François Hollande, quien a lo largo de los once años que dirigió el Partido Socialista practicó el difícil ejercicio del equilibrismo, demostró ayer una vez más por qué se ha ganado el sobrenombre de rey de la síntesis. El nuevo Gobierno nombrado ayer por el presidente francés y su primer ministro, Jean-Marc Ayrault, es un complejo puzzle en el que ha combinado la exigencia de paridad entre sexos que había prometido durante la campaña electoral –de los 34 ministros, hay 17 hombres y 17 mujeres– con la representación de la diversidad de edades, de orígenes, de territorios y –delicada tarea– de corrientes del Partido Socialista y sus aliados. Casi todos los barones, con la excepción destacada de la primera secretaria del PS, Martine Aubry, y el alcalde de París, Betrand Delanoë, están presentes.
De los 34 ministros hay 18 ministros principales y 16 ministros delegados –de segundo grado–, apelación que Hollande ha preferido rescatar en lugar de conservar la de secretarios de Estado utilizada por su antecesor, Nicolas Sarkozy. La diferencia es banal: en ambos casos, forman parte del Consejo de Ministros.
Uno de los nombramientos más destacados es el del ex primer ministro Laurent Fabius como ministro de Asuntos Exteriores –número dos del Gobierno tras Jean-Marc Ayrault, pero sin el rango de ministro de Estado–, un hombre que tiene a su favor la experiencia internacional, pero arrastra el lastre de haber encabezado la campaña del no contra el proyecto de la Constitución Europea. Barón del PS enfrentado antaño a Hollande, el presidente ha compensado su presencia al frente del Quai d’Orsay nombrando ministro delegado de Asuntos Europeos a una persona de su confianza, Bernard Cazeneuve.
Al margen de Exteriores, en las principales carteras del nuevo Ejecutivo, François Hollande ha designado a hombres y mujeres de su equipo, moderados de perfil socialdemócrata. Es el caso de Pierre Moscovici –su ex director de campaña– como ministro de Economía y Finanzas, y de Michel Sapin, en Trabajo; del catalán Manuel Valls –su ex portavoz– al frente de Interior; de Vincent Peillon, en Educación Nacional; de Marisol Touraine, en Asuntos Sociales; de Jean-Yves Le Drian, en Defensa; de Aurélie Filippetti, en Cultura; de Stéphane Le Foll, en Agricultura, y de Najat Vallaud-Belkacem, como ministra de los Derechos de la Mujer y portavoz del Gobierno.
Hollande ha incorporado también al Gobierno a la hasta ahora líder de Europa Ecología-Los Verdes, Cécile Duflot, pero para ocuparse de la cartera de Igualdad de los Territorios y Vivienda, prefiriendo confiar el Ministerio de Ecología y Energía a una socialista de su cuerda: Nicole Bricq.
Una de las mayores sorpresas del Gabinete es la designación en Justicia de Christiane Taubira, como si Hollande no quisiera hacer menos de lo que hizo Sarkozy al nombrar en 2007 a Rachida Dati. Diputada de la Guyana por el Partido Radical de Izquierda –asociado al PS–, Taubira se alineó en las primarias socialistas con Arnaud Montebourg. A su lado ha colocado como ministra delegada a una de sus fieles, Delphine Batho, antigua segolenista.
Montebourg, el tercer hombre de las primarias socialistas, el joven león de la antiglobalización ha sido asimismo incorporado al Gobierno, en tanto que ministro de la Recuperación Productiva. Lo mismo que el máximo exponente del ala izquierda del PS, Benoît Hamon, ministro delegado de Economía Social y Solidaria.
Hollande ha querido tener a todos los tenores que podrían plantearle problemas desde el exterios en el interior del Gobierno, aún a costa de asumir el riesgo de que la máquina acabe chirriando. Fabius, Taubira, Montebourg y Hamon no son caracteres fáciles.
El nuevo Ejecutivo parte en cierto estado de provisionalidad, a la espera de las elecciones legislativas del 10 y 17 de junio. Jean-Marc Ayrault anunció ayer que todos los ministros que se presenten a los comicios y salgan derrotados en sus circunscripciones deberán abandonar el Gabinete, siguiendo la misma práctica aplicada por Sarkozy hace cinco años. En 2007, esta norma no escrita costó el cargo a Alain Juppé, quien no regresó al Gobierno hasta tres años después.
Martine Aubry se queda fuera
Para Martine Aubry, la primera secretaria del PS, era o Matignon o nada. Así que ha sido nada. La líder socialista, dura rival de François Hollande –a quien no dudó en denigrar– durante la campaña de las primarias socialistas del pasado otoño, no se hacía muchas ilusiones. Pensaba que el nuevo presidente francés nombraría primer ministro a alguien de su entera confianza, como así lo ha hecho al optar por Jean-Marc Ayrault. “En esta configuracón, hemos estado de acuerdo en que no tenía sentido que yo estuviera en el Gobierno”, explicó Aubry antes de que se hiciera pública la composición del nuevo Ejecutivo. No era ésta, sin embargo, la intención del presidente francés, quien hubiera preferido integrar a su incómoda camarada en el Gobierno –colocándola al frente de algún gran polo ministerial– antes que dejarla suelta al frente del partido. La derecha hablaba ya ayer de una “cohabitación” en el PS, con una doble cabeza. Martine Aubry, sin embargo, no pretende encastillarse en la jefatura del partido y ya ha anunciado su intención de no presentarse a la reelección. El PS podría elegir una nueva dirección en un congreso en otoño.
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