“Hazlo por
Dinamarca”, reza el picante eslogan de una agencia de viajes que invita a los
daneses a viajar a París, imbuirse de su romanticismo y contrarrestar la baja
natalidad del país escandinavo... En el anuncio, la pareja protagonista brinda
con champán bajo la torre Eiffel. Original no será, pero efectivo debe serlo.
Porque la torre ha sido –y será, sin duda– un objeto publicitario recurrente en
todo el mundo. Erigida con motivo de la Exposición Universal de 1889 –la del
centenario de la Revolución Francesa– y concebida para durar veinte años, la
torre Eiffel cumple mañana su 125º aniversario convertida no sólo en el principal
e indiscutible símbolo de la capital francesa, sino en un auténtico icono
universal.
El ingeniero Gustav Eiffel era ya un conocido y reputado
constructor –de sus planos salieron desde el puente de Oporto hasta la estación
de Pest, pasando por el armazón de la estatua de la Libertad– cuando abordó la
que sería su máxima y definitiva obra. Probablemente por ello, las autoridades
le confiaron la proeza de levantar una torre de hierro de más de 300 metros de
altura –324 actualmente, con todas las antenas que la han prolongado– y 10.100
toneladas de peso, una manera de mostrar al mundo en aquel momento la capacidad
técnica e industrial de Francia.
La torre Eiffel empezó con mal pié, todo hay que decirlo. Y
no sólo porque su presupuesto se disparara hacia la bóveda celeste –7,8
millones de francos de la época, más del doble de lo presupuestado–. Sino
porque hirió a numerosas almas sensibles. Un nutrido grupo de artistas e
intelectuales –Alexandre Dumas hijo, Guy de Maupassant, Charles Garnier...–
publicó en febrero de 1889 en el diario Le Temps una
incendiaria tribuna condenando el engendro por antiestético. Para sus jueces,
la torre era “vertiginodamente ridícula”, además de “inútil y monstruosa”. El
poeta Paul Verlaine la comparó con el “esqueleto de un campanario”.
El pueblo, sin embargo, poco dado a seguir las críticas de
los sabios, se lanzó masivamente a visitar el ingenio en cuanto se abrió al
público. Y no sólo el pueblo. Tras su inaiguración. el 31 de marzo de 1889,
entre los primeros visitantes se contaron el Shah de Persia y el Príncipe de
Gales. Durante los seis meses de la exposición, dos millones de personas
ascendieron por el artilugio.
Hoy son siete millones de visitantes los que la torre Eiffel
atrae cada año. Aunque podía no haber sido así... Porque las visitas cayeron
vertiginosamente en los años posteriores y su destrucción estuvo sobre la mesa
de quienes la habían encargado. Si se salvó de la piqueta, fue porque Eiffel se
empeñó en buscarle nuevas utilidades –experimentos científicos– y porque la
radio primero y la televisión después acudieron defnitivamente en su ayuda al
utilizarla como gran repetidor. En la Gran Guerra de 1914, de la que este año
se cumple el centenario, tuvo un papel crucial para detener la ofensiva alemana
del Marne.
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