La casa de un hombre es
su castillo, declaró para la eternidad Sir Edward Coke en el siglo
XVII. Para la familia de Dominique Barreteau, un hombre de 51 años
aparentemente desquiciado residente en la localidad francesa de Saint-Nazaire,
junto a la desembocadura del Loira, se convirtió durante años en una sórdida
prisión. La llamada desesperada de su esposa a los bomberos en la madrugada del
pasado sábado, fingiendo un problema de salud, puso fin al infierno de esta
mujer y de los cinco hijos del matrimonio –la mayoría, chicas–, de entre 14 y
25 años. Hallados en situación de postración y con aparentes problemas de
crecimiento, han sido ingresados pese a su edad en el servicio de pediatría del
Centro Hospitalario de Saint-Nazaire. El padre ha sido internado, de momento,
en un centro psiquiátrico.
Dentro del piso, cuyas ventanas permanecían cerradas a cal y
canto, los bomberos encontraron un panorama desolador. Las paredes y el techo
estaban ennegrecidos con manchas de humedad y moho. Y en todas las puertas
había cerrojos. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos años ha permanecido
recluida esta familia en lo que algún día fue su hogar. Algunos vecinos sostienen
no haber visto a ninguno de sus miembros –salvo al padre– desde hace al menos
un año. Otros, desde hace tres. Incluso hay quien al parecer ignoraba que
alguien viviera en aquel apartamento. La mayoría estaba convencido de que la
mujer y los hijos habían abandonado el domicilio familiar. Al hombre, que
ocultaba su mirada bajo la visera de una gorra, se le veía raramente. Nunca
saludaba a nadie.
Nada, o casi nada, hizo sospechar a los vecinos del
inmnueble, un modesto edificio de viviendas sociales en el barrio de La
Trébade, de la tragedia que se desarrollaba tras los tabiques del apartamento
número 5. Como sucede en estos casos, nadie vio nada, nadie oyó nada. Sólo la
vecina del apartamento de encima, Pascale Le Gall, se había quejado tiempo
atrás de malos olores... La sociedad pública que gestiona las viviendas tampoco
había advertido nada. El alquiler, de 350 euros al mes –antes de las ayudas
sociales–, era pagado puntualmente desde hace más de diez años. “Como todo el
mundo, nosotros también estamos conmocionados”, declaró un portavoz, Benoît
Delliaux. Tampoco los servicios sociales recibieron ninguna señal, ninguna
advertencia, ninguna alerta. Los hijos de la familia habían sido objeto de un
seguimiento socio-educativo en los años noventa y la familia recibió ayudas
sociales entre 2007 y 2010. Después, el silencio. La nada.
La fiscalía ha abierto una investigación oficial por
incumplimiento de las obligaciones paternas. Un portavoz precisó que, por
ahora, no se verificado que haya habido secuestro. Tampoco malos tratos físicos
ni abusos sexuales... No, de momento. El misterio de lo que ha sucedido estos
años entre las paredes roñosas del apartamento número 5 aún tiene que ser
desvelado.
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