El asalto islamista
a la planta de extracción de gas natural de Ain Amenas, en el este de Argelia,
cerca de la frontera con Libia, terminó ayer como había empezado. A sangre y
fuego. La operación iniciada el jueves por el ejército argelino para recuperar
el control de la planta y rescatar a los más de 600 rehenes retenidos por los
terroristas, que reclamaban el fin de la intervención militar de Francia contra
los islamistas del norte de Mali, no acabó hasta la mañana del sábado y dejó
tras de sí un reguero de varias decenas de muertos. El balance de los cuatro
días de secuestro, todavía no definitivo al cierre de esta edición, era de al
menos 23 rehenes muertos –según datos del Ministerio del Interior, que no
precisó sus nacionalidades–, un elevado coste humano que ha llenado de horror a
la comunidad internacional y que ha desatado no pocas críticas hacia los
métodos del Gobierno argelino. Francia, interesada en contar con la complicidad
de Argelia en su combate contra los islamistas en el norte de Mali, ha sido una
llamativa excepción.
El presidente francés, François Hollande, remachó ayer mismo
el clavo al juzgar comprensible la actuación argelina. “Cuando hay una toma de
rehenes con tantas personas y terroristas tan fríamente determinados,
dispuestos a asesinar a sus rehenes –lo que han hecho–, un país como Argelia ha
tenido las respuestas que a mi juicio parecen las más adaptadas, puesto que no
podía haber negociación”, afirmó.
El asalto definitivo de las fuerzas especiales argelinas
–los ninja– al último reducto de los terroristas fue
decidido, según fuentes de la seguridad, tras apercibirse de que los últimos 11
islamistas que quedaban atrincherados en las instalaciones, junto a siete
rehenes extranjeros, habían empezado a prender fuego en la planta. Según la televisión
estatal argelina, en respuesta al asalto los siete rehenes fueron asesinados
por sus secuestradores, quienes fueron abatidos después por las fuerzas
especiales. Un total de 32 terroristas resultaron muertos. Tras el asalto, los
artificieros procedieron a desactivar los explosivos que los islamistas habían
colocado en la planta con el fin de hacerla saltar por los aires.
La nacionalidad de los últimos siete rehenes muertos no
había sido confirmada al cierre de esta edición, pero la víspera los terroristas
habían asegurado a la agencia de noticias mauritana ANI tener en su poder a
tres ciudadanos belgas, dos estadounidenses, un británico y un japonés. Durante
la noche del viernes al sábado las fuerzas de seguridad liberaron a otros siete
rehenes –de nacionalidad japonesa, irlandesa e india– y descubrieron los
cadáveres calcinados de 15 personas.
El grupo petrolero británico British Petroleum (BP) –que
explota la planta gasista junto con la sociedad argelina Sonatrach y la noruega
Statoil– aseguró anoche desconocer el paradero de cuatro de sus trabajadores.
Por su parte, Statoil ignoraba el destino de cinco de sus empleados.
Los terroristas, que pertenecían al grupo “Los que firman con sangre”, liderado por
el islamista argelino Mojtar Belmojtar, exfundador de Al Qaeda en el Magreb
Islámico (AQMI), justificaron el asalto a la planta de Ain Amenas como una
represalia por la intervención armada de Francia en Mali y el apoyo de Argelia
a la operación al abrir su espacio aéreo a los cazas franceses que han
bombardeado en los últimos días la retaguardia de los islamistas en el norte
del país.
Los asaltantes reclamaban que Francia detuviera su
intervención militar. Pero en sucesivos momentos pidieron también la liberación
de cien islamistas detenidos en Argelia y el intercambio de dos rehenes
norteamericanbos por dos islamistas presos en Estados Unidos: el jeque Omar
Abdel Rahman, considerado el inspirador del primer atentado contra las Torres
Gemelas de Nueva York, en 1993, y de Aafia Siddiqui, un paquistaní condenado
por haber disparado contra dos soldados norteamericanos en Afganistán
Los testimonios de los rehenes liberados demuestran la
determinación y la crueldad de los terroristas. Edelyn Andrada, espos de uno de
los trabajadores que pudo ser liberado, el filipino Rubén Andrada, explicó a
una radio de Manila que los secuestradores adosaron explosivos a su marido y
otros rehenes –“le pusieron una bomba, como un collar”, explicó– y después les
colocaron en camiones cargados tambien de artefactos. Andrada se salvó porque
la bomba de su camión no explotó. “En otros sí explotaron” –añadió– y los
rehenes murieron”.
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