François Hollande está perdiendo fuelle. A tres semanas de la votación de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas –el próximo 22 de abril–, el candidato socialista al Elíseo se ha visto definitivamente adelantado por Nicolas Sarkozy, que se ha beneficiado sin duda de la focalización del debate electoral en los temas de seguridad tras los atentados terroristas de Toulouse y Montauban. Pero también del fulgurante ascenso del líder de la coalición social-comunista Frente de Izquierda, el ex socialista Jean-Luc Mélenchon, que está erosionando a Hollande.
El paisaje de la campaña electoral francesa está cambiando a marchas forzadas. Por primera vez, cinco sondeos de otros tantos institutos de opinión coinciden en otorgar a Nicolas Sarkozy la ventaja cara a la primera vuelta. Publicadas esta semana, las encuestas de Ifop, CSA, TNS-Sofres, Opinion Way y Harris Interactive colocan al presidente saliente en cabeza con una intención de voto de entre 28% y 30%, frente a una horquilla de entre 26% y 28% para su principal rival, François Hollande, que queda entre uno y cuatro puntos por detrás. La satisfacción, la euforia incluso, empieza a reinar en el campo de la derecha, que –ahora sí– cree posible un vuelco. Del mismo modo que cierto nerviosismo e impaciencia atenaza al PS.
Nada está ganado para Sarkozy, sin embargo, que sigue saliendo perdedor –en todos los sondeos– en la segunda vuelta, en el auténtico cara a cara, donde Hollande le vencería hoy por entre seis y diez puntos de ventaja: por 53-55% a 45-47%. La diferencia, sin embargo, aun siendo notable, va acortándose poco a poco.
Sarkozy, lanzado a toda máquina –a un ritmo de entre cinco y seis mítines semanales–, parece haber encontrado el ritmo y la dinámica de campaña que le conviene. Y en su ayuda han venido, desde luego, los trágicos sucesos de Toulouse y Montauban. No porque los franceses hayan sido presa del pánico y busquen de repente el manto protector del jefe del Estado, sino porque los problemas del terrorismo y la seguridad –sin haber desplazado a las principales preocupaciones de los ciudadanos, esto es, el poder adquisitivo y el paro– han ocupado todo el espacio, colocando el debate en el terreno más propicio para el presidente. En las dos últimas semanas la crisis ha desaparecido de la primera línea y Hollande parece casi inaudible.
El otro brazo de la pinza que atenaza al candidato socialista se llama Jean-Luc Mélenchon. Con 60 años, este socialista disidente –que abandonó el PS para fundar el Partido de Izquierda, una pequeña formación de vocación marxista radical–, ex ministro de Lionel Jospin devenido martillo de las élites y el sistema, abanderado del no a la Constitución europea en 2005, se ha convertido en la gran revelación de la campaña.
Al frente de una coalición de una decena de fuerzas políticas de izquierda –entre las cuales el histórico Partido Comunista–, ha conseguido lo inimaginable: en apenas cuatro meses su intención de voto ha pasado del 5% al 13% o 14%, desplazando al centrista François Bayrou –el tercer hombre de 2007– y amenazando el tercer puesto que ocupa Marine Le Pen (Frente Nacional)
Tribuno de la plebe, de verbo encendido y discurso descaradamente populista, acreditada combatividad y legendario mal carácter, Mélenchon encarna el histórico espíritu de revuelta francés y ha conseguido polarizar –desde la izquierda– el malestar de una parte de la sociedad francesa tentada de utilizar su voto como un exabrupto. Sus propuestas, tan simples como contundentes, encandilan a los espíritus izquierdistas poco entusiasmados con la moderación de un Hollande. El candidato socialista puede contar con sus votos en la segunda vuelta, pero su radicalismo puede ahuyentar al voto centrista.
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