jueves, 10 de enero de 2013

Hogar, amargo hogar


La casa de un hombre es su castillo, declaró para la eternidad Sir Edward Coke en el siglo XVII. Para la familia de Dominique Barreteau, un hombre de 51 años aparentemente desquiciado residente en la localidad francesa de Saint-Nazaire, junto a la desembocadura del Loira, se convirtió durante años en una sórdida prisión. La llamada desesperada de su esposa a los bomberos en la madrugada del pasado sábado, fingiendo un problema de salud, puso fin al infierno de esta mujer y de los cinco hijos del matrimonio –la mayoría, chicas–, de entre 14 y 25 años. Hallados en situación de postración y con aparentes problemas de crecimiento, han sido ingresados pese a su edad en el servicio de pediatría del Centro Hospitalario de Saint-Nazaire. El padre ha sido internado, de momento, en un centro psiquiátrico.

Dentro del piso, cuyas ventanas permanecían cerradas a cal y canto, los bomberos encontraron un panorama desolador. Las paredes y el techo estaban ennegrecidos con manchas de humedad y moho. Y en todas las puertas había cerrojos. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos años ha permanecido recluida esta familia en lo que algún día fue su hogar. Algunos vecinos sostienen no haber visto a ninguno de sus miembros –salvo al padre– desde hace al menos un año. Otros, desde hace tres. Incluso hay quien al parecer ignoraba que alguien viviera en aquel apartamento. La mayoría estaba convencido de que la mujer y los hijos habían abandonado el domicilio familiar. Al hombre, que ocultaba su mirada bajo la visera de una gorra, se le veía raramente. Nunca saludaba a nadie.

Nada, o casi nada, hizo sospechar a los vecinos del inmnueble, un modesto edificio de viviendas sociales en el barrio de La Trébade, de la tragedia que se desarrollaba tras los tabiques del apartamento número 5. Como sucede en estos casos, nadie vio nada, nadie oyó nada. Sólo la vecina del apartamento de encima, Pascale Le Gall, se había quejado tiempo atrás de malos olores... La sociedad pública que gestiona las viviendas tampoco había advertido nada. El alquiler, de 350 euros al mes –antes de las ayudas sociales–, era pagado puntualmente desde hace más de diez años. “Como todo el mundo, nosotros también estamos conmocionados”, declaró un portavoz, Benoît Delliaux. Tampoco los servicios sociales recibieron ninguna señal, ninguna advertencia, ninguna alerta. Los hijos de la familia habían sido objeto de un seguimiento socio-educativo en los años noventa y la familia recibió ayudas sociales entre 2007 y 2010. Después, el silencio. La nada.

La fiscalía ha abierto una investigación oficial por incumplimiento de las obligaciones paternas. Un portavoz precisó que, por ahora, no se verificado que haya habido secuestro. Tampoco malos tratos físicos ni abusos sexuales... No, de momento. El misterio de lo que ha sucedido estos años entre las paredes roñosas del apartamento número 5 aún tiene que ser desvelado.


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