"¡Europa
secesión, Francia es una nación!”, “¡Hollande dictador!”, “¡Libertad de
expresión!”. Estos eran algunos de los eslóganes que pudieron escucharse ayer
tarde en las calles de París mientras miles de personas –17.000 según la
Prefectura de la Policía, 160.000 según los organizadores– se manifestaban,
convocados por organizaciones ultras, contra la política del presidente
francés, François Hollande, y de la Unión Europea. Al término de la
movilización, grupos de radicales se enfrentaron violentamente con las fuerzas
antidisturbios.
La jornada de protesta, bautizada Jour de
Colère (Día de cólera) –una apelación tomada prestada curiosamente
de los países árabes–, había sido convocada por un rosario de organizaciones y
grupúsculos de extrema derecha y católicos integristas, como Primavera Francesa
o Civitas. apoyados para la ocasión por algunos bonnets
rouges bretones y seguidores del controvertido humorista antisemita
Dieudonné...
Un cóctel indigesto en el que no estaba físicamente presente
el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen, empeñado en presentarse ante la
opinión pública como un partido serio y de gobierno. Aunque sí estaba en
espíritu: receptáculo del descontento de la sociedad francesa con el Gobierno
socialista y con Bruselas, un sondeo publicado ayer por el Journal
du Dimanche mostraba que el FN –con un 23% de los votos– se afianza
como el favorito en las elecciones europeas del próximo 21 de mayo. Un
resultado así, que consolida una tendencia apuntada ya por otra encuesta del pasado
mes de octubre, nunca se ha dado en Francia en unas elecciones de ámbito
territorial nacional y sobrepasaría de largo –en cinco puntos– el resultado de
las elecciones presidenciales del 2012, en las que Marine Le Pen obtuvo un
histórico 18%. Hace cinco años, en las europeas del 2009, el Frente Nacional
obtuvo solamente el 6,3%.
Frente al empuje de la extrema derecha, los dos grandes
partidos franceses, la Unión por un Movimiento Popular (UMP) de Nicolas Sarkozy
y el Partido Socialista (PS) quedan claramente por detrás, con el 21% y el 18%
de los apoyos respectivamente.
La fortaleza del FN, que ha podido observarse en los últimos
meses en diversas elecciones parciales –en las que el partido de Le Pen ha
logrado ganar tanto a la UMP como al PS–, ha crecido con la crisis económica y
se alimenta del malestar social y, sobre todo, del miedo al futuro que atenaza
a algunas capas de la población francesa. Los frentistas crecen en los feudos
obreros arrasados por la pérdida de las industrias tradicionales –como sucede
en el Norte, por ejemplo–, en las zonas con una fuerte presencia de la
inmigración de origen extranjero –lo que explica su éxito histórico en el Sur–
y, en estos últimos años, en las llamadas zonas “periurbanas”, demasiado
alejadas de las grandes concentraciones urbanas –a distancias medias de entre
30 y 50 kilómetros– pero sin constituir zonas rurales.
Es en este territorio intersticial donde se han ido
acumulando todos los males que amenazan a la cohesión de la República: fuerte
aumento de la población –expulsada del centro de las conurbaciones por los
elevados precios de la vivienda–, paro elevado, incremento de la delincuencia y
aislamiento geográfico. Aquí, el voto del FN sobrepasa claramente al de la
media.
El discurso frentista, de corte claramente populista, ha
conseguido penetrar en el espíritu de las clases populares mezclando la
tradicional receta del FN contra la inmigración y los extranjeros –con una
fuerte dosis de anti-islamismo barnizado de laicidad republicana–, un
planteamiento económico y social combativamente antiliberal –desconocido en
tiempos del partiarca Jean-Marie Le Pen– y la dosis inevitable de nacionalismo,
señalando a Europa y la burocracia de Bruselas como la causa de todos los males
habidos y por haber. Declaradamente antieuropeísta –la Unión Europea es
presentada como una construcción “totalitaria” dirigida por “oligarcas”–, el FN
aboga por sacar a Francia del euro y convocar un referéndum en el ámbito de Los
28 para desmantelar la Unión y regresar a las soberanías nacionales...
En este objetivo, el FN se ha propuesto tejer –lo cual no es
la menor de las ironías– una alianza europea con las fuerzas nacionalistas y
soberanistas de otros países. En noviembre pasado, Marine Le Pen selló un
acuerdo de colaboración con el holandés Geert Wilders, líder del Partido de la
Libertad conocido por su islamofobia. Y esta misma semana, alcanzó un pacto
similar con la Liga Norte italiana. Lorenzo Fontana, jefe de filas de los
liguistas en el Parlamento de Estrasburgo confirmó la existencia de un acuerdo
entre ambos partidos para constituir un grupo parlamentario común tras las
elecciones, en caso de poder reunir entre todos al menos 25 eurodiputados de
siete nacionalidades.
El ascenso de las expectativas electorales del Frente
Nacional ha ido parejo en Francia a una banalización de los planteamientos y el
lenguaje de la extrema derecha, de los que durante su etapa como presidente de
la República Nicolas Sarkozy usó y abusó con fines electorales. No ha sido sólo
la UMP la que ha contribuido a legitimar posturas hasta no hace tanto tiempo
mal vistas. Un nutrido grupo de intelectuales y comentaristas de ideología
soberanista alimentan desde hace tiempo, desde sus tribunas en los medios de comunicación,
discursos de tipo racista o xenófobo, bajo una aparente cobertura de ortodoxia
republicana. De tal forma que no es de extrañar que casi un tercio de los
franceses se diga de acuerdo con las ideas del FN.
El último viaje de la primera dama
Valérie Trierweiler ya no es la compañera de François
Hollande y, por consiguiente, tampoco primera dama de Francia. Pero ayer salió
en avión en dirección a Bombay, donde tiene previsto participar en una serie de
actos organizados por Acción contra el Hambre, como si todavía lo fuera. A fin
de cuentas, el viaje había sido coordinado en su momento con el Elíseo y todos
los tarjetones y acreditaciones indias aluden a Trierweiler como “First Lady of
France”. Así que el presidente francés accedió a que, por última vez, su
excompañera llegara al pié del avión a través del acceso reservado a las
autoridades y que viajara acompañada de su director de gabinete –candidato al
paro– y un agente de seguridad.
La periodista de Paris
Match –semanario donde seguirá trabajando– no ha hecho ninguna
declaración sobre la ruptura de la pareja presidencial, dejando a Hollande la
responsabilidad de asumir y comunicar la separación. Su única alusión, hasta
ahora, ha sido un tuit difundido a última hora del sábado en el que decía:
“Toda mi gratitud para el extraordinario personal del Elíseo. No olvidaré nunca
su afecto ni la emoción en el momento de la partida”. Trierweiler ya no
regresará al Elíseo, sino al domicilio particular que hasta ahora compartía la
pareja, un piso de alquiler en el distrito XV de París, donde residirá a partir
de ahora sola.
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