domingo, 30 de marzo de 2014

La torre universal



“Hazlo por Dinamarca”, reza el picante eslogan de una agencia de viajes que invita a los daneses a viajar a París, imbuirse de su romanticismo y contrarrestar la baja natalidad del país escandinavo... En el anuncio, la pareja protagonista brinda con champán bajo la torre Eiffel. Original no será, pero efectivo debe serlo. Porque la torre ha sido –y será, sin duda– un objeto publicitario recurrente en todo el mundo. Erigida con motivo de la Exposición Universal de 1889 –la del centenario de la Revolución Francesa– y concebida para durar veinte años, la torre Eiffel cumple mañana su 125º aniversario convertida no sólo en el principal e indiscutible símbolo de la capital francesa, sino en un auténtico icono universal.

El ingeniero Gustav Eiffel era ya un conocido y reputado constructor –de sus planos salieron desde el puente de Oporto hasta la estación de Pest, pasando por el armazón de la estatua de la Libertad– cuando abordó la que sería su máxima y definitiva obra. Probablemente por ello, las autoridades le confiaron la proeza de levantar una torre de hierro de más de 300 metros de altura –324 actualmente, con todas las antenas que la han prolongado– y 10.100 toneladas de peso, una manera de mostrar al mundo en aquel momento la capacidad técnica e industrial de Francia.

La torre Eiffel empezó con mal pié, todo hay que decirlo. Y no sólo porque su presupuesto se disparara hacia la bóveda celeste –7,8 millones de francos de la época, más del doble de lo presupuestado–. Sino porque hirió a numerosas almas sensibles. Un nutrido grupo de artistas e intelectuales –Alexandre Dumas hijo, Guy de Maupassant, Charles Garnier...– publicó en febrero de 1889 en el diario Le Temps una incendiaria tribuna condenando el engendro por antiestético. Para sus jueces, la torre era “vertiginodamente ridícula”, además de “inútil y monstruosa”. El poeta Paul Verlaine la comparó con el “esqueleto de un campanario”.

El pueblo, sin embargo, poco dado a seguir las críticas de los sabios, se lanzó masivamente a visitar el ingenio en cuanto se abrió al público. Y no sólo el pueblo. Tras su inaiguración. el 31 de marzo de 1889, entre los primeros visitantes se contaron el Shah de Persia y el Príncipe de Gales. Durante los seis meses de la exposición, dos millones de personas ascendieron por el artilugio.

Hoy son siete millones de visitantes los que la torre Eiffel atrae cada año. Aunque podía no haber sido así... Porque las visitas cayeron vertiginosamente en los años posteriores y su destrucción estuvo sobre la mesa de quienes la habían encargado. Si se salvó de la piqueta, fue porque Eiffel se empeñó en buscarle nuevas utilidades –experimentos científicos– y porque la radio primero y la televisión después acudieron defnitivamente en su ayuda al utilizarla como gran repetidor. En la Gran Guerra de 1914, de la que este año se cumple el centenario, tuvo un papel crucial para detener la ofensiva alemana del Marne.


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