Hay fronteras que no
deben ser sobrepasadas, so pena de arriesgarse a desencadenar una
deflagración de consecuencias imprevisibles. Gaston Calmette, director del
diario francés Le Figaro entre 1902 y 1914, lo vivió en
sus propias carnes. Autor de una furibunda campaña contra el entonces ministro
de Finanzas, Joseph Cailloux, el patrón de Le Figaro se
adentró en un azaroso camino cuando decidió publicar las cartas privadas que el
ministro había enviado a su esposa cuando –casado aún con su primera mujer–
eran amantes clandestinos. Una deriva que encuentra un eco actual en la
difusión de una parte de las grabaciones piratas que, de las conversaciones con
el ex presidente Nicolas Sarkozy, realizó su principal consejero en el Elíseo,
Patrick Buisson.
La comparación, sin embargo, acaba ahí. Porque lo que hoy se
ha saldado con una amonestación judicial, Calmette lo pagó con su vida. El 16
de marzo de 1914, hoy hace cien años, el director del diario conservador acabó
con cuatro balas en el cuerpo, disparadas personalmente por Henriette Caillaux,
la mujer del ministro, que aquella tarde se presentó inopinadamente en su
despacho. Antes, dejó una nota a su marido: “Tu me has dicho que querías romperle
la cara. No quiero que tu te sacrifiques, Francia y la República te necesitan.
Yo lo haré por ti”. Hizo bastante más.
Figura notable del Partido Radical, presidente del Consejo
de Ministros en un corto periodo entre 1911 y 1912, Joseph Caillaux era un
político extremadamente odiado por la derecha nacionalista. Dos eran sus
grandes pecados: el proyecto de instaurar, por primera vez en Francia, el
Impuesto sobre la Renta –que sería finalmente aprobado en julio de 1914– y su
pacifismo militante, que pretendía traducir buscando un compromiso fundamental
con Alemania, el enemigo histórico. De hecho, esta actitud conciliadora le
acabó llevando, cuando Europa se lanzó al suicidio colectivo de la Primera
Guerra Mundial, a ser acusado de connivencia con el enemigo y condenado a
prisión (y finalmente amnistiado en 1925) “Yo hubiera podido impedir la
guerra”, dejó escrito en sus memorias.
¿Impedir la guerra? Si algo no fue nunca Caillaux es
modesto. Sus puntos flacos eran numerosos. Arrogante, vanidoso, amante del dinero,
mujeriego –Isabelle Monnin le ha llegado a comparar en Le Nouvel
Observateur con Dominique Strauss-Kahn–, el ministro de Finanzas
ofrecía muchos flancos al ataque de sus adversarios. El director de Le Figaro se lanzó personalmente a la tarea de
derribarle, acusándole de todo tipo de corruptelas.
Al día siguiente de su muerte, el diario dedicó a Gaston
Calmette elogiosas palabras, presentándole como “el jefe más noble y más
tierno” que pudiera haber existido. “No hacer daño a nadie era su principal
escrúpulo. Y cuando la defensa de las ideas le obligaba al ataque de los
hombres, sonreía amargamente. Y sacrificaba entonces al bien público su
admirable indulgencia y la dulzura de su carácter”, proclamaba el periódico.
Muy mal lo debió pasar, pues, habida cuenta del centenar largo de artículos que
lanzó en tres meses contra Caillaux.
Todo basculó el 13 de marzo, cuando publicó un extracto de
una carta privada del ministro a la que entonces era su amante y anunció la
publicación de otras misivas en días posteriores. Al parecer la fuente era la
primera esposa, Berthe Gueydan, la engañada.
El día 16 Joseph Caillaux estaba fuera de sí y expresó en
privado su idea de “partirle la cara” al director de Le
Figaro. Su mujer, con la que se había casado en segundas nupcias,
también. Henriette Caillaux tomó su decisión sobre la marcha. Aquella misma
tarde acudió a una armería, compró un revólver y se dirigió hacia el diario.
Esperó una hora a que, poco después de las seis de la tarde, el director la
recibiera. No hablaron mucho. Enseguida, Henriette vació su cargador de seis
balas sobre Calmette, que recibió cuatro impactos y murió horas después.
El crimen apasionó a la sociedad francesa, que siguió ávida
el simulacro de juicio que se celebró cuatro meses después. El ministro utilizó
todo su poder y sus influencias para poner al fiscal, al tribunal y al jurado a
favor de su mujer. Y el 28 de julio, Henriette fue absuelta y salió en
libertad. Esa fue la noticia del día en Francia. Apenas nadie prestó atención
al bombardeo de Belgrado por el ejército austríaco. Acababa de empezar la
Primera Guerra Mundial.
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