martes, 8 de mayo de 2012

Hollande entierra a 'Merkozy'

El mundo ha entrado en tromba en la vida de François Hollande, un hombre cuya vida política se había repartido hasta ahora exclusivamente entre París y su feudo de Corrèze. Desde el domingo por la noche, el nuevo presidente francés ha mantenido una veintena de contactos con otros líderes internacionales: de Barack Obama a Benjamin Netanyahu y Mahmud Abbas, de David Cameron a Mariano Rajoy, de Vladimir Putin al rey de Marruecos. Francia, aún endeudada y disminuida, sigue siendo una potencia mundial, una voz escuchada.

Hollande quiere hacer valer este peso para abrir una nueva página en las relaciones entre París y Berlín, su gran prioridad. Para el presidente electo –como antes lo fue para sus antecesores y lo será después para quienes le sucedan–, Alemania es el principal e ineludible interlocutor. La canciller alemana, Angela Merkel, fue la primera en llamarle el domingo por la noche para felicitarle por su victoria e invitarle a Berlín. Y Merkel será la primera personalidad extranjera a la que Hollande rendirá visita, inmediatamente después de asumir sus funciones, el día 15. Pero en su agenda no figura la palabra continuidad, ni “decíamos ayer...”.

El objetivo de Hollande es “reequilibrar” las relaciones entre ambos países, que a su juicio han reservado en los últimos tiempos el peso principal a Berlín y han dejado a París un papel subalterno. La época de Merkozy –un tándem que el nuevo presidente francés juzga desequilibrado– ha acabado. “La construcción europea reposa sobre una relación entre Francia y Alemania equilibrada y respetuosa”, ha subrayado en una entrevista difundida ayer por el diario digital Slate –realizada antes de la votación, pero revisada después–, en la que defiende el “motor franco-alemán” pero rechaza el “duopolio” impuesto por Merkel y Nicolas Sarkozy.

“Hay que conjugar la dinámica intergubernamental con el proceso comunitario”, añadió desmarcándose de la práctica preferida de Sarkozy –alérgico a Bruselas–, y asegurando que ésta es la única forma de “evitar que nuestros socios tengan la sensación de ser apartados o, peor, sometidos”.

El primer asunto de la agenda bilateral para el nuevo presidente francés –el tiempo apremia– es abordar la negociación de un nuevo pacto europeo para el relanzamiento económico, una condición que plantea como imprescindible para dar luz verde a la ratificación por Francia del tratado de Disciplina presupuestaria. La necesidad de adoptar medidas para estimular el crecimiento ha sido ya asumido casi por todo el mundo en Europa. Otra cosa es que todos coincidan en la receta. A priori, el planteamiento de Berlín –que pone el acento en las reformas estructurales– dista mucho del de París, que propone un plan de inversiones europeo.

Ante el rechazo alemán a la idea de financiar estas inversiones a través de euro-obligaciones, Hollande no se da por vencido: “Los alemanes no pueden poner dos cerrojos a la vez, a las euro-obligaciones y a la financia-ción de la deuda de los Estados por el Banco Central Europeo”, afirma, mientras lanza como advertencia que “si no se restablece la confianza entre los pueblos y Europa, habrá un ascenso de los populismos que acabará por obstaculizar el proyecto europeo y hacer explotar la zona euro”.

El ascenso de la extrema derecha en Francia en las elecciones presidenciales –con un 17,9% de los votos–, y la radicalización del discurso de la derecha en lo que concierne a Europa es una señal de alarma en este sentido. La Francia del no, la misma que derrumbó el proyecto de Constitución europea en 2005, acecha de nuevo. François Hollande lo sabe. Y sabe que si cede ante la inflexibilidad de Berlín, si se contenta con cuatro buenas palabras, el clima social en el país puede envenenarse considerablemente. Y que su presidencia quedará definitivamente arruinada nada más empezar, como le sucedió –por otras razones– a su antecesor. Toda la cuestión es saber si los dirigentes alemanes han tomado realmente la medida de la situación y si no estarán –como hizo Nicolas Sarkozy, para su ruina– infravalorando peligrosamente a François Hollande.

A una semana vista de su toma de posesión, las quinielas sobre los miembros del futuro Gobierno francés ocupan todas las conversaciones en el mundo político-mediático. Hollande dijo ayer que no desvelerá el nombre de su futuro primer ministro hasta el día 15, pero ello no impide que haya toda suerte de quinielas.

A la espera de la confirmación definitiva, una de las figuras del Partido Socialista que aparece con mayores posibilidades para ocupar Matignon es Jean-Marc Ayrault, jefe de filas del grupo parlamentario socialista en la Asamblea Nacional, un hombre respetado en el partido y muy cercano al nuevo presidente francés. La principal desventaja de Ayrault –su falta de experiencia de gobierno– puede verse compensada por un atributo que puede revelarse esencial en estos momentos: profesor de alemán, es un declarado germanófilo. El director del equipo de campaña, Pierre Moscovici, aparece también como una opción seria.

Las quinielas conceden asimismo posibilidades a Martine Aubry, aunque sólo sea por tratarse de la primera secretaria del PS. Pero sus malas relaciones históricas –tanto políticas como personales– con Hollande lo hacen improbable. Entre los socialistas, los franceses parecerían preferir –según un sondeo– al barcelonés Manuel Valls, su portavoz de campaña. Sin embargo, su adscripción al ala más a la derecha del PS lo hacen difícil.


Traspaso de poderes el día 15

Los representantes de Nicolas Sarkozy y de François Hollande acordaron ayer realizar la ceremonia de traspaso de poderes el 15 de mayo, día en que termina –a medianoche– el mandato del primero. Ambos presidentes compartirán hoy la ceremonia de conmemoración del fin de la Segunda Guerra Mundial.








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