viernes, 4 de mayo de 2012

De 'Super Sarko' a 'Merkozy'

¿Un pájaro? ¿un avión? A finales de 2007, el mundo se preguntaba asombrado por la naturaleza del fulgurante torbellino que salía del Elíseo. Envuelto en un aura de superhéroe justiciero, Nicolas Sarkozy no esperó más de dos meses –tras ser elegido presidente de la República– para aterrizar a paso de carga en las relaciones internacionales, determinado a dejar su huella en el mundo como pensaba hacerlo en Francia. Enérgico y audaz, “Super Sarko” arrancó en julio de las garras de Gadafi a las enfermeras búlgaras condenadas a cadena perpetua en Libia –enviando a Trípoli a figurar a su entonces esposa Cécilia–; en noviembre aterrizó personalmente en Chad para rescatar a las azafatas españolas retenidas por el caso del Arca de Zoé, y en el verano de 2008 hubiera forzado él mismo la liberación de Ingrid Betancourt –secuestrada por las FARC– si antes no se le hubiera adelantado Álvaro Uribe. El recibimiento de Betancourt en París, sin embargo, dio a entender lo contrario...

Esta explosiva mezcla de visión, coraje e irrefrenable afán de protagonismo iban pronto a situarle en el centro de la atención mundial. Y a darle la oportunidad de demostrar su extraordinaria valía para gestionar las situaciones de crisis. Tras asumir la presidencia semestral de la Unión Europea, el 1 de julio de 2008, el presidente francés afrontó su primera crisis en Georgia. Su decidida intervención ante Moscú permitió evitar que los tanque rusos llegaran a las puertas de Tiblisi (aunque fuera a costa de ceder a la mayor parte de las exigencias de Vladimir Putin)

Pero la gran prueba de fuego –y también su gran oportunidad– le llegaría en otoño con la quiebra de Lehman Brothers y el desencadenamiento de la peor crisis financiera y económica mundial desde los años treinta. Con Washington ausente –George W. Bush estaba a punto de dejar la Casa Blanca y Barack Obama aún no había asumido la presidencia–, Nicolas Sarkozy, al frente de la UE, se erigió en la práctica en el máximo líder mundial. Ni que fuera por un tiempo...

No hay nadie que no aplauda lo que Sarkozy consiguió en esas semanas sombrías en que el mundo entero paseó al borde del precipicio. Los máximos dirigentes mundiales –con Obama a la cabeza– han elogiado su preciado liderazgo en esos momentos. El presidente francés logró cuajar una respuesta coordinada a la crisis, eludiendo el riesgo de una estampida proteccionista, y activó un olvidado foro internacional llamado G-20 –hoy ineludible– para reunir en la misma mesa a los países desarrollados y las potencias emergentes. Fue el cénit.

La excelencia de Sarkozy frente a las situaciones de crisis queda, sin embargo, bastante más empañada en los proyectos a largo plazo, en las apuestas de fondo. El lanzamiento, con toda la pompa de que es capaz la República francesa, del proyecto de Unión por el Mediterráneo (UPM) en una magna cumbre de jefes de Estado en París en julio de 2008, no ha evitado que el proyecto –sin duda el de más alcance y ambición en materia de política exterior de Sarkozy– haya embarrancado en los mismos escollos que el Proceso de Barcelona. Las cosas avanzan poco a poco, subrayan en el Quai d’Orsay... Desde luego, muy poco a poco.

El reingreso de Francia en el mando integrado de la OTAN en 2009, cuarenta y tres años después del portazo del general De Gaulle, ha quedado como otra apuesta a medias fallida: ni Francia ha ganado en influencia, ni ha permitido revitalizar la Europa de la defensa, ni ha servido para estrechar las relaciones con Washington, buenas pero distantes.

Un nuevo momento de gloria le llegó a Sarkozy en 2011, orgulloso de poder actuar –mano a mano con el Reino Unido en un caso, y con los países africanos y la ONU en el otro– como gendarme mundial en defensa de la democracia y los derechos humanos. Así en Libia como en Costa de Marfil. La actuación contra Gadafi –un éxito militar– permitió al presidente francés purgar sus pecados de aproximación al dictador libio y resarcirse de la inacción –producto de una mezcla de prudencia y ceguera– ante las revoluciones en Túnez y Egipto. El acierto de la intervención militar en Libia, cuestionada por algunos analistas, sólo podrá juzgarse con el tiempo. De momento, ha aumentado de forma peligrosa la inestabilidad en el Sahel, donde medran los grupos islamistas.

Acaso el reverso de la moneda del éxito europeo de Sarkozy en 2008 sea el papel subalterno que París ha acabado teniendo en su tándem con Berlín. Lastrado por la debilidad económica de Francia, en comparación con la insolente robustez de Alemania, la crisis de la deuda desatada en Europa en el verano de 2011 ha acentuado la posición de debilidad de Sarkozy frente a la canciller Angela Merkel, que ha impuesto a Francia y a toda Europa su severa receta contra la crisis. Por detrás de las apariencias, la pareja “Merkozy” está fuertemente desequilibrada hacia el Este. Desde el Oeste sólo se puede hacer, hoy por hoy, un cierto contrapeso.


ENTREVISTA  a Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS)

“En Libia se actuó con precipitación”

En política exterior, como en el resto de su acción de gobierno, el balance del quinquenato de Nicolas Sarkozy está lleno de claroscuros. Así lo ve Pascal Boniface, director del Instituto de relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) de París.

- ¿Ha sido mejor Nicolas Sarkozy en política internacional que en política interior?

- No se puede decir. Ha tenido éxitos y fracasos. En el último año su balance es menos satisfactorio de lo que hubiera deseado. Pensaba que las presidencias del G-8 y del G-20 serían un éxito y no fue así. En cuanto a la intervención en Libia, cada vez está más claro que, más allá del éxito de derribar a Gadafi, los inconvenientes para la región, para Libia, Mali, en relación con Siria y la ONU, son asimismo reales.

- ¿Qué ha cambiado Sarkozy de la política exterior?

- Sarkozy llegó al poder con un programa de ruptura. Ruptura con el gaullo-mitterrandismo, con la V República. En realidad, ha aportado inflexiones pero no una ruptura real, ha habido más un cambio en los discursos que en la realidad. El verdadero cambio es una mayor insistencia en la pertenencia de Francia al mundo occidental, algo que ni Chirac, ni Mitterrand, ni De Gaulle hacían con tanta fuerza. La tradición presentaba a Francia más universal.

- A su juicio, el retorno al mando integrado de la OTAN en 2009 ¿fue un viraje decisivo?

- No, no ha cambiado gran cosa. Francia ya estaba ampliamente integrada en la OTAN. El problema es que no se ha aprovechado este retorno para ejercer un papel de proposición, o de oposición, a Estados Unidos. Lo más grave es que se ha aceptado la deriva funcional de la OTAN, que deviene cada vez más una suerte de santa alianza occidental, que puede ser percibida como el arma del choque de civilizaciones, que extiende su geografía y sus misiones para seguir existiendo.

- Ha hablado usted de éxitos y fracasos. ¿Cuál ha sido en su opinión el logro más notable?

- El primero es la presidencia francesa de la Unión Europea en 2008, coronada de éxito. El otro es la intervención en Costa de Marfil, realizada en un marco legal, multilateral–a la vez africano y con la ONU–, que evitó el retorno a la guerra civil y el respeto del sufragio universal en África en un momento clave. De la misma forma que pienso que la intervención en Libia ha traído más disgustos, para el presente y el futuro, que satisfacciones, pienso que la intervención en Costa de Marfil fue un verdadero acierto.

- ¿La intervención en Libia encabeza los fracasos?

- Sarkozy es un hombre enérgico, lo cual es una ventaja, pero le gustan los golpes de efecto. A veces actúa de forma precipitada, sin tener en cuenta los pormenores del asunto. Quizá en el caso libio hubiera valido más no haber actuado tan de prisa, al reconocer de forma unilateral el Consejo Nacional de Transición o al modificar la misión, pasando de la protección de la población civil a un cambio de régimen.

- En Europa ‘Merkozy’ ha impuesto la ley. Pero, en el fondo, ¿no es Berlín quien manda?

- Sí, me temo que así es. Hay un desequilibrio en la relación entre Francia y Alemania. De entrada, Alemania tiene un PIB superior al de Francia y una situación económica y social mejor. Pero además la pareja Nicolas Sarkozy-Angela Merkel carece de la solidez que tenían Helmut Kohl y François Mitterrand, Helmut Schmidt y Valéry Giscard d’Estaing, o incluso Gerhard Schröder y Jacques Chirac.



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