jueves, 22 de marzo de 2012

A la espera del cuarto golpe

A mediados de los años sesenta, el poeta y escritor tolosano Pierre Gamarra imaginó una Toulouse sometida a la tiranía de un criminal en serie. En su novela "Six colonnes à la une" (Seis columnas en primera) –un relato juvenil y romántico sobre el oficio de periodista–, un misterioso pirómano ponía en jaque a la policía y extendía la psicosis en la ciudad del Garona. Todo el mundo se preguntaba con ansiedad cuándo y dónde caería el siguiente golpe.

Casi cincuenta años después, los habitantes de Toulouse se hacen la misma pregunta con idéntica ansiedad. Sólo que esta vez la razón de la inquietud es dramáticamente real y el criminal, infinitamente más cruel y perverso que el imaginado por Gamarra. Su camino de sangre, iniciado el 11 de marzo ha dejado ya siete muertos ¿Cuándo y dónde volverá a actuar?, es el interrogante que corre de boca en boca.

“Estoy inquieta, verdaderamente inquieta, por que pueda volver a actuar”, confiesa Valérie, asistente social en la treintena, quien teme que el asesino pueda golpear esta vez en alguno de “los barrios de inmigrantes”. Junto a varios centenares de tolosanos, Valérie ha acudido a la plaza del Capitolio –el corazón de la ciudad– para expresar con su silencio su condena y solidaridad. “Pienso sobre todo en las madres que han perdido a los suyos, yo también soy madre”, explica, mientras se pregunta “cómo es posible que, tras lo que ha pasado en la historia, puedan reproducirse cosas así”. Para ella, no hay ninguna duda de que el móvil del pistolero es el “odio racial”.

Valérie nunca imaginó que una matanza así pudiera ocurrir jamás en Toulouse, “una ciudad tranquila y apacible”. Tampoco Bernard, un silencioso sexagenario, soltero y sin hijos, que considera inconcebible lo sucedido. “Es terrible, sobre todo por los niños”, dice, antes de añadir dubitativo: “Para ese hombre, la prisión no es suficiente... Le seré franco, yo lo entregaría a los padres, para que hicieran con él lo que quisieran”. En su opinión, el asesino se mueve por un difuso sentimiento de “venganza”. Y, en consecuencia, puede volver a actuar em cualquier momento: “Podría hacerlo aquí mismo, en esta plaza”.

Cientos de personas se agolpan esta mañana en el patio del Ayuntamiento, intentado escuchar las palabras del alcalde de la ciudad, Pierre Cohen, quien evoca “el dolor, la cólera y sobre todo la inquietud” de los tolosanos ante el hecho de que “el loco y abominable asesino corre todavía”. En medio del gentío, una adolescente lee entre sollozos un libro de salmos en hebreo. La rodean rostros tristes y serios.

Dominique, un joven de origen antillano. también ha acudido a expresar su indignación y su solidaridad con las victimas. “Hay mucho de simbólico en estos atentados –opina–, todo el mundo puede resultar afectado, por encima de fronteras y religión”.

El Ayuntamiento de Toulouse decidió anteayer suspender los actos del Carnaval. No está el ánimo para fiestas. La seguridad se ha convertido en la principal prioridad. El Gobierno, que ha decretado la máxima alerta antiterrorista, ha movilizado a unidades militares y enviado a 14 compañías de CRS y Gendarmería Movil para reforzar la vigilancia, visible ayer en numerosos puntos de la ciudad –escuelas, centros de culto, nudos de comunicaciones, edificios oficiales, lugares de gran afluencia de público–, así como al grupo especial de intervención de la policía RAID. El dispositivo está integrado por un millar de agentes. La policía municipal, por su parte, ha vuelto a salir con armas a la calle.

Todos se preguntan lo mismo: ¿Cuándo volverá a actuar el asesino? Entre la muerte del primer paracaidista –Imad Ibn Ziaten–, abatido el 11 de marzo en Toulouse; el asesinato de otros dos militares del mismo cuerpo –Abel Chenoulf y Mohamed Legouad– el 15 en Montauban –a una cincuentena de kilómetros de la capital del Midi–, y la matanza cometida el lunes a la entrada de la escuela judía Ozar Hatorah –en la que murieron el profesor de religión Jonathan Sandler, sus dos hijos Gabriel y Arieh, y la niña Myriam Monsonego–, el intervalo ha sido siempre el mismo: cuatro días. Si el criminal, que parece no haber dejado nada al azar, actúa también con un calendario preciso, la amenaza será máxima el próximo viernes.



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