La historia de las grandes casas francesas del lujo está
estrechamente vinculada al Segundo Imperio, una época de un espectacular florecimiento
cultural y artístico, así como de grandes transformaciones económicas y
sociales, que hicieron de Francia y de París lo que son. La historia de Cartier
nació también bajo Napoléon III y alcanzó su apogeo en el cambio de siglo,
cuando el taller de joyería comprado en 1847 por Louis-François Cartier devino
el suministrador de las monarquías europeas y de la alta aristocracia
capitalista –y más tarde, cinematográfica- de allende el Atlántico. Esta
historia, que es también la historia del gusto por el refinamiento y la
ostentación de las clases altas, es el objeto de la gran exposición “Cartier.
Le Style et l’Histoire” abierta hasta el 16 de febrero en el Salón de Honor del
Grand Palais de la capital francesa.
Más de 600 joyas, relojes y objetos de lujo, así como
vestidos, grabados, pinturas y fotografías ofrecen una visión panorámica e
histórica de la casa Cartier y, con ella, de la alta sociedad de las diferentes
épocas. Collares, diademas, brazaletes, colgantes, broches, anillos, relojes de
pulsera, de péndulo, pitilleras… relucen con todo el brillo de los diamantes,
las esmeraldas y otras piedras preciosas en un Salón de Honor decorado con proyecciones en forma de caleidoscopio sobre
sus muros. La exposición, pensada y montada por los Monumentos Nacionales –y no
por Cartier-, ha sido concebida como cualquier otra exposición de historia del
arte. Para sus organizadores, la joyería lo es.
En las vitrinas del Grand Palais pueden admirarse joyas
únicas, desde el colgante de la reina María de Rumanía, con el mayor zafiro –de
478 kilates- jamás registrado, hasta la diadema que lució la duquesa de
Cambridge, Kate Middleton, en su boda con el príncipe William -cesión de la
reina Isabel II de Inglaterra-, pasando por un collar de rubíes de Elisabeth
Taylor y el impresionante collar, con 2.930 diamantes, encargado por Bhupindar
Singh, maharajá de Patiala. Las piezas expuestas van desde mediados del siglo
XIX hasta los años setenta, no más allá. No hay que confundir el Grand Palais
con un tienda.
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