François Hollande era ayer un hombre satisfecho. Todos los objetivos con los que había acudido el jueves a la cumbre de Bruselas fueron alcanzados. Buen jugador, el presidente francés evitó sin embargo la tentación de atribuirse ningún éxito –“Es Europa la que ha ganado y la zona euro, la que ha salido reforzada”, dijo– y desechó toda interpretación que pudiera presentar a la canciller alemana, Angela Merkel, como la derrotada. Hollande sabe que la partida es larga, que sólo se ha jugado una mano y que Berlín es un socio ineludible. Pero no se resistió a dar simbólicamente por enterrado el monopolio de la austeridad que caracterizó la etapa Merkozy: “Europa ha sido reorientada como convenía”.
El conjunto de decisiones adoptadas por el Consejo Europeo, y en particular la relativa al Pacto por el Crecimiento –que para París era fundamental–, permitieron a Hollande dar ayer por culminada la “renegociación” del tratado de disciplina presupuestaria que había puesto como condición durante la campaña de las elecciones presidenciales francesas. En consecuencia, anunció su decisión de levantar su veto y someter próximamente el tratado a la ratificación del Parlamento francés. Aunque no de forma aislada, sino formando parte de un paquete global europeo: Pacto por el Crecimiento, tasa sobre las transacciones financieras e unión bancaria. No será, pues, un trámite inmediato: “La ratificación se hará rápidamente una vez dispongamos de todos los texos legislativos”, matizó.
Para el presidente francés, cuyas principales prioridades eran hacer aprobar el Pacto por el Crecimiento –un compromiso electoral- y frenar la sangría de la deuda en Italia y España –que podría acabar propagándose a Francia-, el desenlace de la cumbre cumplió todas las expectativas. A juicio de Hollande, el plan de inversiones de 120.000 millones de euros que la UE prevé movilizar para contribuir a relanzar la actividad económica permite salir a Europa del estrecho camino de la austeridad, mientras que el nuevo papel del Mecanismo Europeo de Estabilidad lo convierte en un instrumento “rápido, eficaz, flexible y disuasivo”, que debería bastar para poner fin a la pesadilla de la deuda que atormenta a los países del Sur de Europa y desestabiliza a la zona euro.
Tan interesado en provocar un giro en la política europea frente a la crisis como en reequilibrar la pareja franco-alemana, la contestación de Hollande a los dictados de Berlin ha trastocado la correlación de fuerzas en la UE y está en el origen, en cierto modo, de la rebelión de Italia y España. El presidente francés eludió hacer un frente común contra Merkel, pero su apoyo no beligerante a Monti y Rajoy fue fundamental.
Además del anuncio de la próxima ratificación del tratado de disciplina presupuestaria, Hollande envió indirectamente una segunda prueba de buena voluntad a Angela Merkel, al anunciar a través de su primer ministro, Jean-Marc Ayrault, las primeras medidas de recorte del gasto: una reducción para este año del 7% de los gastos de funcionamiento del Gobierno y una estabilización de la plantilla de funcionarios, lo que dado el aumento que se quiere hacer en educación y seguridad obligará al resto de ministerios a reducirla en un 2,5%. Hollande reafirmó asimismo en Bruselas su compromiso de reducir el déficit público al 3% el año que viene –a pesar de que las previsiones de crecimiento deberán revisarse a la baja– y de alcanzar el equilibrio presupuestario en 2017. Eso sí, sigue resistiéndose a incorporar la denominada “regla de oro” a la Constitución, a lo que prefiere una ley de carácter orgánico.
Para el presidente francés, los compromisos alcanzados en Bruselas son fruto de un “nuevo método” de trabajo basado no ya en el diálogo exclusivo entre Francia y Alemania, sino en su ampliación a otros grandes países de la zona euro –Italia y España– y la participación de la presidencia de la UE y la Comisión Europea. “Por eso la discusión ha sido tan larga, pero por eso también hemos llegado tan lejos”, argumentó. Hollande, que rechazó la emergencia de un nuevo equilibrio político en la UE, negó que Francia se haya alineado con los países del sur contra Alemania –aunque algo de eso hay– y prefirió presentar su papel como el de bisagra entre el norte y el sur.
Con todos los euroescépticos franceses en estado previo a la ebullición –la líder del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, denunció ayer lo que calificó de “golpe de Estado europeo”–, Hollande prefirió pasar de puntillas sobre el proceso de integración política que se dibuja en el horizonte. El presidente francés, que para eludir términos incómodos ha acuñado la fórmula de “integración solidaria”, la envió a calendas grecas diciendo: “Sobre el salto federal... no estamos ahí”.
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