domingo, 4 de marzo de 2012

La batalla del acero

Si hay una promesa incumplida que pesa como una losa sobre Nicolas Sarkozy, ésta es la del salvamento de la acería de Gandrange, junto al río Mosela, en la región de Lorena. Amenazada de cierre por el grupo Arcelor Mittal, el presidente francés acudió presto a la planta siderúrgica el 4 de febrero de 2008 –sólo dos días después de su boda con Carla Bruni– para prometer a los obreros que el Estado no permitiría la clausura. “No os dejaremos caer”, clamó ante 400 esperanzados obreros.

Un año después, Arcelor Mittal cerró la acería, despidiendo a 571 trabajadores. La inmensa mayoría de ellos fueron recolocados –lo que el Gobierno francés reivindica hoy como un logro–, pero el fracaso en la apuesta por asegurar la continuidad de la planta dejó un amargo regusto a engaño, una herida abierta. Gandrange devino de un día para el otro en el símbolo del declive de la industria francesa –que en la última década ha perdido de 500.000 a 700.000 empleos– y de la impotencia de los poderes públicos ante la mundialización.

Hoy, en plena campaña de las elecciones presidenciales francesas –que se celebrarán el 22 de abril y el 6 de mayo próximos–, la historia amenaza con repetirse con la cercana acería de Florange, perteneciente también al grupo Arcelor Mittal, cuyos dos altos hornos están fuera de servicio desde el pasado verano y cuya continuidad está en el alero.

Nicolas Sarkozy, enfundado ora en sus hábitos de presidente de la Repúbica ora en los de candidato a la reelección, no está dispuesto a que ningún cierre patronal pueda amargarle la campaña y multiplica en las últimas semanas sus acciones para salvar industrias en peligro: Lejaby –recuperada por un subcontratista del grupo LVMH, de su amigo Bernad Arnault–, Photowat –salvada por la intervención del grupo público EDF–, Petroplus –para la que el Estado ha arancado un contrato con Shell que le garantiza sobrevivir seis meses–... Pero si hay una en la que verdaderamente se la juega, por su carga simbólica, es la de Florange, escenario de un duro pulso político.

También para los socialistas Florange es un tentador emblema: el del fracaso y las falsas promesas del presidente francés. Cuatro veces ha ido a Florange en el último año el candidato socialista al Elíseo, François Hollande, que se desplazó nuevamente la semana pasada para anunciar allí una proposición de ley para obligar a los propietarios de una industria rentable en proceso de cierre a cederla forzosamente a un comprador –caso de existir– en lugar de bajar la persiana.

El jueves de buena mañana, en una entrevista radiofónica en France Inter, Sarkozy contraatacó anunciando un acuerdo con el presidente de Arcelor Mittal, Lakshmi Mittal, por el cual el grupo indio invertirá 17 millones de euros en la planta de Florange, una parte de los cuales deberían servir para poner a punto uno de los altos hornos con el fin de ponerlo de nuevo en marcha en el segundo semestre de este año. Su funcionamiento es esencial para que Florange pueda optar, como pretende el presidente francés, a adjudicarse el proyecto europeo Ulcos, para experimentar un nuevo sistema de producción de acero con bajas emisiones de CO2.

El conejo que Sarkozy sacó de la chistera se reveló pronto bien escuálido. Arcelor Mittal confirmó el acuerdo pero no comprometió en una fecha para reactivar la producción y los trabajadores advirtieron que la mayor parte de las inversiones anunciadas ya estaban previstas. Para los obreros, las promesas de Sarkozy amenazan con desvanecerse como el “humo” tras las elecciones. Un sindicalista despechado lo resumió así: “Puede engañar a Francia entera, pero no a nosotros".

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