miércoles, 16 de mayo de 2012

Hollande promete ambición y sobriedad

Erguido a bordo de su Citroën DS5 oficial –un coche moderno y ecológico, pero sin pretensiones–, desafiando la lluvia y el viento que barrían los Campos Elíseos en dirección al Arco de Triunfo, François Hollande dio ayer la medida del presidente que quiere ser: firme, determinado, sencillo y algo estoico. Todos los actos de la toma de posesión del nuevo jefe del Estado francés estuvieron caracterizados por la sobriedad y una estudiada altura institucional, con el fin de romper con el estilo de su antecesor, Nicolas Sarkozy, y ofrecer una imagen a la altura de la crisis.

“Yo asumiré plenamente las responsabilidades \[del cargo\], fijaré las prioridades, pero no decidiré sobre todo, por todos y en todas partes”, subrayó Hollande en su discurso de investidura como contraste a la hiperpresidencia de Sarkozy. Del mismo modo, prometió ejercer el poder “con dignidad pero con simplicidad. Con una gran ambición por el país. Y una escrupulosa sobriedad en los comportamientos”. Justamente lo que su antecesor no hizo. Todo lo que le acabó perdiendo.

La llegada de François Hollande al palacio del Elíseo, a las 10 en punto de la mañana, quiso ya marcar las diferencias. El presidente electo entró solo. Su compañera, Valérie Trierweiler –que sin embargo iba a acompañarle durante toda la jornada–, no estuvo ahí a su lado. Elegante, su vestido de gasa negro –escogido pretendidamente de su guardarropa– estaba acorde con el espíritu austero de la ceremonia. Tampoco acudieron al Elíseo sus cuatro hijos, a diferencia de lo que hizo Sarkozy en 2007. que entró en palacio poco menos que en familia.

Entre los 380 invitados, la mayoría de carácter institucional, sólo una treintena habían recibido una invitación personal de Hollande. Entre ellos estaban varios ex primeros ministros socialistas, como Pierre Mauroy, Laurent Fabius, Edith Cresson o Lionel Jospin, pero no Michel Rocard –a quien, a causa de un inoportuno viaje a Irán, se le aconsejó no llegar antes de la hora del café–, y también varios premios Nobel franceses, como Jean-Marie Le Clezio o Luc Montagnier.

Quien no fue invitada, pese a haber expresado su interés, fue Ségolène Royal. La ex compañera de Hollande y madre de sus cuatro vástagos tuvo que esperar –como sus hijos en común, y varios centenares más de personas– a la recepción, más festiva, en el Ayuntamiento de París.

Recibido al pie de las escalinatas por Nicolas Sarkozy, Hollande se reunió durante algo más de media hora con su antecesor para formalizar el relevo, recibir los códigos de los misiles nucleares y conocer el estado de algunos dossiers reservados. Al mismo tiempo, Carla Bruni enseñó a Valérie Trierweiler las principales estancias del palacio, donde ni la antigua pareja presidencial residía ni tiene intención de hacerlo la nueva. Las dos mujeres dieron un mínimo de calidez a una despedida que fue fría y distante. Hollande entró de nuevo en el edificio sin esperar a que Sarkozy y Bruni abandonaran el Elíseo.

Tras ser oficialmente investido presidente de la República por el presidente del Consejo Constitucional, Jean-Louis Debré, François Hollande pronunció un discurso de sólo diez minutos pero de marcado acento político. El nuevo presidente pintó un panorama sombrío –“Una deuda masiva, un crecimiento débil, un paro elevado, una competitividad degradada, una Europa que tiene dificultades para salir de la crisis”–, pero aseguró que “no hay fatalidad” y llamó a los franceses a recobrar la “confianza”.

Hollande remarcó su determinación de plantear a sus socios europeos “un nuevo pacto que una la necesidad de reducción de las deudas públicas y el indispensable estímulo de la economía”. Anoche mismo tuvo la oportunidad de planteárselo cara a cara a la canciller de Alemania, Angela Merkel, a quien visitó en Berlín.

Tras el acto del Elíseo y en medio de un tiempo inclemente, Hollande acudió a realizar la tradicional ofrenda a la tumba del soldado desconocido. Saludando al público desde su coche descubierto, cuando el presidente llegó al arco de Triunfo estaba totalmente empapado, chorreando agua por todos los costados. Por la tarde, después de un expeditivo almuerzo privado en el Elíseo, rindió sendos homenajes a Jules Ferry, el padre de la escuela republicana laica –aunque también un defensor de la supremacía racial blanca, lo que Hollande condenó–, y la doble premio Nobel de física y química Marie Curie.

En el Instituto Curie, la lluvia volvió a calar el traje del nuevo presidente. Definitivamente perseguido por la tormenta, un rayó cayó sobre su avión cuando acababa de despegar en dirección a Berlín, ¿Un mal presagio?




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