domingo, 13 de mayo de 2012

En lo alto del tobogán

El ascenso ha sido arduo, largo, costoso. Pero es justo ahora, coronada ya la cima, cuando François Hollande va a tener que enfrentarse a los verdaderos problemas. No porque el nuevo presidente francés fuera consciente de ello cuando empezó su ascensión, hace más de un año, el panorama que tiene ante sus ojos es menos vertiginoso. Mañana, Hollande recibirá en el Elíseo los poderes de presidente de la República y se lanzará inmediatamente pendiente abajo. De cómo aborde el descenso va a depender todo el viaje.

“Un quinquenato se juega en su inicio”, constató lúcidamente el histórico dirigente socialista hace escasas semanas. No hace falta ir muy lejos para encontrar un ejemplo sangrante de cómo una presidencia puede arruinarse en un abrir y cerrar de ojos. Nicolas Sarkozy, que pasa sus últimas horas en el Elíseo, empezó a perderla nada más ser elegido, hace cinco años, cuando decidió festejar su triunfo en Fouquet's con sus amigos ricos y pasar unos días de descanso en el yate del multimillonario Vincent Bolloré. Esa primera impresión, ratificada después por sus primeras decisiones en materia de política fiscal, beneficiosas para las clases más pudientes, arrasó su buena imagen, que nunca más se recuperó durante todo el mandato.

Hollande, revestido de su trabajada aura de “hombre normal”, ha dado sus primeros pasos en lo alto del tobogán prestando gran atención a los detalles personales. Pero cuidar el estilo no va a ser suficiente. En las próximas semanas el nuevo presidente va a tener que medir meticulosamente todos sus movimientos, observados con lupa por los franceses, sus socios de la Unión Europea y los mercados financieros.

Lo primero que Hollande va a tener que afrontar –ha empezado a hacerlo ya, aún antes de entrar en funciones– es el agravamiento de la crisis de la zona euro derivado de la inestabilidad política en Grecia, una situación que se superpone –y que complica– su intención de renegociar el tratado europeo de disciplina presupuestaria y añadirle un pacto por el crecimiento económico.

Mañana mismo por la tarde volará hacia Berlín para encontrarse con la canciller alemana, Angela Merkel, más que refractaria a sus planteamientos, y el 23 de mayo, tan sólo ocho días después de haber tomado posesión, le llegará la hora de la verdad en Bruselas, en la cumbre informal convocada por el presidente de la UE, Herman van Rompuy, para abordar la cuestión. Hollande, que ha amenazado con no ratificar el tratado si no se atienden sus demandas, no puede permitirse un fracaso en el que es uno de sus principales compromisos electorales.

Absorbido por la política internacional, el nuevo presidente francés apenas tendrá tiempo de regresar a París que deberá ya partir en dirección a Estados Unidos, donde mantendrá un primer encuentro con el presidente Barack Obama –el día 17 en Washington– y participará en las cumbres del G-8 –el 18 y 19 en Camp David– y de la OTAN –el 20 y 21 en Chicago–. Lejos de ser un trámite, Hollande se propone plantear aquí el adelantamiento a finales de este año de la repatriación de las tropas francesas en Afganistán. Otra promesa electoral que tendrá que conseguir llevar a cabo sin importunarse demasiado con Washington.

En medio de estas idas y venidas, el nuevo presidente francés tendrá que acabar de configurar su Gobierno, al frente del cual podría colocar como primer ministro al jefe de filas del grupo socialista en la Asamblea Nacional, Jean-Marc Ayrault, y marcar el rumbo con un primer paquete de medidas. En la hoja de ruta que él mismo hizo pública el pasado mes de abril, estaban entre otras la reducción de un 30% de los salarios del presidente de la Republica y los miembros del Gobierno; la fijación de un abanico de 1 a 20 entre la remuneración más baja y la más alta en las empresas públicas; el retorno parcial de la edad de jubilación a 60 años, para quienes hayan empezado a trabajar a los 18 años y hayan cotizado 41 anualidades, el aumento de la ayuda escolar de inicio de curso, y el bloqueo, en caso necesario, del precio de los carburantes.

Los primeros gestos políticos del presidente francés estarán forzosamente marcados por la necesidad de amarrar una victoria en las elecciones legislativas del 10 y el 17 de junio, que –a la vista del equilibrio de fuerzas entre el PS y la UMP– no está hoy por hoy asegurada. Y menos aún la mayoría absoluta que precisa para poder gobernar libremente.

Las decisiones más delicadas las ha dejado para después. Se trata de la Ley de programación plurianual de las finanzas públicas, donde tendrá que precisar sus objetivos de reducción del déficit y la forma de alcanzarlos, y la reforma fiscal, que comportará un aumento de los impuestos. Con un déficit del 5,2% y una deuda pública de 1,7 billones de euros (el 85,8% del PIB), Francia camina sobre el filo de la navaja y un mal paso podría arrastrarla a la situación de Italia o España.

El margen de maniobra del nuevo presidente francés es estrecho. Los objetivos económico-financieros de su programa se basan en una previsión de crecimiento económico en 2012 del 1,7%, pero la Comisión Europea la redujo el viernes al 1,3%. También vaticinó que el déficit alcanzará en 2013 el 4,2%, en lugar del 3% comprometido. Hollande, que ha pedido una auditoría sobre el estado de las finanzas públicas al Tribunal de Cuentas, no se hace demasiadas ilusiones.

A falta de saber cuánto, Hollande sabe que no tendrá más remedio que sacar las tijeras y reducir el gasto público, algo sobre lo que apenas ha dicho ni avanzado nada durante la campaña electoral. Hasta ahora, los mercados financieros se han mostrado benevolentes con Francia y los tipos de interés de su deuda –una media del 2,3%– son razonablemente bajos, pero podrían dispararse si cunde la desconfianza. Con más de 90.000 millones de euros pendientes de refinanciar este año –sobre un total de 180.000 previstos–, Hollande no se puede permitir ningún paso en falso.


Una presidencia cercana

Nicolas Sarkozy quiso “desacralizar” el cargo de presidente de la República y se le fue la mano. Los franceses no apreciaron demasiado su forma desenvuelta –rayana a veces en la vulgaridad– de comportarse, tan alejada de la majestuosidad y la distancia casi monárquica de sus predecesores. François Hollande, fiel a su promesa de ejercer el papel de un “presidente normal”, se dispone también a dejar la huella de su propio estilo. Un estilo diferente del de Sarkozy, pero que se pretende también alejado de la grandilocuencia de antaño. Hollande pretende, inspirándose en el modelo escandinavo, ejercer una presidencia cercana a los ciudadanos. Una presidencia más simple, con menos protocolo y menos parafernalia. También con menos agentes de policía alrededor del presidente, quien –como ha podido verse ya esta primera semana– parece decidido a seguir parándose por la calle a hablar con la gente. Esta voluntad, así como la de seguir residiendo en su apartamento del distrito XV de París, en lugar de en el Elíseo, trae de cabeza a los responsables de seguridad. Hollande debería dar una primera muestra de su nuevo estilo en la ceremonia de toma de posesión de mañana, a la que no acudirán ni sus hijos, ni los de su compañera.







No hay comentarios:

Publicar un comentario