces y padre de tres hijos al llegar al Elíseo; divorciado poco después de su segunda esposa, Cécilia, fue su posterior y rápido romance con la ex modelo y cantante Carla Bruni –con quien se casó en 2008 y tiene una hija de seis meses, Giulia– la que precipitó la caída de su popularidad.
Sarkozy ha asegurado que si pierde las elecciones abandonará la política. Lo que resulta más difícil de creer es que le abandone también la prisa y la obstinación.



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