lunes, 14 de enero de 2013

Marea conservadora en París


Un marea humana, enarbolando los colores azul y rosa, inundó ayer París contra el proyecto de François Hollande de legalizar el matrimonio entre homosexuales. Entre 340.000 y 800.000 personas –según los dispares cálculos de la Prefectura de Policía y de los organizadores– secundaron el llamamiento de las organizaciones católicas, asociaciones de defensa de la familia y partidos políticos de la derecha, desde la Unión por un Movimiento Popular (UMP) hasta el Frente Nacional (FN), para reclamar la retirada del proyecto de ley y, eventualmente, la convocatoria de un referéndum. Se trata de la mayor manifestación registrada en París desde la protesta monstruo de 1984 –con un millón de personas– contra el proyecto de reforma educativa de François Mitterrand. Tras un primer intento del Gobierno de relativizar la importancia de la movilización, el Elíseo se vio obligado a admitir a última hora de la jornada que la manifestación fue “consistente”.

El presidente francés reiteró, a través de un portavoz, su firme intención de que el Parlamento aborde la discusión del proyecto de ley según el calendario previsto, esto es, a partir del próximo 29 de enero. Mientras, desde el Partido Socialista (PS), su primer secretario, Harlem Désir, reiteró la “total determinación” de los socialistas franceses de aprobar la reforma, una de las promesas electorales de mayor contenido simbólico de Hollande.

“¡Las familias están en la calle!”, coreaban –entre otros muchos eslóganes– los manifestantes. Y nada había más cierto. En los tres cortejos que convergieron, a partir de la una de la tarde, hacia el Campo de Marte, a los pies de la torre Eiffel, había muchísimas familias. Los manifestantes eran de todas las edades: viejos, mayores, jóvenes, adolescentes y niños, muchos niños. Centenares de autocares y varios trenes especiales trasladaron a la capital francesa a miles de personas procedentes de todo el país.

La Francia católica –también en parte la musulmana y la judía– estaba ayer en la calle. Un grupo de chicas jóvenes, vestidas de blanco, abría el desfile iniciado en la plaza Denfert-Rechereau, en el barrio de Montparnasse. Con un gorro frigio rojo, una banda tricolor y el código civil en la mano, las chicas iban disfrazadas de Marianne, la encarnación de la República. Pero los que estaban ayer en la calle no eran los herederos de quienes tomaron la Bastilla en 1789, sino los representantes de la Francia conservadora, la Francia del oeste parisino, de Versalles y de la Vendée.

Ayer, en la plaza Denfert-Rochereau –desde donde se accede a las Catacumbas de París–, los manifestantes recibieron el aliento del cardenal André Vingt-Trois, arzobispo de París y presidente de la Conferencia Episcopal. La Iglesia católica ha evitado situarse en el primer plano de la protesta, pero ha apoyado sin reservas la iniciativa, organizada por una plataforma de asociaciones católicas liderada por una mujer de 50 años, Frigide Barjot –su seudónimo artístico–, que en pocas semanas ha conseguido convertirse en una celebridad.

La manifestación, perfectamente organizada y con un efectivo servicio de orden, no se desvió ni un milímetro de lo que habían planificado sus promotores. Esto es, una protesta pacífica y festiva, que eludió en todo momento los mensajes agresivos u homófobos. El desgajamiento de los extremistas católicos de Civitas –que realizaron una jmarcha separada del resto– permitió mantener este objetivo. Los opositores al “matrimonio para todos” –según el concepto acuñado por el Gobierno, que pone el acento en la igualdad de derechos entre homosexuales y heterosexuales– han eludido entrar en los términos del debate así planteado. Por el contrario, lo han dirigido hacia la cuestión de la filiación y los derechos de los niños, un asunto sensible que suscita dudas en muchos franceses.

Los sucesivos sondeos demuestran que si bien una mayoría de ciudadanos (57%) se muestra favorable a la legalización de las bodas gay, rechaza en cambio que los matrimonios homosexuales puedan adoptar como cualquier otra pareja (55%) o tengan derecho –en el caso de las lesbianas– a la reproducción asistida (63%). Los franceses están completamente divididos en este terreno. Consciente de esta fractura, el Gobierno ha decidido desgajar del proyecto de ley sobre el matrimonio homosexual la cuestión de la reproducción asistida, que será abordada cuando se plantee la reforma de la legislación sobre la familia. Y es aquí por donde los promotores de la manifestación de ayer pretenden introducir una cuña, al reivindicar –junto a la suspensión del proyecto de ley actual– la convocatoria de unos “estados generales” sobre la familia para abordar todos estos asuntos.

Los mensajes incluidos en las pancartas y carteles de los manifestantes incidían prácticamente de forma exclusiva en esta perspectiva: “Todos nacidos de un hombre y una mujer”, “La ley priva al niño de un padre y una madre”, “Papá, mamá y los niños, es natural”, “Made in papá & mamá”, “Nuestros vientres no son caddies”, “No hay óvulos en los testículos” y otros por el estilo.

“La cuestión no es la homosexualidad, sino el matrimonio”, resumió el vicario general de la diócesis de París, monseñor Michel Ayetit. Para los opuestos al proyecto gubernamental es la transformación del concepto de matrimonio, con todo lo que de ello se deriva, el verdadero problema.

Un grupo de 115 parlmentarios de la derecha reclamaron ayer formalmente la convocatoria de un referéndum, pero la idea fue rápida y cleramente descartada por la ministra de Justicia, Christiane Toubira. Para el presidente interino de la UMP, Jean-François Copé –presente en la manifestación junto a numerosas figuras de la derecha–, la protesta de ayer representa “un test para François Hollande”. “Aquí se ve claramente que en Francia hay millones de franceses preocupados por esta reforma”. También lo es en cierto modo para la UMP, prácticamente desaparecida hasta ahora del debate político a causa de la guerra interna entre Copé y François Fillon por la sucesión de Nicolas Sarkozy al frente de la jefatura del partido. La movilización de ayer, aunque seguida –más que impulsada– por el partido confirma la existencia de un estado de opinión adverso para al presidente francés.

Para François Hollande, que afronta la mayor contestación social en sus ocho meses de mandato, el desarrollo de los acontecimiento será capital. El presidente no puede ceder aquí, porque el matrimonio homosexual se ha convertido en el símbolo de la sensibilidad “de izquierda” de un Gobierno obligado a adoptar medidas económicas dificiles de digerir para su electorado. Y porque una marcha atrás sería percibida como un muestra de debilidad –un sambenito que le persigue desde hace años– que fragilizaría su posición.


Hollande, Hitler y el homosexual disidente

La jornada de protesta tuvo su nota discordante en las controvertidas declaraciones de uno de los portavoces de la movilización, Xavier Bongibault, homosexual declarado que preside la asociación Más Gay sin Matrimonio. Bongibault, para embarazo de su colega Frigide Barjot, se dejó llevar ayer por el entusiasmo y acabó haciendo ante las cámaras del canal de televisión BFMTV una forzada comparación entre el presidente francés, François Hollande, y Adolf Hitler. “Nos explican de forma permanente que todos los homosexuales están a favor de este proyecto de ley porque son homosexuales –dijo Bongibault–. Es una lógica chocante y homófoba por parte de este Gobierno”. “Decir que todos los homosexuales tienen por único instinto su orientación sexual es la línea que defendía un hombre que Alemania conoció muy bien a partir de 1933 y es la línea que François Hollande defiende hoy”, añadió. “Esta comparación no tiene razón de ser”, zanjó más tarde Frigide Barjot, la líder del movimiento, quien no obstante tuvo palabras de comprensión hacia su colega: “Creo que hoy los organizadores han llegado a algo que les sobrepasa”. Xavier Bongibault acabó pidieno disculpas por su declaraciones al final de la jornada.



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