El 16 de febrero de 1899 ha pasado a la
historia de Francia por un suceso extraordinario, tan libidinoso como
dramático. La tarde de ese jueves, en principio banal, el entonces presidente
de la República, Félix Faure, elegido cuatro años antes, murió inesperadamente
en el salón Azul del palacio del Elíseo. Contaba 58 años. Oficialmente, el
fallecimiento fue atribuido a una “congestión cerebral”, pero la verdad
–rápidamente difundida por todo París por la vía del rumor– fue muy otra. Lo
cierto es que el fogoso Michel Faure sufrió un ataque, probablemente debido a
una ingestión excesiva de una substancia afrodisiaca, mientras su amante,
Marguerite Steinheil –de 26 años y esposa del pintor Adolphe Steinheil–, le
hacía una felación. El pueblo, siempre tan irreverente y jocoso, bautizó a
Marguerite como la “pompa fúnebre”...
Antigua propiedad de la marquesa de Pompadour –favorita del
rey Luis XV–, que lo adquirió en 1753, el palacio del Elíseo parece abocado a
marcar irremediablemente a sus ilustres inquilinos con su descocada historia. A
no ser que el comportamiento de quienes alberga bajo sus molduras doradas no
sea otra cosa que el reflejo de una sociedad, la francesa, extremadamente
abierta y tolerante con el adulterio y las aventuras extraconyugales.
François Mitterrand bromeó con la simbólica herencia del
palacio cuando, según cuentan Christophe Deloire y Christophe Dubois en su
libro Sexus Politicus (2006), uno de sus ministros le
pidió utilizar un apartamento del complejo para sus citas clandestinas. El
presidente, cuya ironía era legendaria, le contestó: “El Elíseo no es
propiamente un establecimiento especializado, pero si no queda más remedio...”.
No era precisamente Mitterrand quien podía dar lecciones de
fidelidad y de moral. Ni tampoco sus antecesores ni sucesores. Con la excepción
del general De Gaulle y de Georges Pompidou, el resto de presidentes de la V
República han tenido todos una agitada vida sentimental, encadenando amantes e
infidelidades.
El primero en abrir la serie fue Valéry Giscard d’Estaing,
quien tuvo la precaución de mudarse al palacio del Elíseo solo y dejar a su
esposa, Anne-Aymone, y sus hijos en el domicilio familiar, lo que le concedió
una total libertad de movimientos. A Giscard se le atribuyen idilios con varias
actrices de la época –mediados de los años setenta– y, de hecho, acompañado de
una popular actriz, cuya identidad nunca ha trascendido, fue sorprendido por la
policía una madrugada de septiembre de 1974 cuando el coche que conducía por
las calles de París chocó con un camión de reparto de la leche. Giscard
d’Estaing, que en una de sus útimas novelas – “La princesa y el presidente”–
fantasaeba ambiguamente con una presunta aventura con la princesa Diana, se
comparó en sus memorias con el rey Henri IV, un célebre seductor, de quien dijo
que a su lado era un “angelito”.
Su sucesor en el Elíseo no fue más contenido. François
Mitterrand, que ya cuando lideraba el Partido Socialista buscaba la compañía de
jóvenes militantes tras los mítines, encadenó también las aventuras una vez
llegado a la presidencia, como ha explicado su chófer, Pierre Tourlier. Pero lo
más chocante –y también lo más conocido– es que durante casi treinta años
mantuvo una relación paralela con Anne Pingeot, antigua directora del Musée
d’Orsay, sin por ello abandonar a su esposa, Danielle. De esta relación, nació
una hija, Mazarine, convertida hoy, a sus 39 años, en una conocida escritora.
Durante sus catorce años de presidencia, Mitterrand llevó una doble vida y para
guardarla en secreto llegó a recurrir a los servicios secretos.
El chófer de Jacques Chirac, Jean-Claude Laumond, fue
asimismo testigo privilegiado de las andanzas nocturnas de histórico líder de
la derecha, como alcalde de París primero y como presidente después, quien tuvo
como amantes a ministras y periodistas. Chirac acostumbraba a salir cada noche,
con la única compañía de su chófer, en busca de otras sábanas. Su esposa lo
aguantó siempre con paciencia, salvo la noche en que Diana de Gales perdió la
vida en el túnel del Pont de l’Alma, el 31 de agosto de 1997: al presidente no
se le pudo localizar y Bernadette Chirac tuvo que ir sola a velar el cadáver...
No consta que Nicolas Sarkozy cometiera este tipo de
infidelidades en el Elíseo. Ya lo había hecho antes: en 1996 abandonó a su primera
esposa, Marie-Dominique, para irse con Cécilia, a la que él mismo había casado
con su primer marido, el presentador de televisión Jacques Martin, cuando era
alcalde de Neuilly-sur-Seine. En el 2007, sin embargo, siendo ya presidente,
fue Cécilia quien le abandonó. Solo, tuvo algunas aventuras –con una periodista
de Le Figaro, entre otras– hasta que encontró a Carla
Bruni y se casó en el 2008.
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