Nadie sabe lo que de
verdad piensa hacer François Hollande. El presidente francés es un
consumado especialista de la disimulación. Pero parece que esta vez va de veras
y habrá un cambio de Gobienro. El Ejecutivo surgido de las elecciones del 2012
está agotado y necesita una renovación. Pero es sobre todo Hollande quien
precisa enviar a la opinión pública el mensaje de que ha tomado en cuenta la
sanción electoral de las municipales y que se dispone a dar un nuevo impulso a
su acción política. ¿En qué sentido? Y ¿con quién? Esa es la incógnita que
despejar.
Dos años después de llegar al Elíseo, es evidente que las
recetas políticas y económicas de Hollande –la célebre “caja de herramientas”
aprobada al inicio de su mandato– no han dado el resultado esperado. La actividad
económica sigue siendo enormemente débil y el paro sigue creciendo. El
presidente quiere salir del agujero con el bautizado Pacto de Responsabilidad,
por el cual reducirá en 30.000 millones de euros las cargas sociales a las
empresas –con el fin de reforzar su competitividad– a cambio de compromisos en
materia de empleo.
El problema para Hollande es que este paquete será
probablemente mucho más concreto por el lado de la reducción de las cargas
sociales –lo que algunos sindicatos denuncian como un “regalo a los patronos”–
y mucho más vago en el terreno del empleo. Y si a eso se añade su intención de
aprobar una importante reducción del gasto público –50.000 millones entre el
2015 y el 2017–, es improbable que que obtenga el aplauso del electorado socialista,
que si está descontento por algo es por el abandono de la política de
izquierdas prometida durante la campaña presidencial.
Para contrarrestar esta percepción, el todavía primer
ministro, Jean-Marc Ayrault, prepara un plan para rebajar los impuestos a las
familias más modestas. Una medida que es percibida, también, como un intento de
consolidar su posición y evitar su relevo. Más impopular todavía que Hollande,
faltado totalmente de carisma, Ayrault parece estar junto a la puerta de
salida, pero no está dispuesto a irse sin luchar.
En su intento por mantenerse en Matignon, Ayrault juega la
baza de la unidad de la mayoría socialista en el Parlamento, que pretende ser
el mejor situado para garantizar cuando llegue el momento de aprobar el Pacto
de Responsabilidad y poner en juego la confianza del Gobierno. En este pulso,
el primer ministro se ha ganado el apoyo de Los Verdes, que apuestan por su
continuidad. Así lo ha expresado uno de sus dirigentes, el senador Jean-Vincent
Placé, quien propugna un “cambio de rumbo” y un acento “más social en la
política del Gobierno.
La ecologista Cécile Duflot, ministra de Vivienda y ex líder
del partido, advirtió seriamente días atrás a su colega de Interior, Manuel
Valls, que si él era designado primer ministro, Los Verdes abandonarían el
Gobierno...
Ante el supuesto relevo de Ayrault, Manuel Valls es en
principio el mejor situado. El ministro del Interior no sólo es el miembro del
Gobierno más popular entre la opinión pública, sino que además es percibido
como alguien serio, firme, determinado y resolutivo. Desde cierto punto de
vista, es la mejor baza con que cuenta Hollande. Pero presenta varios
problemas. El principal es que está claramente situado a la derecha del Partido
Socialista (PS), lo cual si no entra en contradicción con la política que
quiere llevar adelante Hollande, puede en cambio ser muy mal percibido por el
sector más a la izquierda del partido y de sus electores.
De hecho, el ala izquierda del PS ya se está preparando para
reclamar un golpe de timón urgente en el Gobierno tras la previsible derrota de
hoy en las urnas.Si Valls es el favorito, hay otras dos figuras socialistas
de peso que podrían ocupar el puesto: el actual ministro de Asuntos Exteriores,
Laurent Fabius –quien ya estuviera en Matignon con François Mitterrand–, y el
ex alcalde de París, Bertrand Delanoë.
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