“El centre del món”. Así
han bautizado en Perpiñán el centro comercial de la nueva y flamante estación
del tren de alta velocidad. No hay nada como poder echar mano de Salvador Dalí
para reivindicar un nombre rutilante. El problema es que el centro del mundo
parece en realidad el último rincón. De espaldas a la ciudad, de cara a un
nuevo barrio de negocios que no acaba de cuajar, el centro comercial languidece
con más de la mitad de sus comercios cerrados y el resto, amenazando con bajar
la persiana. ¿Dónde están las hordas de barceloneses que el TGV tenía que
traer? Aquí, desde luego, no.
Cuando uno gana finalmente la antigua estación y sale a la
calle, desemboca en una avenida –la “avinguda general De Gaulle”, rotulada en
catalán– festoneada de palmeras y repleta de kebabs. Bienvenidos a Perpiñán,
una ciudad de proyectos fallidos e identidad líquida. Una ciudad en declive,
con un nivel de paro que casi dobla la media nacional, algunos de los barrios
más pobres de Francia y un mosaico de comunidades –catalanes, pieds-noirs, españoles, portugueses, gitanos, magrebíes–
en frágil e inestable equilibrio. Es aquí, tan lejos de París y tan cerca de
Barcelona, donde el Frente Nacional (FN) se ha convertido en el partido
político más votado y amenaza con tomar mañana el poder municipal en la segunda
vuelta de las elecciones municipales francesas.
“¿De extrema derecha, nosotros? ¡En absoluto! Es ridículo. Y
contraproducente. A fuerza de repetirlo, acabarán banalizando a la extrema
derecha de verdad. Hay millones de franceses que han votado por nosotros en
toda Francia, decirles que son de extrema derecha es insultarlos”. Louis Aliot,
el candidato del FN a la alcaldía de Perpiñán, rechaza con un revés de la mano
una etiqueta que –a pesar de su historia y de las ideas que defienden buena
parte de sus miembros– considera totalmente inmerecida.
Un alegre bullicio reina en el cuartel general electoral de
Louis Aliot, donde apenas nadie esperaba que en la primera vuelta de las
elecciones, el pasado domingo, el FN pudiera acabar en primer lugar con un
total de 12.949 votos, el 34,2%. Pero no es sólo por esto que periodistas de
medios de todo el mundo pasan en sesión continua por el despacho de este
candidato –y no de otro–, alquilado en una planta baja de un edificio señorial
del bulevar Wilson, a dos pasos del Castillet. Louis Aliot es algo más que un
aspirante a alcalde. Es también el vicepresidente del Frente Nacional. Y el
compañero sentimental de su presidenta, Marine Le Pen. El FN ha sido
tradicionalmente un asunto de familia…
Aliot ha conseguido hacerse escuchar por los perpiñaneses
denunciando la amenaza de la inmigración, el problema de la inseguridad, el paro, la
pobreza, el declive económico y el asfixiante clientelismo que ha dominado la
vida política de la ciudad en los últimos cincuenta años. “El FN, que ya estaba
bien implantado desde mediados de los años noventa, ha ampliado
considerablemente su base. El domingo ganó en cinco de los nueve distritos. Y
en barrios muy dispares. Así entre los obreros como entre las clases medias, e
incluso en las zonas burguesas”, subraya el geógrafo David Giband, para quien
este triunfo supone “el fin de una época”.
Aunque el sentimiento identitario catalán es
aquí infinitamente más débil que al otro lado de los Pirineos –y normalmente
reducido a sus elementos más folclóricos–, tampoco ha estado completamente al
margen de la campaña. Ni siquiera el FN lo ha dejado de lado. “La verdadera
amenaza para la identidad catalana es la inmigración masiva. En Perpiñán, en
las escuelas se ofrece a los niños la posibilidad de aprender árabe, pero no
catalán”, clama Aliot, quien advierte que “si no se controla el fenómeno de la
inmigración, la identidad catalana acabará desapareciendo. Es cuestión de
número”.
“Jo parlo una miqueta el català, el
meu avi, que era republicà, i el meu pare, eren de Puigcerdà…”,
declara a modo de bienvenida y con una amplia sonrisa Clotilde Font-Gavaldà,
independiente y segunda de la lista del FN, una candidatura bautizada
“Perpignan Ensemble-Rassemblement Bleu Marine” –la franquicia política de
Marine Le Pen–, que habla con naturalidad de la “Catalunya Nord”. “Y tú Bruno,
dile de dónde eres…”, invita al consejero económico. “Yo nací en Sant Feliu de
Guíxols”, proclama el interpelado. Agente inmobiliaria alarmada por el declive
comercial –“Perpiñán se muere”, dice–, Font-Gavaldà no se siente tampoco de
ultraderecha. “Esta no es una lista de extrema derecha, a mí nadie me ha pedido
coger el carnet”, asegura, a la vez que reivindica su pasado gaullista: “Yo
siempre fui del RPR (Rassemblement pour le République, el
partido de Jaques Chirac), pero la derecha ha cambiado. El RPR de antes es el
FN de hoy”.
“Perpiñán no hizo la transición a la economía moderna y se
ha convertido en una ciudad de rentistas, que conviven con todo un submundo
obrero. Aquí hay gente acomodada que no trabaja y mucha otra gente, en
situación precaria, que tampoco trabaja y sobrevive con las ayudas sociales”.
Quien pinta este sombrío panorama es el sociólogo Dominique Sistach, para quien
la clase política perpiñanesa es la principal responsable de este declive
económico y social. Desde mediados de los años sesenta, toda la política local
ha girado en torno al clan Alduy –primero Paul, el padre, después Jean-Paul, el
hijo–, que asentaron su poder político en un sistema clientelar, asegurándose
la adhesión electoral de determinadas comunidades –los gitanos, los pieds-noirs repatriados de Argelia en 1962– a cambio de
contratos y empleos públicos. El heredero de este sistema es el alcalde saliente,
Jean-Marc Pujol, sucesor designado y candidato de la Unión por un Movimiento
Popular (UMP)
El voto al FN es un voto de rechazo a este estado de cosas.
Y un voto de desesperanza. Perpiñán se empobrece como se empobrece toda la
costa mediterránea francesa, sometida a un proceso de “desclasamiento general”
que –según Sistach– “desde París no se comprende” y que explica la pujanza del
FN desde Perpiñán a Marsella. ¿Hasta el punto de ganar en la segunda vuelta y
hacerse con la alcaldía? Sistach no lo cree. No todavía. “Estas son unas
elecciones de transición”, opina.
Todo se ha puesto en obra para evitar ese triunfo. El
candidato socialista, Jacques Cresta, se retiró de la segunda vuelta para que
todo el voto republicano pueda agruparse en torno a Pujol. Como pasó con Jacques Chirac frente a Jean-Marie
Le Pen en 2002. Un grupo de intelectuales y artistas –entre los que
están la cantante Teresa Rebull, el escritor Jean-Pierre Bonnet, los editores
Robert Triquère y Christine Lavall, o el historiador Benjamin Stora– ha hecho
un llamamiento para frenar la victoria del FN. El popular cantante Bruno
Caliciuri, Cali –nieto de un italiano enrolado en las
Brigadas Internacionales y una enfermera catalana–, publicó una tribuna en L'Indépendant expresando su “tristeza” y su “vergüenza”
por el avance de la extrema derecha...
Tales llamamientos pueden hacer mella en los más
concienciados. Pero difícilmente entre los desencantados. Incluso los que
tienen el corazón a la izquierda. Como Jean-Pierre, que espera sentado el
autobús en una parada del Quai Carnot. “Apoyar a Pujol es como vender el alma
al diablo. Yo no quiero que gane el Frente Nacional, pero es difícil que sea
peor que lo que hay ahora”, dice.
Apenas son las cuatro y media de la tarde cuando un empleado
cierra el portón del Palacio de los Reyes de Mallorca, el castillo erigido por
el rey Jaume II cuando recibió en herencia los territorios de las Baleares, el
Rosellón, la Cerdanya y el señorío de Montpellier. Exponente de los años
gloriosos de Perpiñán, aunque un tanto destartalado, es una de sus joyas
históricas y arquitectónicas. El letrero dice que cierra a las cinco. Pero hoy
ya no hay programadas más visitas de escolares o jubilados. ¿Quién más va a
venir?
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