lunes, 12 de marzo de 2012

La sombra de Fukushima

Habituado, orgulloso incluso, de ser el país proporcionalmente más nuclearizado del mundo –en relación a su población y territorio–, Francia ha encajado con turbación y desconcierto el desastre de Fukushima y sus consecuencias. Detrás de las proclamas del presidente Nicolas Sarkozy, defensor a ultranza de la energía nuclear tanto por motivos de independencia energética como de lucha contra el cambio climático provocado por la emisión de gases nocivos a la atmósfera, la opinión pública francesa está hoy mucho más intranquila de lo que lo ha estado nunca por la energía atómica.

El barómetro que realiza anualmente, desde 1988, el Instituto de Radioprotección y Seguridad Nuclear (IRSN) constata en su edición de 2012, recién aparecida, un aumento inédito del nivel de preocupación de los franceses por el riesgo nuclear, que es citado por el 18% de los encuestados como el principal motivo de inquietud, cuando la media anual habitual era del 8%. El 55% de los encuestados considera que el riesgo de las centrales nucleares es elevado.

Este viraje de la opinión pública tiene también su traducción política. Los socialistas franceses, tradicionalmente pro-nucleares, han cambiado de dirección y hoy propugnan un abandono progresivo de la energía atómica. El candidato socialista al Elíseo y favorito en las elecciones del 22 de abril y 6 de mayo próximos, François Hollande, propone en su programa reducir del 75% al 50% la producción de electricidad de origen nuclear en el horizonte de 2050.

El accidente de Fukushima ha tenido también importantes efectos económicos. La revisión del estado de seguridad de los 59 reactores nucleares llevó a la Autoridad de Seguridad Nuclear (ASN) a principios de este año a la conclusión de que las centrales francesas son básicamente seguras, pero ordenó a la empresa explotadora –el grupo eléctrico público EDF– a invertir 10.000 millones de euros adicionales en los próximos años, sobre los 40.000 millones ya previstos para asegurar la perennidad de las centrales en funcionamiento, con el pbjetivo de reforzar la seguridad.

A nivel económico ha habido otro efecto notable: la suspensión de numerosos proyectos de centrales nucleares en el mundo ha lastrado la actividad del gigante nuclear francés Areva –constructor de centrales–, que debido también a otros motivos cerró 2011 con unas pérdidas de 2.400 millones de euros.

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