François Hollande, de 57 años, el hombre normal y afable, el outsider a quien el mundo político observaba con escepticismo o conmiseración hace sólo un año, será el séptimo presidente de la V República. Con él, la izquierda vuelve al poder en Francia tras diez años de gobierno de la derecha. Los franceses otorgaron ayer al candidato socialista una neta e indiscutible victoria –por 52% a 48% de los votos, según las primeras estuimaciones– y sancionaron duramente al presidente saliente, un Nicolas Sarkozy que ha caído víctima tanto de la crisis como de su discutida personalidad. El análisis reposado de los resultados dirá hasta qué punto la deriva extremista de las dos últimas semanas, que ha alejado a los centristas, le ha sido fatal.
Con sólo cinco años de mandato, Nicolas Sarkozy ha pasado de ser el presidente más impopular de la historia desde los tiempos del general De Gaulle a ser también uno de los más breves. El fantasma de Valéry Giscard d’Estaing –el único presidente francés, hasta ayer, que no había logrado ser reelegido tras su primer y único mandato, en su caso de siete años– ha acabado al final por atraparle.
Sarkozy tardó muy pocos minutos, una vez conocidas públicamente las estimaciones de los sondeos a las 8 de la tarde, en reunirse con los militantes de la UMP en la Mutualité de París para reconocer su derrota, asumir toda la responsabilidad por el fracaso y pedir una “actitud digna y ejemplar” a sus seguidores. El presidente saliente –que nada desveló sobre su futuro inmediato en la política– llamó por teléfono al candidato socialista y, desde anoche, presidente electo para felicitarle y desearle suerte.
Diez años después de la humillante salida del Gobierno de Lionel Jospin, diecisiete años después del retiro del presidente François Mitterrand, un socialista entrará de nuevo en el Elíseo. La efervescencia que se vivía anoche en Francia era parecida a la que embargó al país en 1981. La esperanza de entonces, sin embargo, está enturbiada por la gravedad de la crisis económica y la conciencia de que todavía hay tiempos difíciles por delante.
El resultado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas tendrá una incidencia que va mucho más allá de Francia y que afecta a Europa entera. La llegada de Hollande cambia completamente los equilibrios políticos en el seno del Unión Europea y obligará a replantear la política –especialmente económica– aplicada hasta ahora. Merkozy se ha acabado. Y la canciller alemana, Angela Merkel, tendrá que buscar una nueva convergencia con el nuevo inquilino del Elíseo, que rechaza la austeridad como único remedio.
François Hollande, que votó y esperó los resultado en su feudo de Tulle, pidió respeto para su rival y prometió ser “el presidente de todos”. “Esta noche no hay dos Francias cara a cara. Hoy hay una única Francia”, subrayó. Los habitantes de la Corrèze, donde Jacques Chirac empezó su carrera política, pueden presumir ya de haber catapultado a dos hombres a la jefatura del Estado.
La participación en la segunda vuelta –del 81%– fue, como es habitual, ligeramente superior a la de la primera vuelta. No hubo, sin embargo, una movilización extraordinaria de última hora, la única posibilidad –en la que todavía confiaba Sarkozy el viernes– de invertir los pronósticos de los sondeos. Hollande, que se había asegurado el apoyo de la totalidad de la izquierda, consiguió arrastrar buena parte del voto centrista y una parte de los electores que votaron el 22 de abril de Marine Le Pen, la líder delFrente Nacional. Sarkozy, sin apenas reservas de votos, sin nadie que la prestara apoyo, se quedó corto.
Los socialistas franceses celebraron con lógico entusiasmo la victoria de uno de los suyos. Pero quizá anoche Hollande tuvo un pensamiento para las zancadillas, los ataques y el menosprecio que recibió al principio de su carrera de los principales dirigentes del Partido Socialista.
Cuando la fiesta haya terminado, empezarán los problemas. El nuevo presidente francés no tendrá mucho margen para actuar y deberá tomar decisiones rápidamente. El resto de sus socios europeos y los mercados financieros no van a dejarle ni cien días de gracia. Desde el primer momento, Hollande deberá centrarse en abordar la crisis de la zona euro –extremadamente complicada después del resultado de ayer de las elecciones en Grecia– y marcar claramente su camino en política económica interior.
La primera cita del presidente será, como es habitual, con Angela Merkel en Berlín, adonde viajará probablemente el mismo día, o al día siguiente, de su toma de posesión, prevista hacia el día 14 o 15. Con la canciller alemana, Hollande tratará sobre la situación en Grecia y la preparación del próximo Consejo Europeo, convocado para los días 28 y 29 de junio en Bruselas, donde se abordará la elaboración de un pacto para el crecimiento económico que complemente el tratado de disciplina presupuestaria.
A nivel interno, Hollande deberá tomar decisiones concretas en poco tiempo en materia fiscal y de reducción del gasto público. El presidente electo se comprometió durante la campaña a retornar al equilibrio presupuestario en el horizonte de 2017, pero sin concretar dónde y cómo ejecutarán las tijeras los recortes.
El politólogo Dominique Reynié, director de la Fundación para la Innovación Política (Fondapol), vaticina que el presidente no tendrá mucho margen de maniobra y que el previsible encarecimiento de los intereses de la deuda lastrará las cuentas públicas, toda vez que este año Francia debe refinanciar 300.000 millones de euros. Con 1,7 billones de deuda –que obligan a pagar 50.000 millones al año sólo en intereses–, el endeudamiento público es el reto número uno.
El otro gran reto político interno será volver a soldar la quebrada cohesión social del país, muy maltrecha después de una campaña electoral de ribetes extremistas en la que se han atizado sin miramientos los sentimientos de desconfianza, si no aversión, hacia los inmigrantes extranjeros, presentados como una amenaza contra la identidad nacional y la supervivencia económica del sistema de protección social.
Con un 18% del electorado –básicamente de las clases populares– votando por el ultraderechista Frente Nacional, el germen de la división y el enfrentamiento civil está servido. El ascenso de la extrema derecha deberá confirmarse, en todo caso, en las elecciones legislativas, convocadas para el 10 y el 17 de junio.
La izquierda toma simbólicamente la Bastilla
Decenas de miles de personas se congregaron anoche en la plaza de la Bastilla de París, uno de los lugares de mayor contenido simbólico para la izquierda francesa, para celebrar de forma festiva la victoria del candidato socialista en las elecciones presidenciales. El PS había preparado un camión, con lo mínimo necesario para montar un discreto escenario, con el fin de festejar un eventual triunfo. Sobre el escenario de la Bastilla se sucedieron las actuaciones de músicos y cantantes de sensibilidad de izquierda, como Yannick Noah, mientras se esperaba la llegada, ya bien entrada la noche, de François Hollande desde su feudo de Tulle. Los seguidores de Nicolas Sarkozy, que se habían reservado la plaza de la Concordia –como en 2007–, supieron enseguida que anoche deberían retirarse pronto a sus casas.
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