Pocos minutos después de las 11.30 horas del jueves, Mohamed Merah, 23 años, autor del asesinato de tres militares franceses y de la matanza de la escuela judía Ozar Hatorah –donde perdieron la vida un adulto y tres niños de corta edad– caía fulminado por una bala en la cabeza disparada por un tirador del grupo especial de intervención de la policía RAID. Fue el desenlace de una larga y penosa operación de asedio que había empezado en la marugada del miércoles y se prolongó finalmente durante 32 horas. Un desenlace con regusto a fracaso, pues la policía –siguiendo órdenes precisas del Gobierno– tenía la misión de cazarlo vivo.
Hasta su enmudecimiento, el terrorista reivindicó sus asesinatos y facilitó a la policía indicaciones precisas para encontar un vehículo cargado de armas y municiones, así como la videocámara con la que grabó sus atentados.
Durante la noche del miércoles al jueves, Mohamed Merah, determinado a preparar una emboscada a los agentes, permaneció en absoluto silencio, sin responder a los requerimientos de la policía ni reaccionar al lanzamiento de granadas de los agentes del RAID con el objetivo tanto de hacer saltar las ventanas del piso como de incomodar al joven terrorista. La electricidad y el gas estaban cortados, y el barrio totalmente sumido en la oscuridad. A primera hora de la mañana, el ministro del Interior, Claude Guéant, especuló públicamente con la posibilidad de que Merah hubiera decidido quitarse la vida. Unas detonaciones procedentes del interior del piso –probablemente disparos para despistar– así parecían sugerirlo.
A las 10.30h, los especialistas del RAID, siguiendo órdenes superiores, iniciaron el asalto. La operación era delicada y arriesgada. Estos días, quien más quien menos ha recordado la trampa preparada por los terroristas del 11-M atrincherados en un piso de Leganés en 2004, que se hicieron explotar y mataron a un GEO.
Los agentes del RAID, dotados de sistemas de visión que introdujeron en el apartamento para registrar estancia por estancia, entraron cautelosamente por la puerta principal y una de las ventanas. Nada se movía, nada se oía. Tras no hallar rastro de Merah, finalmente se dispusieron a abordar la última pieza de la vivienda: el cuarto de baño. Cuando se disponían a introducir su cámara, Merah salió disparando violentamente contra los agentes, que a duras penas lograron protegerse y responder al ataque. El yihadista abrió fuego con una pistola automática –según el fiscal, llegó a disparar una treintena de proyectiles– y se abrió camino por la fuerza, protegido por un chaleco antibalas. Inmediatamente se dirigió hacia la ventana y saltó hacia el exterior sin parar de disparar. Un tirador del RAID le dio en la cabeza y cayó desplomado. Entre el inicio de la operación y el final, cinco agentes de la policía resultaron heridos.
El tiroteo fue de una gran intensidad. La cadencia de disparons de Merah fue tal que los policías creyeron que llevaba una metralleta. La violencia de las detonaciones pudo escucharse en todo el barrio de la Côte Pavée de Toulouse y –a través de las televisiones, que lo transmitieron en directo– en el mundo entero. Todo se acabó en cinco minutos.
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