Francia no ha
regresado a Mali, su antigua colonia africana, para quedarse. Pero se quedará
todo el tiempo que haga falta, hasta que los islamistas del norte sean
expulsados, la seguridad esté garantizada, haya una autoridad legítima en el
país y pueda abrirse un proceso electoral. Así lo expuso ayer François Hollande
durante una visita oficial a Dubai, confirmando que la intervención militar
francesa iniciada al pasado día 11 promete ser larga y ardua. Y sin cuartel,
puesto que el objetivo final es –según sus palabras– “destruir” a los
terroristas.
Revestido con los hábitos de comandante en jefe de los
ejércitos, el presidente francés ofreció una imagen desacostumbrada de sí
mismo. Hollande el blando, el dubitativo, el pusilánime –como repetidamente le
han descrito sus adversarios y algunos de sus camaradas– mostró un insospechado
ardor guerrero. Preguntado por el objetivo de Francia respecto a los
terroristas, sobre si su intención era capturarlos y juzgarlos, contestó:
“Destruirlos”. “Por lo demás, si podemos hacer prisioneros, los haremos...
Puede ser útil”, añadió vagamente.
El presidente francés justificó de nuevo la intervención
militar de Francia por la urgencia de evitar el derrumbe del ejército maliense
a causa de la ofensiva lanzada el jueves pasado por las fuerzas islamistas –el
grupo tuareg Ansar al Din, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y el
Movimiento por la Unicidad y la Yihad en África del Oeste (Muyao)– e impedir la
toma del poder por los insurgentes, que podría convertir a Mali en un nuevo
Estado terrorista a la imagen de Afganistán. “Si yo no hubiera tomado el
viernes la decisión de intervenir, ¿dónde estaría Mali hoy?”, se preguntó
Hollande, quien subrayó que únicamente Francia podía asumir esa
responsabilidad: “Hemos tomado una decisión mayor. Éramos los únicos capaces de
tomarla”, dijo.
Los únicos... y de momento solos. El presidente francés
eludió expresar queja alguna por el hecho de que sea Francia el único país que
asume por ahora y en solitario –mientras no se constituya el contingente africano
previsto por la ONU– el esfuerzo militar para respaldar al maltrecho ejército
maliense. Hollande se contentó con subrayar la cobertura legal de la
intervención, el unánime respaldo político con que cuenta –del Consejo de
Seguridad, de los países africanos, de la Unión Europea– y el apoyo material de
algunos de sus aliados. Sin embargo, el ministro francés de Relaciones con el
Parlamento, Alain Vidalies, deploró esta situación. “No se puede decir que
Francia está completamente sola, pero hay ausencias lamentables”, afirmó en
televisión, antes de añadir: En Europa la movilización ha sido mínima”.
Hollande insistió repetidas veces en que “Francia no tiene
vocación de quedarse en Mali”, que su intervención es “excepcional y por tiempo
limitado”, y que la antigua metrópoli no tiene intención alguna de volver a
hacer de gendarme de la Françafrique: “Son los propios
africanos quienes deben garantizar su seguridad”, dijo. Y añadió: “No hay
ningún interés francés en Mali, salvo sus ciudadanos (hay 6.000 residentes
franceses); sólo defendemos una causa, la integridad de Mali, y sólo combatimos
un adversario, el terrorismo”.
El presidente francés aseguró que Francia no se irá hasta
que haya “seguridad, autoridades legítimas, un proceso electoral y no más
terroristas”. Pero insitió, como ha venido haciendo en los últimos días, en que
su deseo es asumir una labor de apoyo –esto es, pasar a segundo plano– una vez
pueda desplegarse la fuerza de 3.300 soldados aportados por varios países
africanos en cumplimiento de la resolución 2085 del Consejo de Seguridad de la
ONU.
El problema es que ese despliegue puede tardar aún varias
semanas y habrá que ver, entonces, si esa fuerza es capaz de afrontar a los
combatientes islamistas, que han demostrado contar con armamento moderno y
estar bien organizados y entrenados.
Por el momento, lo único cierto es que Francia está
aumentando ya su despliegue militar en Mali, y que ha empezado a comprometer ya
a sus tropas en los combates terrestres, donde el ejército maliense está
demostrando una debilidad inquietante: las tropas gubernamentales, que el lunes
perdieron el control de la ciudad de Diabali –en el este del país– ante los
islamistas, todavía no han logrado reconquistar Konna –en el oeste–, perdida el
jueves de la semana pasada, como reconoció el ministro francés de Defensa,
Jean-Yves Le Brian.
Los ataques aéreos contra las fuerzas y la retaguardia de
los islamistas –que llevan a cabo una docena de cazabombarderos Mirage, con el
apoyo ocasional de los Rafale– no son suficientes. De ahí que Francia haya
decidido comprometerse en el terreno. Los primeros soldados franceses habrían
entrado ya en combate ayer mismo en un intento por recuperar Diabali, según
autoridades locales. París ha comprometido hasta ahora un contingente de 1.700
militares en la Operación Serval –de los que 800 se encuentran ya en Mali,
procedentes del Chad y de Costa de Marfil– y espera aumentar su número hasta
los 2.500 en principio. Un escuadrón de blindados ligeros llegado a Bamako
partió ayer hacia el norte del país con el fin de implicarse en los
combates.
Homenaje a la primera víctima
El primer ministro francés, Jean-Marc Ayrault, presidió ayer
el homenaje nacional a la primera víctima francesa de la guerra en Mali. El
teniente Damien Boiteux, de 41 años, piloto de helicóptero de combate, murió en
el primer ataque francés contra las fuerzas islamistas, el pasado viernes,
cuando fue alcanzado por disparos de los rebeldes. Boiteux llevaba 22 años en
el ejército.
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