“Hemos visto en el ring a un hombre completamente solo que levantaba los brazos y que se decía ‘he ganado’... ¡Me habían olvidado! ¡pero he vuelto!”, clamó Nicolas Sarkozy –un auténtico carro de combate cuando está en campaña electoral– en un electrizante mitin en Normandía hace una semana. Los militantes y seguidores de la UMP se creían en el cielo. Su campeón, largo tiempo por detrás del socialista François Hollande en la carrera al Elíseo, acababa de dar la vuelta a los sondeos y ponerse en cabeza cara a la primera vuelta de las elecciones presidenciales, prevista el 22 de abril. Hace sólo una semana de eso. Hoy, a sólo ocho días de la votación, aquel entusiasmo se ha trocado en inquietud.
El fuerte empuje dado por Nicolas Sarkozy con su entrada en campaña, reforzado por los atentados de Toulouse –que le permitieron revestir el traje de presidente de la República y llevar el debate electoral hacia los temas del islamismo radical y la seguridad–, tenía que haber permitido crear una nueva dinámica y cambiar la correlación de fuerzas. Esa era al menos la apuesta del equipo de campaña del presidente francés. Pero el impulso se ha quedado dramáticamente corto.
Nicolas Sarkozy no sólo no ha conseguido aprovechar ese empuje para acrecentar su ventaja, sino que primero se encalló en un estrecho codo con codo y en los últimos días parece incluso haber perdido terreno. Los últimos sondeos publicados el viernes reflejan, en efecto, un serio decaimiento del presidente francés. Mientras tres de ellos –los de Ifop, Opinion Way e Ipsos– mantienen a Sarkozy en cabeza en la primera vuelta por entre 0,5 y un punto de ventaja (28%-29% a 27%-28,5%), otras cuatro encuestas –de TNS-Sofres, BVA, CSA y LH2– constatan el adelantamiento de Hollande, que pasaría de nuevo a primera posición con entre uno y tres puntos de ventaja (por 27%-30% a 26%-28%). El milagro parece, pues, alejarse.
La situación es tanto más preocupante para el presidente saliente, que en todo este tiempo nunca ha conseguido recortar sustancialmente las distancias con el candidato socialista en la segunda vuelta –programada para el 6 de mayo–, en la que Hollande aparece siempre y en todo momento como claro vencedor. Según los mismos sondeos citados, Sarkozy va entre ocho y trece puntos por detrás de su rival. Todos los analistas y expertos de los institutos de opinión coinciden en una observación: nunca –hasta ahora– un candidato al Elíseo que fuera a esta distancia a esta altura de la campaña electoral ha salido finalmente vencedor...
El paréntesis abierto por la tragedia de Toulouse, que condujo la campaña al terreno preferido de Sarkozy, se ha revelado un espejismo temporal. El terrorismo, el islamismo radical, la inseguridad, la inmigración..., todos esos temas en los que Sarkozy se empeña en disputar al Frente Nacional el electorado popular han acabado desapareciendo del debate.
Por el contrario, los asuntos económicos y sociales –el paro,el poder adquisitivo, que constituyen los principales problemas que preocupan a los franceses– han regresado a primer plano del debate. Ello explica el giro dado por Sarkozy en los últimos días a su discurso, en el que ha retomado el tema de la crisis. Entre la espada y la pared, el presidente francés no ha dudado ni un momento, aún a costa de irritar al presidente del Gobierno español –su amigo Mariano Rajoy–, en dramatizar la situación de España, que a tenor de sus palabras estaría al borde de un cataclismo parecido al de Grecia por culpa de “siete años de gobierno socialista”. No ha pasado un día esta semana en que Sarkozy, y algunos de sus adláteres, anunciara el apocalipsis financiero y económico si Hollande gana las elecciones y accede al Elíseo.
El equipo de campaña del presidente parece cada vez más dividido sobre la estrategia a seguir a partir de este momento: entre quienes empujan para continuar con un discurso radical tendente a recuperar a los votantes de la ultraderecha –sobre los que Sarkozy basó su triunfo de 2007– y quienes creen urgente empezar el trabajo de seducción de los votantes de centro, que serán cruciales en la segunda vuelta.
El problema de Sarkozy es precisamente su escasa reserva de votos cara al segundo asalto. Pese a la proximidad ideológica, sólo la mitad de los votantes de Marine Le Pen (FN) –a quien los sondeos vaticinan entre el 15% y el 16% de los votos– en la primera vuelta le darían su apoyo en la segunda, mientras una parte no desdeñable votaría al candidato socialista. Igualmente divididos aparecen los votantes del líder del Movimiento Demócrata (MoDem), François Bayrou –con entre el 9% y el 11% de expectativa de voto–, que sólo en una tercera parte apoyarían al presidente.
A François Hollande, en cambio, la práctica totalidad de los votantes del candidato del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon –del 13% al 17% de intención de voto– se pasarían con armas y bagages al campo socialista. Mélenchon sería doblemente útil, al sustraer votos contestatarios al FN y la abstención.
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