domingo, 16 de marzo de 2014

Cuatro balas en nombre del ministro

Hay fronteras que no deben ser sobrepasadas, so pena de arriesgarse a desencadenar una deflagración de consecuencias imprevisibles. Gaston Calmette, director del diario francés Le Figaro entre 1902 y 1914, lo vivió en sus propias carnes. Autor de una furibunda campaña contra el entonces ministro de Finanzas, Joseph Cailloux, el patrón de Le Figaro se adentró en un azaroso camino cuando decidió publicar las cartas privadas que el ministro había enviado a su esposa cuando –casado aún con su primera mujer– eran amantes clandestinos. Una deriva que encuentra un eco actual en la difusión de una parte de las grabaciones piratas que, de las conversaciones con el ex presidente Nicolas Sarkozy, realizó su principal consejero en el Elíseo, Patrick Buisson.

La comparación, sin embargo, acaba ahí. Porque lo que hoy se ha saldado con una amonestación judicial, Calmette lo pagó con su vida. El 16 de marzo de 1914, hoy hace cien años, el director del diario conservador acabó con cuatro balas en el cuerpo, disparadas personalmente por Henriette Caillaux, la mujer del ministro, que aquella tarde se presentó inopinadamente en su despacho. Antes, dejó una nota a su marido: “Tu me has dicho que querías romperle la cara. No quiero que tu te sacrifiques, Francia y la República te necesitan. Yo lo haré por ti”. Hizo bastante más.

Figura notable del Partido Radical, presidente del Consejo de Ministros en un corto periodo entre 1911 y 1912, Joseph Caillaux era un político extremadamente odiado por la derecha nacionalista. Dos eran sus grandes pecados: el proyecto de instaurar, por primera vez en Francia, el Impuesto sobre la Renta –que sería finalmente aprobado en julio de 1914– y su pacifismo militante, que pretendía traducir buscando un compromiso fundamental con Alemania, el enemigo histórico. De hecho, esta actitud conciliadora le acabó llevando, cuando Europa se lanzó al suicidio colectivo de la Primera Guerra Mundial, a ser acusado de connivencia con el enemigo y condenado a prisión (y finalmente amnistiado en 1925) “Yo hubiera podido impedir la guerra”, dejó escrito en sus memorias.

¿Impedir la guerra? Si algo no fue nunca Caillaux es modesto. Sus puntos flacos eran numerosos. Arrogante, vanidoso, amante del dinero, mujeriego –Isabelle Monnin le ha llegado a comparar en Le Nouvel Observateur con Dominique Strauss-Kahn–, el ministro de Finanzas ofrecía muchos flancos al ataque de sus adversarios. El director de Le Figaro se lanzó personalmente a la tarea de derribarle, acusándole de todo tipo de corruptelas.

Al día siguiente de su muerte, el diario dedicó a Gaston Calmette elogiosas palabras, presentándole como “el jefe más noble y más tierno” que pudiera haber existido. “No hacer daño a nadie era su principal escrúpulo. Y cuando la defensa de las ideas le obligaba al ataque de los hombres, sonreía amargamente. Y sacrificaba entonces al bien público su admirable indulgencia y la dulzura de su carácter”, proclamaba el periódico. Muy mal lo debió pasar, pues, habida cuenta del centenar largo de artículos que lanzó en tres meses contra Caillaux.

Todo basculó el 13 de marzo, cuando publicó un extracto de una carta privada del ministro a la que entonces era su amante y anunció la publicación de otras misivas en días posteriores. Al parecer la fuente era la primera esposa, Berthe Gueydan, la engañada.

El día 16 Joseph Caillaux estaba fuera de sí y expresó en privado su idea de “partirle la cara” al director de Le Figaro. Su mujer, con la que se había casado en segundas nupcias, también. Henriette Caillaux tomó su decisión sobre la marcha. Aquella misma tarde acudió a una armería, compró un revólver y se dirigió hacia el diario. Esperó una hora a que, poco después de las seis de la tarde, el director la recibiera. No hablaron mucho. Enseguida, Henriette vació su cargador de seis balas sobre Calmette, que recibió cuatro impactos y murió horas después.

El crimen apasionó a la sociedad francesa, que siguió ávida el simulacro de juicio que se celebró cuatro meses después. El ministro utilizó todo su poder y sus influencias para poner al fiscal, al tribunal y al jurado a favor de su mujer. Y el 28 de julio, Henriette fue absuelta y salió en libertad. Esa fue la noticia del día en Francia. Apenas nadie prestó atención al bombardeo de Belgrado por el ejército austríaco. Acababa de empezar la Primera Guerra Mundial.



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