¡Genio de la Bastilla, aquí estamos de nuevo, el pueblo de las revoluciones y las rebeliones de Francia!”, tronó Jean-Luc Mélenchon ante las decenas de miles de personas que el 18 de marzo inundaron la plaza de la Bastilla de París para escuchar el verbo encendido del candidato al Elíseo por el Frente de Izquierda y jalear sus llamamientos a la “insurrección cívica” y la “revolución ciudadana”. Con una expectativa de voto de entre el 14% y el 17%, Mélenchon es la gran revelación de las elecciones presidenciales.
La cita de la Bastilla, icono revolucionario de un país y –sobre todo– de una ciudad que lleva los genes de la revuelta grabados en su ADN, marcó un punto de inflexión en la campaña de Mélechon y su Frente de Izquierda, coalición de su pequeño Partido de Izquierda con el histórico Partido Comunista –sin candidato propio por primera vez desde 1974– con la que ha logrado imponerse como la única voz audible a la izquierda del Partido Socialista, reduciendo casi a la nada las expectativas de voto de los pequeños partidos de matriz trotskista.
Banderas rojas, puños en alto, La Internacional... Los multitudinarios mítines de Mélenchon –el sábado en Marsella reunió a casi 100.000 personas– sacan a la superficie la efervescencia que hasta ahora se había incubado soterradamente en la sociedad francesa contra la crisis. Los indignados que nadie vio en las calles de Francia cuando el movimiento nacido en España prosperaba en toda Europa están ahora aquí. Y Mélenchon, “candidato del ruido y la furia” como él mismo se ha definido, admirador de Robespierre, de Fidel Castro y de la China comunista, es su profeta.
Nacido hace 60 años en la ciudad marroquí de Tánger –hijo de un telegrafista y de una institutriz de origen español–, Mélenchon ha pasado media vida en el mismo Partido Socialista que hoy combate como quintaesencia de la deriva liberal de la socialdemocracia europea, y bajo cuyas siglas fue senador y ministro de Educación Profesional en el Gobierno de Lionel Jospin, además de seguidor insobornable del presidente François Mitterrand.
Formado en su juventud en las filas del trotskismo –militó en la Organización Comunista Internacionalista (OCI) de Pierre Lambert, donde interiorizó un profundo sentido de la organización y la disciplina–, Mélenchon protagonizó su primer choque frontal con François Hollande en 1997, en la lucha por la primera secretaría del PS, a la que concurrió como cabeza de cartel del ala izquierda del partido. Humillado por una derrota aplastante –que siempre sospechó trucada– su revancha vino en 2005, cuando contradiciendo la línea oficial y desafiando al actual candidato socialista al Elíseo abanderó la campaña de una parte de la izquierda francesa a favor del no a la Constitución europea. Y ganó.
Aquel triunfo marcaría el distanciamiento definitivo con la mayoría del PS –que abandonó en 2008 para fundar el Partido de Izquierda– y constituiría el trampolín de su popularidad actual, potenciada por su amplia cultura, su talento como orador, sus dotes de seducción... y también por su carácter colérico y sus proclamas populistas.
A partir del 23 de mayo, Mélenchon intentará vender caro su apoyo a Hollande, a quien en el fondo desprecia y a quien ha osado descalificar llamándole “capitán de patín”. “Sólo estaré en un Gobierno del que sea primer ministro”, ha advertido. Faltará que esta posición maximalista sea seguida por el pragmático PCF.
Fan de la voz de Carla Bruni
Ofensivo y provocador, Mélenchon sorprendió la semana pasada a los oyentes de France Inter al elogiar con suaves palabras a la mujer de Nicolas Sarkozy. “Me gusta mucho su voz”, confesó Mélenchon, quien remarcó que, más allá de ser esposa del presidente, Bruni “es una mujer a parte, que tiene una vida, que hace cosas”. “No estamos obligados a trasplantar sobre ella todos los esquemas que tenemos sobre su marido. No sería correcto”, añadió.
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