Hace cinco años, Nicolas Sarkozy sorprendió al mundo entero entrando en el palacio del Elíseo, al día siguiente de su toma de posesión como presidente de la República, en calzón corto después de una sesión de jogging. Era el síntoma de un cambio, el gesto de un nuevo estilo, el signo de un carácter afirmado que en lugar de seducir acabaría irritando a la ciudadanía. Ayer tarde, despojado ya de sus hábitos presidenciales, convertido –según sus palabras– en “un francés entre los franceses”, volvió a enfundarse la ropa de deporte para correr de nuevo por el Bois de Boulogne, cercano al domicilio que comparte con su esposa, Carla Bruni, en el distrito XVI de París. Y cerrar un círculo...
Sarkozy, el presidente que durante cinco años acostumbró a los franceses a su omnipresencia, se ha ido en silencio. Jacques Chirac se dirigió por televisión a los franceses la víspera de su partida en 2007. También lo hizo Valéry Giscard d’Estaing en 1981, expresando visualmente su decepción y su enojo por no haber sido reelegido para un segundo mandato dando ostensiblemente la espalda a los telespectadores. Sarkozy, igualmente desengañado, ha querido marcharse en cambio con la discreción y la sobriedad que no practicó en cinco años.
Elegante son su rival y sucesor, François Hollande –a quien asoció a los actos patrióticos del 8 de Mayo–, Sarkozy no recibió ayer en cambio el mismo trato del nuevo presidente francés. Si algo chirrió en la –impecable– ceremonia de traspaso de poderes en el Elíseo fue justamente la cicatera despedida que Hollande dispensó a su antecesor. Acompañado hasta la puerta por el nuevo presidente y su compañera, Valérie Trierweiler, Nicolas Sarkozy descendió la escalinata de la mano de su esposa Carla en dirección al coche oficial que le esperaba en el patio de armas. Pero Hollande no esperó. Antes de que el ya ex presidente diera el primer paso, ya había girado la espalda y entrado en el edificio. Una vez dentro, en su discurso, le escatimó hasta el más mínimo elogio, en contraste con lo que hizo con todos los demás presidentes que le precedieron, por encima de ideologías: De Gaulle, Pompidou, Giscard, Mitterrand y Chirac.
A su salida, Sarkozy fue vitoreado por la mayor parte del público apostado en la calle del Faubourg Saint-Honoré. La UMP ya se había ocupado de movilizar a su militancia para evitar sorpresas desagradables al líder caído.
Lo primero que hará ahora Nicolas Sarkozy será descansar. El ex presidente se tomará unos cuantos días de vacaciones, probablemente en la finca que la familia Bruni-Tedeschi tiene en Cap Nègre, en la Costa Azul.
A su regreso a París tomará posesión de su nuevo despacho de ex presidente, situado en la calle de Miromesnil, a unos pasos del Elíseo. En tanto que ex jefe del Estado, la República pone asimismo a su disposición un equipo de siete personas y un vehículo con dos chóferes, así como un salario de 5.000 euros mensuales. Una retribución que muy probablemente aumentará con los 12.000 euros al mes que le reportará su ingreso como miembro de pleno derecho del Consejo Constitucional. Un presunto retiro dorado del que, a sus 57 años, Nicolas Sarkozy no quiere saber nada.
Todo indica, en efecto, que el ex presidente reanudará también su actividad como abogado en el gabinete que fundó hace 25 años con su asociado Arnaud Claude.
Pocos son quienes creen en la retirada definitiva de Sarkozy de la política. “Ya veremos”, dijo ayer el aún ministro de Exteriores, Alain Juppé. Pero para regresar algún día, antes ha de poner distancia, volverse invisible. Por eso, el ex presidente habría hecho desistir a su hijo Jean –según informó ayer Le Parisien– de presentarse a las elecciones legislativas con estas palabras: “Los Sarkozy deben hacerse olvidar”.
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