Cuando nadie ha ganado, ¿quién ha perdido? El esperado debate que anoche enfrentó a los dos candidatos a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, Nicolas Sarkozy y François Hollande, dejó en el aire esta inquietante pregunta. Inquietante sobre todo para quien acudía a la cita en situación de desventaja: el presidente francés, que a sólo tres días de la votación sigue muy por detrás del aspirante socialista –favorito en todos los sondeos–, estaba obligado a imponerse y dejar a su adversario tumbado en la lona. No lo consiguió.
Combativo y enérgico, agresivo, injurioso incluso –no paró de acusar a su rival de mentir–, Sarkozy se empleó a fondo en su intento de dejar en evidencia al candidato socialista, su supuesta inconsistencia, su presunta doblez. “Vamos a hacerle salir de su madriguera, no podrá seguir escondiéndose”, decían sus portavoces antes del cara a cara. El símil se volvió en su contra, porque el cazador tuvo que regresar a casa sin haberse cobrado su pieza.
Enfrente, Sarkozy no se encontró al candidato blando y huidizo que pintaba la UMP, sino un adversario correoso, seguro de sí mismo, con la lección aprendida, rápido en las réplicas y en absoluto dispuesto a dejarse pisar. Como él mismo. Hollande acaso no ganó el pulso con el presidente francés, pero tampoco lo necesitaba. Le bastaba con resistir el embate sin tambalearse y colocar de vez en cuando algún golpe directo en el mentón de su rival.
Presidente saliente, Sarkozy tuvo que luchar anoche contra la dificultad insuperable de tener que defender su obra de gobierno y a la vez adoptar el papel de aspirante. Y atacar. Algo que hace cinco años dejó hacer a Ségolène Royal para su perjuicio. Hollande, sin el mismo lastre que su adversario, confortado en su pedestal de favorito, partía anoche de una posición mucho más confortable.
Seis canales de televisión y otros tantas cadenas de radio emitieron en directo el cara a cara entre los dos aspirantes al Elíseo, que se prolongó durante cerca de tres horas, sin interrupción. Situados en un escenario neutro, frente a frente pero separados por 2,20 metros de distancia, escudriñados por veinte cámaras y moderados por dos periodistas, los dos contendientes mantuvieron un pulso medido hasta el más último detalle, desde la temperatura hasta la realización.
El primer cruce de espadas se produjo nada más empezar, en los primeros diez minutos, como si los dos contendientes buscaran medirse, tantearse. Ese primer choque –vivo, duro– marcó el tono de todo el debate, tenso y áspero. “Es falso”, “es mentira”, “es una calumnia”... repitió una decena de veces Sarkozy a lo largo del debate –un recurso calculado– para desacreditar las acusaciones de Hollande, quien le replicó de entrada: “Señor Sarkozy, va usted a tener dificultades para pasar como una víctima”.
La mayor parte del cara a cara lo consumió el debate sobre la situación económica. Sarkozy defendió su actuación contra la crisis y presentó al candidato socialista como un incompetente, dispuesto a dilapidar todo el esfuerzo de contención del gasto, subir los impuestos y arrastrar a Francia por el camino que han atravesado otros países europeos con dificultades, como España y Grecia, tras años de gobiernos socialistas. “Usted propone para financiar su locura del gasto, su incapacidad para decir no a los sindicatos, un aumento continuo de los impuestos”, afirmó el presidente, quien le asestó una puñalada: “Usted se ha reivindicado como un presidene normal. Permítame decirle que su normalidad no está a la altura de la situación”.
Hollande, que prometió ser “el presidente de la justicia”, acusó por su parte a Sarkozy de haber favorecido a los ricos con su política fiscal y –apelando al ejemplo de Alemania– de haber sido incapaz de detener el aumento del paro, el incremento de la deuda y la pérdida de competitividad del país. Ante las protestas de su rival, asestó: “Con usted siempre es lo mismo, usted no tiene la culpa de nada, siempre la tienen los demás...”. El presidente intentó presentar en todo momento las propuestas de su oponente como un ejemplo de “demagogia”, “incoherencia” y “ambigüedad”, pero Hollande se mostro certero y le puso un par de veces en aprietos con su manejo de las cifras.
Cuando le tocó el turno al tema de la inmigración, que Sarkozy ha puesto en el centro de su campaña electoral de la segunda vuelta –con el fin de seducir a los votantes del Frente Nacional–, el presidente francés vio la gran oportunidad para acogotar a su contrincante. Pero ni siquiera ahí consiguió desarmarle del todo.
Hollande no se renegó a sí mismo en lo que respecta a su propuesta de conceder el voto a los extranjeros residentes en las elecciones locales –algo que, recordó, Sarkozy había defendido en 2008– y se comprometió a ser intransigente contra todo ataque al principio de la laicidad, así como a mantener y aplicar la ley del burqa. Difícilmente convenció a quienes ven en la inmigración una amenaza, pero nadie podrá acusarle de ambigüedad.
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