Nicolas Sarkozy sacó ayer la artillería pesada y apuntó sus baterías hacia Bruselas, ese receptáculo de todos los males que eriza el vello a la mitad de los franceses. Empeñado en recuperar para sí a “la Francia del no”, a la Francia del descontento, Nicolas Sarkozy apuntó hacia la Unión Europea... y disparó. En un multitudinario mitin celebrado en Villepinte –periferia norte de París– ante decenas de miles de enfervorizados seguidores, el presidente francés y candidato a la reelección lanzó un doble ultimátum a Europa, a la que instó a revisar los acuerdos de libre circulación de Schengen y adoptar medidas proteccionistas frente a terceros países. En ambos casos, dio el plazo de un año para llegar a un acuerdo, bajo la amenaza de que en caso contrario Francia seguirá su camino sola.
Sarkozy aseguró que los acuerdos de Schengen, tal cual están, “ya no permiten responder a la gravedad de la situación” en materia de inmigración y “deben ser revisados”. “No se puede dejar la gestión de los flujos migratorios entre las únicas manos de los tecnócratas y los tribunales”, clamó el presidente francés, quien propuso abordar una “reforma estructural” comparable a la aprobada para el euro. Entre sus propuestas está la creación de un “gobierno político” de la zona Schengen, la definición de reglas estrictas con previsión de sanciones a los países incumplidores –llegando a la suspensión e incluso exclusión– y una convergencia reforzada en materia de derecho de extranjería y asilo.
“Es urgente. Está fuera de lugar que nosotros aceptemos sufrir las insuficiencias de control en las fronteras exteriores de Europa”, dijo Sarkozy, y advirtió que si “en los próximos 12 meses no hay ningún progreso serio en esta dirección, Francia suspendería su participación en los acuerdos de Schengen hasta que las negociaciones hayan culminado”.
De forma análoga, y con similares críticas a la burocracia comunitaria –“La tecnocracia no puede seguir siendo la única en decidir”–, el presidente francés reivindicó la adopción de medidas de “reciprocidad comercial”. Y propuso en concretro que
“Quiero que se me entienda. Es porque soy un europeo convencido que quiero hacer cambiar Europa”, afirmó Sarkozy, quien poco antes había señalado –en clara crítica el Frente Nacional– que “aislarse del mundo, parapetarse detrás de sus fronteras sería una locura”. Europa sí, vino a decir, pero no de cualquier manera: “Si Francia ha elegido compartir su soberanía, es para ser más fuerte, no para ser más débil. Para promover una civilización y valores europeos, no para destruirlos. Para estar mejor protegido, no para ser más vulnerable”.
En la palabra le había precedido uno de sus más estrechos consejeros, Henri Guaino –autor de sus discursos–, quien recordó con orgullo haber votado contra el tratado de Maastricht y el proyecto de Constitución europea, y dijo sentirse representado por el Sarkozy del “no a la renuncia”.
En su discurso, de algo más de una hora, el presidente francés insistió en algunas de las líneas-fuerza de su campaña: el cuestionamiento, en nombre del pueblo, de los cuerpos intermedios, incluidos los sindicatos –furiosamente pitados por la concurrencia–, la apelación al referéndum como arma definitiva con la que romper el bloqueo de los grupos de interés, la reivindicación del valor del trabajo y el mérito, la denuncia de los fraudes al sistema de protección social, y las admoniciones contra los riesgos del “comunitarismo” –esta vez no habló de la carne halal, pero sí del burka– y de la inmigración incontrolada. Todo ello aderezado con duras descalificaciones de la izquierda –“indigna”– y salpimentado por un tono desafiante del tipo: “Yo seré criticado, yo seré atacado... Pero me trae sin cuidado. ¡Porque yo digo la verdad!”.
Todavía por detrás en los sondeos, para Nicolas Sarkozy el masivo mitin de ayer, al que asistieron entre 60.000 y 80.000 personas según cifras de la organziación a todas luces exageradas –entre ellas un puñado de celebridades, como Gérard Depardieu o Emmanuelle Seigner–, debía constituir el punto de inflexión para salir del pozo. En los próximos días se verá si logra levantar cabeza. Quien no lo logró ayer, a escasos kilómetros de allí, en el Stade de France, fue la selección nacional de rugby de Francia, batida –22 a 20– por Inglaterra.
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