Se presenta como la auténtica candidata antisistema, la voz del pueblo, la encarnación de la nación. Su discurso, de una radicalidad diáfana, metaboliza todos los miedos de los franceses, a quienes ofrece una lista de culpables ideales –las élites, la clase política, las finanzas, Europa, la inmigración extranjera, el islamismo– y promete el renacimiento de Francia con cuatro recetas drásticas. Marine Le Pen, de 43 años, líder del Frente Nacional (FN) –cuya presidencia heredó de su padre, Jean-Marie Le Pen, en 2011– y candidata al Elíseo por primera vez, recogerá el próximo domingo, primera vuelta de las elecciones presidenciales, centenares de miles de votos exasperados y desengañados.
Los últimos sondeos le otorgan una expectativa de voto de entre el 14% y el 17%, un nivel de apoyo semejante al que Jean-Marie Le Pen consiguió en las elecciones de 2002 –un 16,8%– y que le permitió pasar a la segunda vuelta en detrimento del entonces primer ministro socialista Lionel Jospin, que quedó eliminado. Marine Le Pen quiere mejorar el resultado de su padre y vaticina machaconamente que el día 22 de abril habrá “enormes sorpresas”. “Mi electorado es silencioso, invisible, se expresa más bien en las urnas”, argumenta, mientras apuesta por alcanzar la barra simbólica del 20%.
¿Suficiente como para descabalgar, esta vez, al candidato de la derecha, el presidente Nicolas Sarkozy? A priori no lo parece y no hay ningún analista político avisado que lo crea posible, a la vista de la distancia que hay entre ambos. Claro que en 2002 nadie vio venir el terremoto...
En cualquiera de los casos, un pujante tercer puesto puede representar para el FN un magnífico trampolín cara a las elecciones legislativas del mes de junio, sobre todo frente a una derecha tradicional que en caso de derrota en las presidenciales –una hipótesis cada vez más plausible– puede hundirse en un nuevo periodo de luchas intestinas.
Marine Le Pen va camino de conseguir vengar la humillación sufrida por su padre en 2007 –reducido a un escaso 10% de los votos– y cerrar el paréntesis abierto por la opa hostil de Sarkozy al electorado frentista. “El descenso del FN hace cinco años se ha demostrado extremadamente coyuntural”, considera el politólogo Gérard Grunberg, director emérito de investigación del CNRS en el Centro de Estudios Europeos (CEE), para quien la extrema derecha “tiene estructuralmente en Francia un electorado que oscila entre el 15% y el 20%”.
Pero el objetivo de Marine Le Pen, empeñada personalmente en un proceso de “desdiabolización” de su partido, es ampliar esta base estructural de su electorado, ir mucho más allá. Desde que tomó el timón del Frente Nacional, algunas cosas han cambiado sustancialmente en las formas y en los contenidos –por lo menos, en los aparentes– del discurso político, no tan alejado en muchos aspectos del discurso difundido en los últimos años por Sarkozy y algunos miembros de la derecha. Lo que ha contribuido de forma determinante a legitimar al FN y asimilarlo a un “partido normal”.
“Marine Le Pen es una mujer joven, con una imagen más amable que la de su padre, y que desde hace un año ha impulsado una evolución muy sensible del discurso del FN hacia otras temáticas, como la laicidad, la defensa del Estado y del servicio público... El Frente Nacional intenta apropiarse del discurso republicano de izquierda”, constata a su vez Pascal Perrineau, director del Centro de Investigaciones Políticas (Cevipof) de Sciences Po.
Los tics antisemitas han desaparecido del discurso del nuevo Frente Nacional, que ha encontrado en el islamismo el principal objeto de su combate. Pero como ha revelado la periodista Claire Checcaglini, que se inscribió en el FN y desveló después en un libro –"Diario de una infiltrada"– sus interioridades, detrás del discurso de fachada contra el integrismo islámico en nombre de la laicidad se esconden la islamofobia y el racismo de toda la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario