El asesino de Toulouse ha hecho algo más que sembrar el terror y acabar con la vida de siete personas. Con su acción criminal, ha condicionado el desarrollo de la campaña electoral francesa y probablemente puede haber contribuido a alterar de forma sustancial el resultado de las presidenciales del 22 de abril y el 6 de mayo. Es pronto aún para conocer el alcance, pero el éxito de la colosal operación policial reforzará sin duda la figura del presidente, Nicolas Sarkozy, en su duelo con el socialista François Hollande
Sarkozy –siempre se ha dicho y nunca ha sido más verdad– se crece en las situaciones de crisis, frente a las que despliega sus mejores artes políticas y demuestra su indudable talla de hombre de Estado. Frente a la adversidad, se transfigura. Sus mejores cualidades entierran sus más criticados y molestos defectos.
Inmediatamente después de la matanza en la escuela judía Ozar Hatorah, a primera hora de la mañana del lunes, Sarkozy suspendió todo acto electoral y se multiplicó en todos los frentes: acompañando a las víctimas –en Toulouse, París, Montauban–, tranquilizando a la población –en televisión, escuelas, sinagogas...–, tratando de apaciguar los ánimos –con los representantes religiosos y laicos de las comunidades judías y musulmana– y movilizando un dispositivo policial descomunal, con unos 200 investigadores persiguiendo las huellas del asesino y más de un millar de policías y gendarmes reforzando la seguridad en las calles.
El presidente francés ha hecho lo que debía, ¿quién puede reprochárselo? Y sin embargo, con su actuación –no privada seguramente de cálculo político– ha colocado a sus rivales en una situación imposible. El socialista François Hollande, cuya condición de favorito empezaba ya a estar amenazada, ha reaccionado como ha podido, suspendiendo formalmente su campaña pero haciendo apariciones de pretendido carácter institucional. Frente a esta doble pinza, algunos de los candidatos menores, como el centrista François Bayrou, o el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, han seguido haciendo campaña, mientas denunciaban la hipocresía de los dos principales aspirantes.
Desde el martes, de no haber sucedido nada y con las normas electorales en la mano, todos los candidatos al Elíseo –del más pequeño al más grande– tenían derecho exactamente al mismo espacio en los medios audiovisuales. Los sucesos de Toulouse han dinamitado las reglas del juego.
Hay aún otro factor, más de fondo. Si el asesino, como se sospechó en un principio, hubiera sido un ultraderechista blanco, movido por sentimientos racistas y antisemitas, Sarkozy se hubiera visto obligado a reorientar su estrategia electoral, dirigida a disputar el electorado del Frente Nacional, y abandonar todo discurso que –como la polémica de la carne halal– pudiera interpretarse como una estigmatización de la minoría musulmana. Bayrou fue el primero, el mismo lunes, en criticar implícitamente los riesgos de esta deriva y denunciar un clima de intransigencia.
Pero justamente porque el asesino es un terrorista islamista, la tortilla puede dar la vuelta. Una parte del electorado popular, inquieto y desconfiado, puede sentirse tentado de adherirse a los planteamientos de firmeza de Sarkozy contra las reivindicaciones “comunitaristas” y la inmigración extranjera. La líder del FN, Marine Le Pen, hasta ayer en una situación incómoda y delicada, lo ha visto enseguida y se apresuró, ya de buena mañana, a criticar el “laxismo” de las autoridades con el fundamentalismo islámico y reivindicar la pena de muerte.
El giro de los acontecimientos puede hacer saltar también por los aires la frágil unidad entre judíos y musulmanes. Los líderes de ambas comunidades llamaron ayer a no responsabilizar a toda la comunidad islámica. Pero, de entrada, la manifestación conjunta convocada para el domingo ya ha sido desconvocada.
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