Nicolas Sarkozy
tuvo su guerra, en Libia. Y François Hollande tendrá la suya, en Mali. El
presidente francés, que hizo una bandera de la retirada anticipada de las
tropas francesas en Afganistán –todas las unidades de combate regresaron a
Francia el mes de diciembre–, abrió ayer un nuevo escenario bélico contra el
mismo enemigo, el terrorismo islamista, y con el mismo incierto resultado, en
el corazón de África.
A petición del presidente maliense, Dioncounda Traoré; bajo
cobertura de la ONU; con el acuerdo de los países africanos, y el plácet de sus
principales aliados –Estados Unidos, Reino Unido y Alemania, a la cabeza–,
Hollande ordenó una intervención militar inmediata para frenar el avance de las
fuerzas rebeldes del norte de Mali, capitaneadas por Ansar al Din, el grupo islamista tuareg, aliado con Al Qaeda en el Magreb Islámico (Aqmi), hacia la capital, Bamako.
“Los terroristas deben saber que Francia estará siempre ahí
cuando se trate (de defender) no ya sus intereses fundamentales sino los
derechos de una población, la de Mali, que quiere vivir libre y en democracia”,
advirtió el presidente francés en una breve y comedida declaración televisada
desde el Elíseo. Hollande, quien subrayó que la propia existencia de Mali está
en juego, justificó la intervención en la necesidad de detener la “agresión de
elementos terroristas, procedentes del Norte, de los que el mundo entero conoce
ahora su brutalidad y fanatismo”. El jefe de Estado añadió que la intervención
“durará el tiempo que sea necesario”. El objetivo oficial declarado, según
explicitó después el ministro francés de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, es
detener el avance de los grupos terroristas hacia el sur de Mali, salvaguardar
la integridad territorial del país y proteger a los residentes franceses, una
comunidad integrada por 6.000 personas. “La victoria de los terroristas sería
una amenaza para África y también para Europa”, afirmó, Fabius, para quien el
objetivo de los rebeldes no es otro que erigir en Mali un “Estado terrorista”.
Ni Hollande ni el ministro de Asuntos Exteriores Fabius
–habrá que ver si hoy lo hace el de Defensa Le Drian– dieron detalles sobre la
intervención militar. Lo único que confirmó el jefe del Quai d’Orsay es que la
aviación francesa bombardeó las columnas rebeldes. Francia disponía ya sobre el
terreno de varios asesores militares para cooperar con el ejército maliense,
pero no ha desplegado –al menos, por ahora– tropas de combate.
Bamako habló de la presencia de soldados nigerianos y
senegaleses, pero según Fabius por ahora la única presencia es francesa. El
presidente de Costa de Marfil y presidente de turno de la Comunidad Económica
de los Estados de África del Oeste (Cedeao), Alassane Ouattara, autorizó el
envío inmediato de tropas de apoyo en el marco de Fuerza Internacional de Apoyo
a Mali (MISMA), en fase de constitución a raíz de la resolución del Consejo de
Seguridad de la ONU del 21 de diciembre, que aprobó la constitución de un
contingente militar africano de 3.300 soldados para socorrer al Gobierno de
Mali.
La necesidad de una intervención militar urgente se hizo
evidente para París –y para la comunidad internacional– el jueves, cuando
en su ofensiva en dirección al sur, los terroristas consiguieron conquistar la
localidad de Konna –la rótula que separa elnorte y el sur del país–,
desarbolando al ejército regular. La posibilidad, a partir de ahí, de que los
rebeldes tomaran Mopti –lo que les dejaría el camino prácticament expedito
hacia la capital– se convertía en un riesgo muy serio. “La situación se había
deteriorado de forma muy grave”, remarcó Fabius. Para Francia, se había
alcanzado la línea roja.
París llevaba meses insistiendo, casi en solitario, en la
necesidad de una rápida intervención militar internacional en Mali para evitar
que se convierta en un nuevo Afganistán en el sur de Europa. Desde abril del
año pasado, el norte del país está bajo control de los grupos islamistas,
principalmente AQMI –la franquicia magrebí de le nebulosa terrorista creada por
Osama Bin Laden– y los rebeldes separatistas tuaregs de Ansar al Din, que han
impuesto de forma brutal la ley islámica.
La presión francesa, sin embargo, no consiguió convencer a
dos piezas fundamentales de la comunidad internacional: Estados Unidos por un
lado y Argelia –la principal potencia regional– por el otro, que forzaron a
Francia a rebajar sus pretensiones y aceptar una resolución en la ONU que
propugnaba explorar las posibilidades de abordar un proceso de diálogo con
algunas de las fuerzas rebeldes antes de enviar tropas sobre el terreno, algo
que se dejó en todo caso para el segundo semestre de este año.
Los acontecimientos, sin embargo, se han precipitado y la
decisión de los terroristas de aprovechar la pasividad internacional para
lanzar una ofensiva militar han obligado a cambiar rápidamente de estrategia.
Varios países, entre ellos EE.UU. y el Reino Unido, apoyaron públicamente la
intervención, que recibió también el respaldo interior de la principal fuerza
de la oposición, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), por boca de
Jean-François Copé y François Fillon.
La decisión de Hollande coloca a Francia ante el riesgo de
sufrir represalias por parte de los islamistas. Los seis ciudadanos franceses
que permanecen secuestrados en la zona en manos de los grupos islamistas
podrían se las primeras victimas. Pero la amenaza puede llegar al Hexágono
mismo. El Ministerio del Interior podría decidir en las próximas horas elevar
el nivel de alerta antiterrorista en el país.
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