Hace un año,
París estaba cubierta por la nieve. Hoy, está sepultada bajo una espesa capa de
polución a causa de unas temperaturas absolutamente anormales. Ayer, el
termómetro marcaba en la capital francesa 19 grados y el pasado domingo se
disparó a 21,6ºC, algo nunca visto por estas fechas ¡desde 1880! El cielo,
aunque difuminado por la neblina de la contaminación, aparecía de nuevo
completamente despejado. Y ya lleva así una semana. Los mapas del tiempo de
Francia asemejan a los de España en pleno mes de julio: llenos de soles.
Pero este tiempo estival, que ha colgado de la mayoría de
los parisinos una sonrisa y llena los parques y las terrazas a la hora del
almuerzo, empieza a ser preocupante para la salud. La conjunción de las
elevadas temperaturas y la ausencia de vientos ha hecho que la concentración de
partículas emitidas por los motores de los coches, sobre todo los diésel –el
61% del parque automovilístico francés–, haya alcanzado niveles inquietantes en
las principales aglomeraciones urbanas y en algunos casos haya franqueado el
umbral de alerta.
El problema afecta a una tercera parte de las regiones –con
especial incidencia en Lyon, Marsella, Lille...–, pero es especialmente grave
en París y su región metropolitana, donde viven alrededor de 12 millones de
personas. En la capital, la concentración de partículas finas superó ayer los
100 microgramos por metro cúbico de aire, lo que disparó todas las alarmas. Las
autoridades, después de una semana dudando –y de hacer oídos sordos a las
advertencias de los grupos ecologistas–, reaccionaron finalmente y tomaron una
batería de medidas, toda vez que las previsiones indican que el problema se va
a prolongar durante el fin de semana.
La medida más radical, adoptada ayer tarde por el Sindicato
de Transportes de París –que agrupa al Estado, la región y los ayuntamientos–,
ha sido decretar la gratuidad total de los transportes públicos (metro,
autobuses y tren regional RER) durante tres días, desde hoy viernes hasta el
domingo, ambos incluidos. Horas antes se había avanzado el Ayuntamiento de la
capital, ofreciendo gratis –o prácticamente gratis– los servicios públicos de
alquiler de bicicletas y de coches eléctricos, Velib’ y Autolib’. Todo con el
fin de fomentar que los ciudadanos dejen el coche en casa.
Las medidas disuasorias en este terreno son, sin embargo,
muy tímidas. Al margen de desviar los camiones por encima de 3,5 toneladas
fuera de París y de reducir la velocidad máxima en las principales arterias
metropolitanas –110 km/h en las autopistas, 70 km/h en las carreteras y
60 km/h
en el bulevar periférico–, no se ha adoptado ninguna medida restrictiva para el
uso del vehículo privado. A fin de cuentas, dentro de nueve días se celebra la
primera vuelta de las elecciones municipales... y no es cuestión de violentar la
conciencia de los electores.
La prefectura ha recomendado que las personas con problemas
respiratorios y los niños menores de seis años no salgan de casa si no es
necesario y que se evite el ejercicio físico intenso en el exterior. No todo el
mundo está por la labor. A la puerta de la escuela adonde ha acompañado a su
vástago, Véronique –calzado deportivo y mallas negras ajustadas– se muestra sorprendida
e indrédula: “Así, si voy a correr, ¿me voy a morir antes? ¡Jajajajaja!”.
Coqueta, lanza un guiño, da media vuelta y sale corriendo.
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