Invitado por el presidente saliente, Hollande se colocó en la tribuna reservada para el Gobierno. Pero, a su llegada, Sarkozy se acercó a él para saludarle y le ofreció acompañarle hasta el centro del Arco de Triunfo. “Es útil y valioso para el país saberse unido a través del presidente aún en ejercicio y el nuevo. Es una bella imagen de reconciliación”, comentó Hollande. Los cientos de personas que acudieron a la plaza Charles de Gaulle pudieron ver a los dos hombres –inicialmente tensos, luego más distendidos– en una pantalla gigante.
Al término del acto, Sarkozy se acercó a saludar a una parte del público –entre el que había simpatizantes movilizados por la UMP– que acudió a despedir a su presidente. Sarkozy, que en privado ha confirmado su intención de abandonar la política, estrechó algunas manos y montó en su vehículo oficial para regresar al Elíseo, que abandonará definitivamente el próximo martes para volver a ser, según sus palabras, “un francés entre los franceses”.
Muy probablemente, Sarkozy retome su carrera de abogado, que dejó en suspenso al entrar por primera vez en el Gobierno en 1993 –aunque se ha mantenido como socio de un gabinete–, según confirmó ayer uno de sus colaboradores en el Elíseo. Más improbable es que acepte integrarse –como será su derecho en tanto que ex presidente de la República– en el Consejo Constitucional, donde se sientan dos viejas glorias como Jacques Chirac y Valéry Giscard d’Estaing. En todo caso, tendrá derecho a un sueldo del Estado de por vida –algo más de 5.000 euros brutos al mes–, un despacho, siete colaboradores y un vehículo oficial con dos chóferes, así como a viajar gratis en Air France y la SNCF.
Sarkozy no tenía ninguna obligación de invitar ayer a su sucesor –presidente electo, pero todavía sin rango institucional– a los actos del 8 de Mayo. Ni Hollande de aceptarlo. Nada está previsto a respecto en el protocolo de la República. Hace cinco años, el hoy presidente saliente eludió acompañar a Jacques Chirac –sin embargo, de su mismo partido– en la ceremonia y prefirió irse unos días a hacer un crucero por el Mediterráneo en el yate del industrial Vincent Bolloré. Una decisión que no ha dejado de lamentar desde entonces.
Por talante personal, por cálculo político, forzado también por la situación internacional, François Hollande no sólo no se irá de crucero, sino que ni siquiera se ha tomado las 48 horas de descanso que su compañera sentimental, Valérie Trierweiler, le había aconsejado. Desde el lunes, no ha parado de mantener contactos internacionales. Y a la organización de la transición de poder, así como de su futuro Gobierno, debe empezar a preparar ya su agenda internacional: su primer encuentro con le canciller alemana, Angela Merkel –fijado para el día 16– y su primera cumbre europea, programada para el 23 de mayo –ocho días después de su toma de posesión– para tratar del pacto de crecimiento.
De momento, Hollande trabaja desde los locales del que era su cuartel general de campaña, en la avenida Ségur, frente a la Unesco. Determinado a cultivar su imagen de “hombre normal”, en sus idas y venidas se detiene para saludar y hablar con la gente de la calle. Y para almorzar prefiere acudir a un bistrot popular, La Cantine, que al restaurante del hotel Bristol. De momento, tiene intención de seguir viviendo en su domicilio, junto al parque André Citroën –en el distrito XV–, pero la seguridad de la presidencia de la República ha empezado ya a presentar objeciones.
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