Setenta y cinco días
pueden parecer mucho o muy poco. Muy poco sin duda para el paciente, un
francés de 76 años aquejado de una insuficiencia cardíaca terminal, a quien el
pasado 18 de diciembre fue implantado en el hospital Georges Pompidou de París
el primer corazón artificial autónomo y permanente, y que falleció el domingo
pasado por causas que todavía no han sido establecidas pero que parecen no
tener directamente que ver con el implante. Mucho tiempo y con un resultado
claramente positivo, en cambio, para el autor del ingenio, el prestigioso
cardiólogo Alain Carpentier, la sociedad francesa Carmat –que lo ha
desarrollado en colaboración con el grupo aeronáutico europeo EADS– y el equipo
médico que realizó la operación, que ven en ello resultados esperanzadores.
Hasta ahora, los corazones artificiales implantados a los
enfermos de insuficiencia cardíaca –una dolencia que padecen 20 millones de
personas en Europa y Estados Unidos– eran provisionales, una solución temporal
a la espera de un trasplante. El de Carpentier y Carmat, en cambio, es autónomo
y con vocación de durar al menos cinco años.
“El corazón artificial ha funcionado perfectamente bien”,
declaró ayer el doctor Christian Latrémouille, miembro del equipo encargado de
la intervención y seguimiento del paciente. Aunque admitió que la causa precisa
del fallecimiento aún no está clara, consideró que el periodo trascurrido desde
la implantación –que supera el mes, umbral de rigor en estos casos– y el modo
en que ha respondido el ingenio es “muy positivo y prometedor”.
Latrémouille aseguró que el paciente no había sufrido ningún
trombo, descartando en principio que la causa de la muerte estuviera en el
corazón artificial, “Era un hombre de edad avanzada y con un organismo muy
fatigado”, afirmó, sin querer especular sobre la causa determinante del deceso.
Hasta que éste se produjo, todos los indicadores eran positivos, por más que la
recuperación fuera lenta. El hombre había podido levantarse de la cama,
permanecer sentado en un sillón y caminar unos pasos, además de conversar y de
comer él solo. En la misma línea, el doctor Yves Juillière, presidente de
la Sociedad Francesa de Cardiología, calificó el resultado de
“incontestablemente positivo”.
La empresa Carmat elogió en un comunicado el “coraje” del
paciente, que aceptó ser el primero en experimentar este nuevo mecanismo, y
expresó su determinación de proseguir los ensayos clínicos. Tras este primer
caso, hay otros cuatro pacientes en estado terminal listos para realizar nuevas
implantaciones. En el caso del fallecido, como de los otros, no podía
beneficiarse de un trasplante convencional por haber superado la edad límite,
que en Francia es de 65 años.
Esta primera fase de pruebas busca comprobar la seguridad de
la prótesis, mientras que en una segunda fase –con veinte pacientes– se
testarán otros aspectos cualitativos y de eficacia. Carmat advirtió ayer que es
prematuro sacar conclusiones y que no hará público ningún resultado hasta no
tener el análisis global de todos los datos.
No todo el mundo puede acceder al corazón artificial
desarrollado por Carpentier y Carmat, y no sólo por su elevado precio (160.000
euros). Su peso, de 900
gramos , es tres veces superior al de un corazón humano,
por lo que sólo las personas corpulentas –más hombres (70%) que mujeres (25%)–
tienen capacidad torácica suficiente.
Una de las novedades más destacadas de este corazón
artificial radica en que las cavidades interiores están recubiertas por un
tejido biológico, lo que permite evitar –a diferencia de lo que sucede con las
superficies artificiales– la creación de coágulos. Y ahorrarse, en
consecuencia, los tratamientos con anticoagulantes, que siempre comportan un
riesgo de hemorragia.
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