Tombuctú, la
mítica ciudad a orillas del río Níger, en el norte de Mali, fue liberada ayer
por tropas francesas y malienses del dominio islamista, que en los últimos diez
meses ha hecho reinar el terror entre sus habitantes y destruido de forma
irreparable parte de su valioso legado cultural. La reconquista de la Ciudad de los Trescientos
treinta y tres santos, puerta de unión entre el África negra y el
Sahara, al igual que la de la ciudad de Gao el sábado pasado, ha cambiado
radicalmente el panorama en Mali, donde hace apenas tres semanas las milicias
islamistas amenazaban con tomar la capital del país, Bamako, y hacerse con el
poder. La intervención militar francesa, decidida el pasado día 11 por François
Hollande, ha permitido no sólo frenar la ofensiva yihadista, sino expulsar a
los islamistas de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), de Ansar al Din y del
Movimiento por la Unicidad y la Yihad en África del Oeste (Muyao) de la mayor
parte de las ciudades que ocupaban en el norte.
“Estamos ganando esta batalla”, se felicitó ayer el
presidente francés, quien inmediatamente subrayó que cuando pronunciaba la
palabra “nosotros” se refería el ejército maliense con el apoyo francés. Nada
más inexacto, sin embargo. Francia ha desplegado ya sobre el terreno a 3.500
soldados, mientras que las fuerzas propiamente africanas –tropas malienses,
junto con un pequeño apoyo de chadianos y nigerianos– suman 2.700 hombres. La reconquista de Tombuctú fue
dirigida por Francia, que en los últimos días bombardeó desde el aire las
posiciones islamistas y envió por tierra una columna de blindados. Una fuerza
de 250 paracaidistas franceses fue asimismo la encargada de tomar el control
previo del aeropuerto y de los principales accesos a la ciudad. Esta vez, sin
embargo, las tropas francesas y gubernamentales no encontraron ninguna
resistencia y entraron en Tombuctú sin disparar un tiro. Para entonces, los
islamistas se habían ido.
Se habían ido como llegaron, sembrando la destrucción. El
alcalde de la ciudad, Halley Ousmane, confirmó que los islamistas habían
prendido fuego al edificio del Instituto de Altos Estudios Ahmed Baba, que
albergaba decenas de miles de valiosos manuscritos islámicos y pre-islámicos.
“Es un crimen cultural”, se sublevó. Declarada Patrimonio de la Humanidad por
la Unesco, Tombuctú fue en los siglos XV y XVI un importantísimo centro
comercial –adonde llegaban las caravanas del desierto– y la capital intelectual
y espiritual del Islam en África. Un Islam de raíz sufí, místico y
contemplativo, muy poco del gusto de los oscurantistas del siglo XXI, que ya en
los pasados meses destruyeron varios mausoleos de santos musulmanes. Los habitantes de Tombuctú, sometidos a la brutalidad de la sharia o ley islámica –con castigos como flagelaciones y
amputaciones– salieron ayer a la calle a celebrar con vítores la entrada de las
tropas franco-malienses. Algunos de ellos blandían banderas francesas y
cantaban el nombre del presidente francés: "François!".
La toma de Gao y de Tombuctú cambia a partir de ahora el
guión de la guerra de Mali. En este momento sólo queda una gran ciudad del
norte, Kidal, fuera del control del Gobierno de Bamako. Pero tampoco está ya en
manos de los islamistas: Kidal habría caído a su vez bajo el control de las
fuerzas tuaregs del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) y de
una facción disidente de Ansar al Din, antiguos aliados y hoy enfrentados a los
yihadistas. Una situación que no va a ser fácil de gestionar a París, en la
medida en que los tuaregs mantienen su reivindicación de independencia.
La guerra de Mali, en cualquier caso, ha dejado de tener un
frente identificable. Dispersos en el desierto o refugiados en el macizo
montañoso del Adrar de Ifoghas, en el extremo nordeste del país, los yihadistas
pueden iniciar ahora otros tipo de combate, una guerra de guerrillas combinada
con atentados terroristas. El control del país está aún lejos.
Por su parte, la organización Human Rights Watch alertó ayer
contra el riesgo de que el avance de las tropas malienses comporte represalias
entre los partidarios de los islamsistas o sospechosos de serlo. Algunas
fuentes hablan de una treintena de ejecuciones en la zona de Konna, ciudad
reconquistada hace diez días, donde los combates habrían causado también 14
víctimas civiles.
Remonta la popularidad de Hollande
A François Hollande, la guerra de Mali le sienta bien. Como
le sucedió a su antecesor, Nicolas Sarkozy, con la guerra de Libia, la imagen
del presidente francés se ha visto reforzada por su decisión de intervenir
militarmente en Mali para expulsar a los grupos islamistas que controlaban el
norte del país. Un sondeo de BVA ha constatado un aumento de cuatro puntos de
la popularidad de Hollande, que ha pasado del 40% al 44%, un ascenso inédito
desde que fuera elegido como presidente de la República en mayo del año pasado.
La intervención militar, amopliamente apoyada por la opinión púbica francesa, a
juicio del director general adjunto de BVA, Gaël Sliman, “ha compensado una
imagen de falta de autoridad que empezaba a convertirse en un factor
negativo”. En el Elíseo, sin embargo, no se engañan, sabedores que este empuje
de popularidad se pierde después.
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