La imagen de Francia como una sociedad multiétnica, caleidoscopio de culturas y religiones, tiene algo de espejismo. O más bien, de espejo deformante. Basta un viaje por las salvajes costas de Bretaña, por ejemplo, para encontrar una realidad radicalmente diferente: frente al Atlántico, como en una revisitación del mito de los galos irreductibles, la imagen que predomina es la de toda la vida, la de una idealizada Francia francesa, católica y eminentemente blanca. Basta, sin embargo, deambular por el bulevar Barbès, en el distrito XVIII de París, para entrar en otro mundo, del que la Francia original parece haber desaparecido casi por completo.
Con una población inmigrante estimada en algo más de cinco millones de personas –un 8% de sus 65 millones de habitantes–, Francia tiene una proporción de extranjeros similar e incluso por debajo de la de otros países europeos. Nada que se aproxime pues a la “inmigración masiva” que han denunciado –y todavía denuncian– algunos de los candidatos a las elecciones presidenciales francesas, con el presidente Nicolas Sarkozy a la cabeza.
Según donde se resida, sin embargo, la impresión es muy otra. De entrada, porque a los nuevos inmigrantes, deben añadirse los descendientes de oleadas migratorias anteriores: los franceses de segunda generación, con al menos uno de sus padres nacidos en el extranjero, son 6,5 millones más –el 11%–, la mitad de ellos hijos de inmigrantes europeos. Y en segundo lugar, y sobre todo, porque una parte sustancial de estos inmigrantes y sus descendientes se concentran en unas zonas geográficas muy determinadas, particularmente en la región de París –entre el 30% y el 40%–.
Esto es, además, especialmente verdad en lo que concierne a las oleadas migratorias recientes, integradas básicamente por magrebíes y negros africanos, quienes –a diferencia de los inmigrantes españoles y portugueses de los años 60 y 70– tienen rasgos fácilmente identificables como diferentes. Por algo se les llama oficialmente “minorías visibles”.
En este reparto desigual, en este desequilibrio, está la raíz de los problemas vinculados a la inmigración. “La integración no funciona cuando se produce una fuerte concentración de inmigrantes en determinados lugares, porque entonces la asimilación no se produce”, subraya al respecto Hakim el Karoui, director del Banco Rotschild, una de las figuras ascendentes de lo que se ha convenido en designar como “diversidad”. El problema, en efecto, se concentra y se multiplica en los barrios de las banlieues de las grandes ciudades, convertidos en guetos, caldo de cultivo de la desintegración social y foco de fracaso escolar, paro elevado y delincuencia. La falta de salidas y la discriminación han dejado los barrios de los suburbios en una situación explosiva que –como se vio en el otoño de 2005– puede tener erupciones violentas.
La percepción extremadamente negativa de una parte de la población francesa sobre los problemas causados por la inmigración –sobre todo entre las clases populares– está vinculada a esta realidad. Según diversos sondeos, para el 50% de los franceses hay un exceso de extranjeros y la integración no funciona. La traducción política de este malestar se ha visto en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, con el ascenso del Frente Nacional hasta cerca del 18% de los votos, y en la deriva de la campaña de la segunda vuelta, en la que Sarkozy ha adoptado el tema de la inmigración como central.
La política de Sarkozy en estos cinco años en materia de inmigración ha sido claramente restrictiva, tanto en la lucha contra la inmigración irregular como en el endurecimiento de los requisitos para la inmigración regular (por reagrupamiento familiar o matrimonio). Imponiendo objetivos cifrados, las expulsiones de clandestinos alcanzaron el año pasado el récord de 32.912 personas (un 17,5% más que el año anterior), mientras que la concesión de nuevos permisos de residencia se ha ido rebajando paulatinamente hasta alcanzar en 2011 la cifra de 182.595 (un 3,6% menos que en 2010). El objetivo declarado de Sarkozy es reducir aún estas entradas a la mitad. Pero el problema no es tanto cuántos entran, sino adónde van.
ENTREVISTA a François Héran, director de investigación del Instituto Nacional de Estudios Demográficos
“El problema de la inmigración es su concentración”
El debate electoral no siempre hace buenas migas con la realidad. A juicio del demógrafo François Héran, investigador en el Ined, es lo que pasa con la inmigración.
- La inmigración parece haberse convertido en el gran problema de Francia. ¿Lo es?
- Es un problema, pero no hasta el punto de ser el primer problema del país. Como ciudadano, me parece más importante el problema de la deuda pública. El debate actual está lleno de simplificaciones y caricaturas.
- Para algunos candidatos, hay demasiados extranjeros.
- No tiene sentido. En cifras absolutas tenemos un poco más de 5 millones de inmigrantes, lo que representa entre el 8% y el 9% de la población. En España se ha llegado a la misma proporción en sólo diez años, en Alemania es del 13%, en Suiza del 20%...
- Sin embargo, se habla de inmigración masiva...
- El Gobierno cifra las entradas anuales en casi 200.000 personas, aunque un reciente estudio del Ined –que sólo tiene en cuenta los inmigrantes que vienen para instalarse al menos por un año– las reduce a 156.000. Eso representa entre el 0,2% y el 0,3% de la población, muy por debajo de otros países. Francia recibe inmigrantes de forma casi ininterrumpida desde el siglo XIX, Naturalmente, al cabo de varios decenios eso cuenta. Hoy una cuarta parte de los franceses tiene un padre o abuelo de origen extranjero y si contamos tres generaciones, la proporción es de un tercio. Es una infusión duradera. Pero el flujo de entrada es relativamente moderado, no hay una intrusión masiva.
- La percepción es otra...
- La gran confusión que reina se debe a que la gente confunde la visibilidad de la inmigración, que es fuerte, con los flujos de entrada. El problema que tenemos en Francia es la concentración geográfica de los inmigrantes en unas pocas zonas: la región de París, el Norte, Marsella... En el departamento de Sena-San Denís, al norte de la capital, la proporción de población de origen inmigrante –sumando la primera y la segunda generación– es del 70%. En otras regiones del oeste es sólo del 3% o 4%. Esto tiene mucho que ver con la política de vivienda social, que no ha funcionado bien.
- ¿Explica eso la inquietud de una parte de la población?
- La concentración de la inmigración representa una carga que pesa mucho más sobre las clases populares, sobre la gente de los suburbios de origen frances. Y eso explica en parte el voto a Marine le Pen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario