Contaminada por
su agitada vida sentimental, la conferencia de prensa de ayer del presidente
francés tenía sin embargo un contenido de mayor calado. Abandonando la línea
ideológica defendida hasta ahora tradicionalmente por el Partido Socialista
francés, François Hollande planteó un auténtico giro reformista en su política
económica, en línea con el camino abierto en los años 2000 por el laborista
Tony Blair en el Reino Unido y el socialdemócrata Gehard Schröder en Alemania.
Dos herencias que Hollande eludió reivindicar –prefirió la de los países
nórdicos, más aceptables para su partido– pero que guían sin duda una apuesta
que algunos califican de “social-liberal”.
Reforma en profundidad del Estado y redefinición de sus
principales misiones; reducción drástica del gasto público –al menos 50.000
millones de euros entre el 2015 y el 2017–; reforma de la Seguridad Social, con
el fin de reducir sus costes y “acabar con los excesos y los abusos”; revisión
de la organización territorial, simplificación administrativa, disminución del
coste del trabajo –con el aligeramiento de las cargas sociales que sufragan las
empresas por valor de 30.000 millones–, rebaja aún por determinar de los
impuestos que pagan las empresas y las familias a medio plazo...
El programa de Hollande para el resto de su quinquenato
–escuchado con cara circunspecta por los ministros más a la izquierda, de
Montebourg a Hamon– fue saludado por la patronal, Medef, que ha visto recogidas
sus aspiraciones, aunque sea a costa de suscribir un “Pacto de Responsabilidad”
en el que deberá asumir contrapartidas en materia de creación de empleo. Los
sindicatos y el resto de la izquierda –del Partido de Izquierda de Jean-Luc
Mélenchon al PCF– expresaron en cambio su rechazo a la nueva línea política
emanada del Elíseo. Preguntado por cuáles eran las diferencias entre la
política expuesta ayer y la de su predecesor en la presidencia, Nicolas
Sarkozy, Hollande no pudo ser más explícito: “Que él no la puso en práctica”.
El presidente francés negó estar dando un golpe de timón a
su política económica –habló de “nueva etapa”, de “ir más rápido y más lejos”–
y lo cierto es que las medidas que puso ayer sobre la mesa entroncan que las
ideas que expuso cuando optaba a ser elegido candidato al Elíseo en la campaña
de las primarias del PS. Pero contrastan con las proclamadas en la campaña de
las presidenciales y las efectivamente aplicadas tras su elección en el 2012.
Aunque es cierto que ha dado pasos en este sentido –por ejemplo, al bajar una
parte de las cargas sociales a las empresas y lograr un pacto para la reforma
del mercado laboral–, también lo es que los impuestos han subido de forma muy
acusada y que el gasto público apenas ha sido contenido.
Pero el propio Hollande admitió ayer que las medidas
adoptadas hasta el momento han llegado ya al límite, sin que por ello el paro
–que ronda el 11%– haya podido ser reducido, como era su promesa para este
mismo año. “Necesitamos un crecimiento más vigoroso y sin las empresas no se
crearán más empleos”, dijo, a la vez que volvía a defender la necesidad de
reducir el déficit: “Ser de izquierdas no significa gastar más. Si la
sensibilidad de izquierdas se midiera por el gasto, mis antecesores serían
entonces de extrema izquierda”, ironizó.
En otro momento de la conferencia de prensa, Hollande aludió
también a la necesidad de impulsar el relanzamiento de la Unión Europea y abogó
por reforzar la pareja franco-alemana, algo en lo que hasta ahora ha fallado
clamorosamente. En lo que también aparece como un cierto giro político, el
presidente francés planteó tres escenarios en los que reforzar el eje entre
París y Berlín: la convergencia fiscal entre ambos países, la coordinación en
materia de transición energética y una nueva complicidad en materia de defensa.
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