Durante los once años en que ejerció como primer secretario del Partido Socialista francés (1997-2008), François Hollande ejercitó y depuró una habilidad innata para el compromiso, una inclinación profunda por la concertación y el pacto. Reunir a los contrarios, cimentar la unidad y alcanzar una síntesis siempre fue el desiderátum del hoy presidente de la República, que puso en ese objetivo todo su empeño y sus capacidades. Si durante este tiempo el viejo partido de François Mitterrand, minado por los personalismos y las corrientes, no saltó más de una vez roto en mil pedazos –tras el trauma de la derrota de Lionel Jospin en 2002, en el referéndum europeo de 2005– fue gracias a la destreza y la sangre fría de su jefe de filas.
Sus adversarios, tanto de fuera como de dentro, han querido llamar a este rasgo de su carácter –conciliador y afable, aderezado por un afilado sentido del umor– debilidad, blandura, flaqueza. Flanby, fresa del bosque... Todos los apodos que le han buscado sus camaradas denotan un desprecio íntimo hacia quien tiene la fama de evitar siempre los enfrentamientos.
Pero las apariencias engañan. “François Hollande es como un guijarro, romo y liso por fuera pero duro por dentro”, subraya la veterana cronista política de Le Point Sylvie Pierre-Brossolette. Su larga trayectoria habla por él. Solo, tras abandonar la dirección del PS a finales de 2008, el nuevo presidente francés inició entonces su larga carrera hacia el Elíseo. En su autoconfianza y determinación, sus adversarios quisieron ver un asomo de ingenuidad, cuando no de iluminación o desvarío. Sus rivales en el partido le menospreciaron y, cuando quisieron darse cuenta, había ganado las elecciones primarias y era el flamante candidato a la presidencia de la República. Nicolas Sarkozy cometió el mismo error irreparable. No se puede subestimar a Hollande. Se paga caro.
“Contrariamente a la descripción que se hace de él a veces, tiene opiniones muy firmes. Pero a la vez se muestra muy pragmático”, comentaba semanas atrás en L’Express un empresario –anónimo– gratamente sorprendido por el entonces todavía candidato. Hollande no tiene muchas relaciones en el mundo empresarial, pero quienes le han tratado valoran su seriedad, su disposición a escuchar y a dialogar.
Detrás de su aspecto campechano, de su cultivada imagen de “hombre normal”, el nuevo inquilino del Elíseo es un hombre con una muy sólida preparación. Titulado en Derecho por la Universidad de París, por la Escuela internacional de negocios HEC, por el Instituto de Estudios Políticos (Sciences Po) y por la Escuela Nacional de Administración (ENA), Hollande inició su carrera profesional como miembro del Tribunal de Cuentas, antes de abandonarla para dedicarse a la política.
Pese a su formación y su larga experiencia política, Hollande es novel en las tareas de gobierno. Nunca, a diferencia de tantos de sus compañeros de filas, fue llamado a ejercer como ministro, un hándicap que la derecha francesa ha utilizado para descalificarle. Sin embargo, su falta de currículum no debe confundirse con ignorancia. Hollande se estrenó en los años 80 como consejero en el Elíseo junto a François Mitterrand y entre 1997 y 2002 trabajó mano a mano con el entonces primer ministro Lionel Jospin.
“François Hollande nunca ha sido ministro, pero desde hace treinta años ha estado asociado al ejercicio del poder en Francia. Yo le conozco mucho, desde hace mucho tiempo, para poder presentarme como garante de cu competencia, de su transparencia, de su cultura, de su seriedad y de su fuerza moral”, dejó escrito en vísperas de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el economista y ensayista Jacques Attali, un antiguo hombre de Mitterrand que no duda en llamarse “amigo” de Sarkozy.
François Hollande no es una persona dada a la improvisación. Todos los pasos que da, los prepara minuciosamente. La canciller alemana, Angela Merkel –quien, aliada de Sarkozy, no quiso conocerle hasta su elección–, ha podido comprobar cómo se las gasta su nuevo interlocutor en París. El presidente francés llegó el martes por la noche a Berlín, apenas unas horas después de ser investido en el Elíseo, con una baza de peso bajo el brazo: una alianza cuidadosamente trabajada con los socialdemócratas alemanes para actuar como una pinza sobre Merkel y obligarla a aceptar la exigencia de complementar la política de austeridad y consolidación fiscal con medidas que estimulen el crecimiento económico. El SPD, que tiene en su mano la mayoría para bloquear la ratificación del tratado de disciplina presupuestaria por Alemania, se ha alineado aquí con Hollande...
El presidente francés, que ha amenazado a su vez con no ratificar el tratado si sus demandas no son atendidas, ha atraído a sus tesis a todos los socialistas europeos. Pero confía en obtener también la complicidad de la Comisión Europea y de los gobiernos conservadores de los países del sur de Europa –España, Italia– acogotados con la política de austeridad dictada con prusiana inflexibilidad por Berlín. Tampoco van a faltar presiones desde Washington sobre Angela Merkel para que se decida a soltar lastre.
En este sentido, el viento sopla a favor de François Hollande. Las dificultades de España, Italia e –incluso– Holanda para cumplir sus objetivos de déficit pese a –o precisamente a causa de– los recortes aprobados, y el ascenso electoral de los movimientos extremistas en toda Europa son, a su juicio, señales de alarma que Alemania no va a poder ignorar.
Firme, pero flexible al mismo tiempo, éste es el presidente francés con el que tendrá que lidiar en las próximas semanas y meses Angela Merkel. La entente franco-alemana no parece correr peligro, a poco que cada parte esté dispuesta a ceder un poco en aras de un acuerdo. Y que la canciller acepte que Merkozy pasó a la historia. La personalidad política del nuevo inquilino del Elíseo, su talante, hacen poco probable un choque frontal entre Francia y Alemania, pese a los temores expresados en este sentido por el ex primer ministro francés Michel Rocard. Por el contrario, abren la vía a un compromiso. El riesgo, sin embargo, como sucedía con las alambicadas síntesis del Partido Socialista, es que el pacto que pueda alumbrarse acabe siendo totalmente insípido.
La deuda francesa se coloca bien
El primer examen de Hollande en los mercados, tan sólo un día después de su toma de posesión como presidente de la República, fue positivo. El Tesoro francés consiguió colocar el miércoles varias emisiones de deuda pública por un valor de 9.178 millones de euros sin problemas especiales y a unos tipos de interés confortablemente bajos. La mayor parte de la emisión –cerca de 8.000 millones– fue en títulos a 3, 4 y 5 años, para los que París consiguió unos tipos de interés de entre el 0,74% y el 1,72%, por debajo de los aplicados hace un mes. Algo menos bien fue la deuda a largo plazo –1.182 millones de euros a 10, 11 y 15 años–, donde los tipos experimentaron un ligero repunte. De todos modos, se mantuvieron bajos, entre el 1,19% y el 1,45%. La elección del líder socialista como presidente de la República no ha tenido hasta ahora ningún efecto directo en los mercados financieros, a la expectativa de lo que el nuevo Gobierno pueda decidir en materia económica y fiscal en las próximas semanas. Dos agencias de notación, Fitch y Standard & Poor’s, ya avanzaron el lunes pasado que el resultado de las elecciones no tendría un impacto inmediato.
Crecimiento nulo para empezar
La toma de posesión de Hollande como presidente fue saludada por el Insee con la cifra de un crecimiento nulo –0%– en el primer trimestre del año. Mal inicio para el nuevo presidente, que confía en llegar al 1,7% en 2012.
10.200 empleos netos más
No todas las noticias dadas a conocer esta semana son malas. La economía francesa creó en el primer trimestre de este año 10.200 empleos netos, después de dos trimestres seguidos de pérdidas. El aumento es tanto más notable cuanto que el crecimiento registrado en el último trimestre de 2011 fue casi nulo: del 0,1% según la última cifra revisada. Esta mejoría se debe fundamentalmente a la recuperación del sector servicios (23.700 empleos netos más), mientras que la industria perdió 9.100.