Hénin-Beaumont, en el umbrío norte de Francia, es una ciudad obrera de 25.000 habitantes de la cuenca minera de Pas de Calais, de larga tradición izquierdista. Tierra castigada por la desindustrialización y el paro –del 19,4%, el doble de la media francesa–, donde hace años que cerraron las minas de carbón, este rincón de la Francia encolerizada será el escenario, en las próximas elecciones legislativas de los días 10 y 17 de junio, de un intenso e inédito duelo político y personal entre la extrema derecha y la izquierda radical. La presidenta del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, y el líder de la coalición Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, batallarán por el mismo escaño.
Desde el 2007, Hénin-Beaumont es el feudo político personal de la líder del Frente Nacional, que en las elecciones legislativas de hace cinco años, mientras el partido se hundía en casi todas partes, fue la única candidata del FN en pasar a la segunda vuelta, con cerca de una cuarta parte de los votos. Su trayectoria ascendente culminó el pasado 22 de abril: en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Marine Le Pen quedó aquí primera con el 35,5% de los sufragios –frente al 17,9% en el conjunto de Francia–, muy por delante del presidente electo, François Hollande (26,8%), y del presidente saliente, Nicolas Sarkozy (15,7%)
Protagonistas de una encarnizada lucha por el tercer puesto, que ganó ampliamente la presidenta del FN, Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon volverán a verse las caras. Pero esta vez, el candidato izquierdista partirá en desventaja: en Hénin-Beaumont, el candidato al Elíseo por el Frente de Izquierda, con cerca del 12% de los votos, quedó casi 24 puntos por detrás de su rival...
La decisión de Mélenchon de presentarse a diputado por Hénin-Beaumont, circunscripción con la que no tiene ningún vínculo –como no lo tenía Marine Le Pen antes de 2007, por otra parte–, busca indisimuladamente un golpe de efecto mediático. El líder de la izquierda radical, cuyo resultado en las presidenciales fue vivido como un relativo fracaso –quedó bastante por detrás de lo esperado–, quiere intentar tomarse la revancha. Y aprovechar la atención que ese pulso va a despertar en toda Francia y más allá.
En una entrevista publicada ayer por el diario Libération, Mélenchon justifica su decisión en la necesidad de reforzar la dinámica del Frente de Izquierda –“Mientras no alcancemos nuestra velocidad de crucero, mi deber es ir a la barricada”, explica– y subraya que frente a Le Pen, la batalla contra la ultraderecha llegará a “su paroxismo”. Se trata de un duelo a la altura de su desmesura, cuyo principal riesgo es alimentar indirectamente el protagonismo de Marine Le Pen y de perjudicar a los socialistas, que son de lejos la principal fuerza de la izquierda. “En Hénin-Beaumont no necesitamos un match mediático, sino un diputado de terreno, que viva allí, conozca los problemas y defienda a sus habitantes”, subrayó quejosa la primera secretaria del Partido Socialista (PS), Martine Aubry.
Marine Le Pen, que inicialmente acogió con ironía la candidatura de Mélenchon –“No puede vivir sin mí”, dijo– ha adoptado en las últimas horas una calculada distancia. En la presentación ayer de su propia candidatura, la líder del FN acusó implícitamente a Mélenchon de querer “hacerse el interesante”, remarcó que su rival es el candidato socialista y rechazó convertir la campaña en “un circo mediático”.
Sobriedad en el Elíseo
François Hollande ha dado instrucciones precisas para que la ceremonia de traspaso de poderes que se celebra esta mañana en el Elíseo sea sobria y estrictamente institucional. A la lista de invitados oficiales, el nuevo presidente sólo ha añadido una treintena de invitados personales, entre ellos los ex primeros ministros socialistas –Pierre Mauroy, Laurent Fabius, Michel Rocard, Edith Cresson y Lionel Jospin–, así como la primera secretaria del PS, Martine Aubry. Junto a Hollande estará su compañera, Valérie Trierweiler, pero no sus hijos –a diferencia de lo que hizo Nicolas Sarkozy en 2007–. Así lo confirmó la madre de sus cuatro vástagos, su ex compañera Ségolène Royal, que –ella sí– expresó su deseo de ser invitada... Al acabar el acto, Sarkozy partirá en coche: nada de repetir la amarga experiencia de Valéry Giscard d’Estaing en 1981, que salió a pie y fue abucheado. Tras la comida, el nuevo presidente acudirá a rendir el tradicional homenaje al soldado desconocido. Hollande recorrerá los Campos Elíseos en un nuevo Citroën DS5 híbrido, un guiño ecológico.
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