Cuentan las malas lenguas en el siempre agitado Partido Socialista francés que Manuel Valls, ex portavoz de campaña de François Hollande y hoy flamante ministro del Interior, ha conseguido hacerse imprescindible en el equipo del nuevo presidente de la República a base de seducir –políticamente– a su compañera, Valérie Trierweiler, una primera dama que ha empezado a demostrar ya una férrea influencia. Hábil y astuto, además de ambicioso, Valls ha logrado la hazaña de erigirse en uno de los principales lugartenientes del nuevo presidente francés pese a ser un convertido reciente al hollandismo.
Nacido hace 49 años en Barcelona, hijo del pintor catalán Xavier Valls y de la italosuiza Luisangela Galfetti, el nombre del nuevo ministro del Interior había sonado insistentemente en los últimos días como uno de los serios candidatos a primer ministro. Hubiera sido el primer francés de origen extranjero –adquirió la nacionalidad francesa por naturalización en 1982– en llegar a Matignon. Pero no tenía ninguna posibilidad, y no por su origen. Manuel Valls no deja de ser un implante extraño, sobrevenido, en la galaxia de Hollande. Y, sobre todo, representa al ala más a la derecha del PS. Tildado de “sarkozysta de izquierdas” por sus posturas de firmeza en materia de seguridad e inmigración, crítico con la semana laboral de 35 horas y otros mitos de la izquierda francesa, su perfil es absolutamente indigesto, intolerable, para los socialistas. ¡Por decir que hasta el ex presidente Nicolas Sarkozy quiso ficharle!
Diputado y alcalde de Evry –una ciudad de 49.000 habitantes de la banlieue sur de París–, Valls parece especialmente tallado para la cartera de Interior, donde sin embargo puede atraerse más fácilmente los aplausos de la derecha que de la izquierda.
Manuel Valls se sabe minoritario en su partido. Pero no por ello dejó de presentarse a las primarias organizadas en otoño pasado por el PS para designar a su candidato al Elíseo, en cuya primera vuelta obtuvo un modesto 6% de los votos. Un capital escaso pero extremadamente valioso que puso al servicio de Hollande en su duelo con la primera secretaria del partido, Martine Aubry.
El cálculo se demostró acertado. Apostó al caballo ganador. No era el caso hace poco más de un año. En vísperas del seísmo provocado por la electrocución política en Nueva York de Dominique Strauss-Kahn –el gran favorito en aquel momento para batir a Sarkozy–, Valls figuraba entre los más entusiastas seguidores del ex director del Fondo Monetario Internacional (FMI), sin ser tampoco de la familia. La caída de DSK le dejó huérfano. Pero, como se ha visto, no inerme.
Este súbito cambio de escudería no es nuevo en la carrera de Valls, quien desde que empezó a militar a principios de los años ochenta ha atravesado por casi todas las corrientes del PS –salvo la más izquierdista-, siempre a la búsqueda de una buena sombra en la que cobijar su ambición. Alineado inicialmente con Michel Rocard, el joven Valls acabó secundando a Lionel Jospin, quien al ser nombrado primer ministro se lo llevó en 1997 a Matignon como portavoz. En 2006, tras apoyar el frustrado retorno de Jospin, Valls se unió al equipo de Ségolène Royal, de quien se erigió en portavoz y uno de los principales lugartenientes, antes de abandonar el barco tras el fallido asalto a la dirección del PS en 2008.
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